JOSÉ
INGENIEROS
EL
HOMBRE MEDIOCRE
CUARTA ENTREGA
INTRODUCCIÓN
LA
MORAL DE LOS IDEALISTAS
I. La emoción del ideal
- II. De un idealismo fundado en la experiencia. - III. Los temperamentos
Idealistas. - IV. El idealismo romántico. - V. El idealismo estoico. - VI.
Símbolo.
II.
DE UN IDEALISMO FUNDADO EN EXPERIENCIA (3)
El concepto abstracto
de una perfección posible toma su fuerza de la Verdad que los hombres le
atribuyen: todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. En su
protesta involuntaria contra lo malo se revela siempre una indestructible
esperanza de lo mejor; en su agresión al pasado fermenta una sana levadura de
porvenir.
No es un fin, sino un
camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con que tiende a
realizarse no depende de su verdad efectiva sino de la que se le atribuye. Aun
cuando interpreta erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree
sinceramente en su verdad o su excelsitud.
Reducir el idealismo a
un dogma de escuela metafísica equivale a castrarlo; llamar idealismo a las
fantasías de mentes enfermizas o ignorantes, que creen sublimizar así su incapacidad
de vivir y de ilustrarse, es una de tantas ligerezas alentadas por los
espíritus palabristas. Los más vulgares diccionarios filosóficos sospechan este
embrollo deliberado: “Idealismo: palabra muy vaga que no debe emplearse sin
explicarla”.
Hay tantos idealismos como
ideales; y tantos ideales como idealistas y tantos idealistas como hombres
aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. Debe rehusarse
el monopolio de los ideales y cuantos lo reclaman en nombre de escuelas
filosóficas, sistemas de moral, credos de religión, fanatismo de secta o dogma
de estética.
El “idealismo” no es
privilegio de las doctrinas espiritualistas que desearían oponerlo al “materialismo”,
llamando así, despectivamente, a todas las demás; ese equívoco, tan explotado
por los enemigos de las Ciencias -tenidas justamente como hontanares de Verdad
y de Libertad-, se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la
idea, después de confundir al ideal con la idea y a esta con el espíritu, como
entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata, visiblemente, de un juego
de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios, que transportan a las
doctrinas filosóficas el sentido que tienen los vocablos idealismo y
materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en el conocimiento de
la Verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y al dualista, al
teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista. El particular ideal de cada uno
concurre al ritmo total de la perfección posible, antes que obstar al esfuerzo
similar de los demás.
Y es más estrecha, aun,
la tendencia a confundir el idealismo, que se refiere a los ideales, con las
tendencias metafísicas que así se denominan porque consideran a las “ideas” más
reales que la realidad misma, o presuponen que ellas son la realidad única, forjada
por nuestra mente, como en el sistema hegeliano. “Ideólogos” no puede ser
sinónimo de “idealistas”, aunque el mal uso induzca a creerlo.
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