15/9/17

JOSÉ INGENIEROS

EL HOMBRE MEDIOCRE


CUARTA ENTREGA


INTRODUCCIÓN


LA MORAL DE LOS IDEALISTAS

I. La emoción del ideal - II. De un idealismo fundado en la experiencia. - III. Los temperamentos Idealistas. - IV. El idealismo romántico. - V. El idealismo estoico. - VI. Símbolo.



II. DE UN IDEALISMO FUNDADO EN EXPERIENCIA (3)


El concepto abstracto de una perfección posible toma su fuerza de la Verdad que los hombres le atribuyen: todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. En su protesta involuntaria contra lo malo se revela siempre una indestructible esperanza de lo mejor; en su agresión al pasado fermenta una sana levadura de porvenir.


No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva sino de la que se le atribuye. Aun cuando interpreta erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree sinceramente en su verdad o su excelsitud.


Reducir el idealismo a un dogma de escuela metafísica equivale a castrarlo; llamar idealismo a las fantasías de mentes enfermizas o ignorantes, que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrarse, es una de tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas. Los más vulgares diccionarios filosóficos sospechan este embrollo deliberado: “Idealismo: palabra muy vaga que no debe emplearse sin explicarla”.


Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como idealistas y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. Debe rehusarse el monopolio de los ideales y cuantos lo reclaman en nombre de escuelas filosóficas, sistemas de moral, credos de religión, fanatismo de secta o dogma de estética.


El “idealismo” no es privilegio de las doctrinas espiritualistas que desearían oponerlo al “materialismo”, llamando así, despectivamente, a todas las demás; ese equívoco, tan explotado por los enemigos de las Ciencias -tenidas justamente como hontanares de Verdad y de Libertad-, se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la idea, después de confundir al ideal con la idea y a esta con el espíritu, como entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata, visiblemente, de un juego de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios, que transportan a las doctrinas filosóficas el sentido que tienen los vocablos idealismo y materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en el conocimiento de la Verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y al dualista, al teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista. El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfección posible, antes que obstar al esfuerzo similar de los demás.



Y es más estrecha, aun, la tendencia a confundir el idealismo, que se refiere a los ideales, con las tendencias metafísicas que así se denominan porque consideran a las “ideas” más reales que la realidad misma, o presuponen que ellas son la realidad única, forjada por nuestra mente, como en el sistema hegeliano. “Ideólogos” no puede ser sinónimo de “idealistas”, aunque el mal uso induzca a creerlo.

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