SAN
JUAN DE LA CRUZ
CÁNTICO
ESPIRITUAL
SEXTA ENTREGA
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En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que hirió; y
por eso dice que salió “clamando”, esto es, pidiendo medicina tras del que le
había herido, clamando con la fuerza de el fuego causado de la herida. Y es de
saber que este “salir” se entiende de dos maneras: la una, saliendo de todas las
cosas, lo cual se hace por desprecio y aborrecimiento de ellas; la otra,
saliendo de sí misma por olvido y descuido de sí, lo cual se hace por
aborrecimiento santo de sí misma en amor de Dios; el cual de tal manera levanta
el alma, que la hace salir de sí y de sus quicios y modos naturales, clamando
por Dios. Y esas dos maneras de salir entiende aquí el alma cuando dice:
“salí”, porque esas dos son menester, y no menos, para ir tras Dios y entrar en
Él. Y así, es como si dijera: “Esposo mío, en aquel tuyo y herida de amor,
sacásteme no sólo de todas las cosas, enajenándome de ellas, mas también me
hiciste salir de mí (porque, a la verdad, y aun de las carnes parece que saca
Dios al alma) y levantásteme a ti, clamando por ti, desasida ya de todo para asirme a ti.
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“Y eras ido”. Como si dijera: al tiempo que quise comprender tu presencia no la
hallé, y quedeme vacía y desasida de todo por ti, y sin asirme a ti, penando en
los aires de amor, sin arrimo de ti y de mí. Eso que aquí llama el alma “salir
para ir a Dios”, llama la esposa en los Cantares “levantar”, diciendo: “Surgam
et circuibo civitatem, per vicos et plateas quaeram quem diligit anima mea,
quaesivi illum et non inveni.” Quiere decir: “Levantarme he y rodearé la ciudad;
por los arrabales y las plazas buscaré al que ama mi ánima; busquéle y no le
hallé” (3,2). Este “levantar”, se entiende aquí espiritualmente de lo bajo a lo
alto, que es lo mismo que salir de sí, esto es, de su modo y amor bajo al alto
amor de Dios. Pero da a entender que quedó penada porque no le halló. Por eso,
el que está enamorado de Dios vive siempre en esta vida penado, porque él está
ya entregado a Dios, esperando la paga en la misma moneda, conviene a saber, de
la entrega de la clara posesión y visión de Dios, clamando por ella, y en esta
vida no se le da. Y, habiéndose ya perdido de amor por Dios, no ha hallado la
ganancia de su pérdida, pues carece de la dicha posesión del Amado, porque él
se perdió. Por tanto, el que anda penado por Dios, señal es que se ha dado a
Dios y que le ama.
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Esta pena y sentimiento de la ausencia de Dios suele ser tan grande en los que
van llegándose a perfección al tiempo de estas divinas heridas, que, si no
proveyese el Señor, morirían; porque, como tienen el paladar de la voluntad (y
el espíritu limpio y sano) bien dispuesto para Dios, y en lo dicho se les da a
gustar algo de la dulzura de el amor, que ellos sobre todo modo apetecen,
padecen sobre todo modo; porque, como por resquicios, se les muestra un inmenso
bien y no se les concede. Así, es inefable la pena y el tormento.
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