ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
Historia de muchachos
Me resultaría
del todo imposible escribir narrativa para adolescentes. Trabajo con ellos y
para ellos cinco días a la semana. Tengo que tratar de entenderlos cada día más
(a ellos, que cambian de semana en semana, en su desarrollo personal; a ellos,
que camada a camada, de año en año, son cada vez más lejanos y distintos de
aquellos primeros estudiantes míos, en el Liceo de Aiguá, al norte de
Maldonado). Tengo que asumir que cada día los entiendo menos. Tengo el deber de
moralizarlos de a ratos, aunque sin
dejar de enseñarles Literatura priorizando lo estético, que al cabo se trata de
un arte. Pero eso es mucho más fácil que escribir ficción para muchachos. Soy
uno más del bando adulto que los incordia, más o menos por su bien y con menor
o mayor torpeza. Para ellos soy un “profe” más. No soy uno que tenga que
entretenerlos hoy. Ni conmoverlos en su
presente de transición, que es cosa más difícil. Alcanza con que dentro de
quince o veinte años algunos de ellos exhume alguna cosa que yo le haya dicho
en el aula, sin siquiera acordarse de quién la dijo, y la use para vivir un
poco más felices. Sí, enseñarles a los muchachos es más fácil que escribir para
ellos.
Casi tan difícil
me resulta reseñar narrativa para muchachos. Era yo “maduro para mi edad”,
cuando tenía la edad de mis estudiantes. Lo que es decir: me moría de miedo
ante el mundo –yo, gordito, yo, tristón, yo torpe, yo, que intuía la parte
jodida de la existencia– y era más bien amargadito y pretencioso. Pocos libros
leí sobre muchachos y para muchachos. Uno solo recuerdo, breve y entrañable,
por su excelencia literaria y humana: un cuento largo de Morosoli, “Tres niños,
dos hombres y un perro”, que leí en edición bellamente ilustrada. Reseñar
narrativa juvenil me da miedo, porque temo que aflore mi cinismo, mis ganas de
aprovechar cualquier defecto, cualquier facilismo doctrinal del texto para
destriparlo, acaso por envidia. Sé que soy malo, Dios me perdone, pero no me
gusta serlo y trato de no empeorar.
Así que algo debe tener de bueno esta novelita*
de la que voy a ocuparme con brevedad. Lo primero a decir es que puede
leerse de un tirón. Teniendo que presentarla en un colegio en el que enseño, el
29 de setiembre, me puse a leerla hoy, 5 de setiembre, con mucho tiempo para
hacerlo, y en menos de cuatro horas la había liquidado.
En segundo lugar, señalo que usa el tema del fútbol con acierto y sin exagerar:
los protagonistas, todos varones, juegan en el mismo cuadro, pero el fútbol es
una excusa – para juntar a los personajes y para algunas metáforas que usa el
autor– y no una trampa para ocultar la falta de qué decir o la inhabilidad para
narrar.
Es una novela que aborda muy bien el tema de la diversidad y la convivencia: en
el cuadrito hay gurises de todas las procedencias, incluido un sirio, Amir, el
golero del cuadro, llegado a Uruguay con su padre y hermanos, huyendo de la
guerra. En un país acomplejado por la
falta de una identidad étnica monolítica y añeja, Descalzi se atreve a
reivindicar como valor identitario de la uruguayez la capacidad de amalgamarnos
entre diferentes. Se atreve a hacerlo cuando estamos perdiendo ese valor:
muchos de los peruanos y bolivianos que viven en Ciudad Vieja reciben
desprecio, muchos dominicanos y sobre todo dominicanas reciben nuestra
desconfianza primero que ninguna otra cosa. ¿Ingenuidad del autor? ¿Nostalgioso
planteo trasnochado? Prefiero leerlo cono lúcida defensa de un valor en el que
el autor cree.
Al ser un libro sobre adolescentes, es un libro sobre el despertar a la
sexualidad. Acierta el autor al plantear que, con distintas opciones morales,
lo central es educar, y educar para que la sexualidad se vincule al afecto y al
respeto por el otro. Sin receta única –en estos tiempos de recetas únicas
contrapuestas y vociferantes sobre el tema– pero dejando clara la
responsabilidad adulta, y argumentando de modo persuasivo para que los
muchachos busquen apoyo adulto. Hay varios modos de abordaje, según los padres
de los distintos personajes jóvenes, y esto puede ser interesante para el
lector adulto, pues lo puede llevar a que repiense su postura en el tema. Está
muy bien contada la historia de Gofi e Inés, los padres de Gonza, uno de los
protagonistas adolescentes.
Es un libro que
en nuestro Uruguay laico se atreve a plantear el problema de la religiosidad
humana, de nuestra necesidad de trascendencia. Y lo hace de modo amplio,
fraterno y respetuoso, sin imponer las
posturas dogmáticas del autor. Y sin hacérnoslo fácil a los que practicamos y
predicamos alguna fe en concreto. Como reza Moro, un gurisito que lleva sangre
guaraní y las ha pasado mal: “Que los que hablan de Dio, hablen bien claro, que
se les entienda”.
Tiene incluso el
libro algunas pinceladas de humor certero. Recomiendo, en este sentido, atender
a Malik, uno de los hermanos menores de Amir, un rostro de piedra, atrevido y
enamoradizo, con un español apurado y entreverado desopilante.
No que el libro
no tenga defectos. Descalzi, a mi juicio, es un narrador que promete –no es un
jovencito y la novela vale, pero el autor tiene aún aspectos por pulir en su
oficio narrativo, por eso escribo lo de que promete, y qué bueno es que un
escritor siga siendo de algún modo una promesa, alguien de quien lectores
puedan todavía esperar algo nuevo– venía escribiendo que Descalzi es un
narrador que promete, pero que en el apuro por cumplir, hace que en esta novela
a los jugadores de su cuadro, al que ubica en la Aguada, les ocurra todo lo que
les podría pasar a unos adolescentes, por lo que recurre un poquito demasiado a
la casualidad. En segundo lugar, hay algunos intermedios líricos no del todo
logrados. Pero el saldo me resulta más que positivo. Recomiendo.
* AMIGOS
ORIENTALES, de Fabio Desclazi. Baluarte, Montevideo, 2017. 184 págs.
1 comentario:
Excelente reseña que mucho agradezco como autor del libro. La reproduje en mi blog: https://blogdefabio.com/2017/10/01/historia-de-muchachos-juan-de-marsilio-resena-a-los-amigos/
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