JOSÉ
INGENIEROS
EL
HOMBRE MEDIOCRE
SEGUNDA ENTREGA
INTRODUCCIÓN
LA
MORAL DE LOS IDEALISTAS
I. La emoción del ideal
- II. De un idealismo fundado en la experiencia. - III. Los temperamentos
Idealistas. - IV. El idealismo romántico. - V. El idealismo estoico. - VI.
Símbolo.
II.
DE UN IDEALISMO FUNDADO EN EXPERIENCIA (1)
Los filósofos del
porvenir, para aproximarse a formas de expresión cada vez menos inexactas,
dejarán a los poetas el hermoso privilegio del lenguaje figurado; y los
sistemas futuros, desprendiéndose de añejos residuos místicos y dialécticos,
irán poniendo la Experiencia como fundamento de toda hipótesis legítima.
No es arriesgado pensar
que en la ética venidera florecerá un idealismo moral, independiente de dogmas
religiosos y de apriorismos metafísicos: los ideales de perfección, fundados en
la experiencia social y evolutivos como ella misma, constituirán la íntima
trabazón de una doctrina de la perfectibilidad indefinida, propicia a todas las
posibilidades del enaltecimiento humano.
Un ideal no es una
fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; para que sirva, debe ser
concebido así, actuante en función de la vida social que incesantemente
deviene. La imaginación, partiendo de la experiencia, anticipa juicios acerca
de futuros perfeccionamientos: los ideales, entre todas las creencias,
representan el resultado más alto de la función de pensar.
La evolución humana es
un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona
a su vez. Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido
de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas
refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre, un grupo o una raza son
idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir
perfeccionamientos posibles.
Los ideales son
formaciones naturales. Aparecen cuando las circunstancias propicias determinan
su imaginación y pueden anticiparse a la experiencia. No son entidades
misteriosamente infundidas en los hombres, ni nacen del azar. Se forman como
todos los fenómenos accesibles a nuestra observación. Son efectos de causas,
accidentes en la evolución universal investigadas por las ciencias y reunidas
por las filosofías. Y es fácil explicarlo, si se comprende. Nuestro sistema
solar es un punto en el cosmos; en ese punto es un simple detalle el planeta
que habitamos; en ese detalle la vida es un transitorio equilibrio químico de
la superficie; entre las complicaciones de ese equilibrio viviente la especie
humana data de un período brevísimo; en el hombre se desarrolla la función de
pensar como un perfeccionamiento de la adaptación al medio; uno de sus modos es
la imaginación que permite generalizar los datos de la experiencia, anticipando
sus resultados posibles y abstrayendo de ella ideales de perfección.
Así la filosofía del
porvenir, en vez de negarlos, permitirá afirmar su realidad como aspectos
legítimos de la función de pensar y los reintegrará en la concepción natural
del universo. Un ideal es un punto y un momento entre los infinitos posibles
que pueblan el espacio y el tiempo.
Evolucionar es variar.
En la evolución humana el pensamiento varía incesantemente. Toda variación es
adquirida por temperamentos predispuestos; las variaciones útiles tienden a
conservarse. La experiencia determina la formación natural de conceptos
genéricos, cada vez más sintéticos; la imaginación abstrae de estos ciertos
caracteres comunes, elaborando ideas generales que pueden ser hipótesis acerca
del incesante devenir: así se forman los ideales que, para el hombre, son
normativos de la conducta en consonancia con sus hipótesis. Ellos no son
apriorísticos, sino inducidos de una vasta experiencia; sobre ella se empina la
imaginación para prever el sentido en que varía la humanidad. Todo ideal representa
un nuevo estado de equilibrio entre el pasado y el porvenir.
Los ideales pueden no
ser verdades; son creencias. Su fuerza estriba en sus elementos efectivos;
influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo creemos. Por eso la
representación abstracta de las variaciones futuras adquiere un valor moral:
las más provechosas a la especie son concebidas como perfeccionamientos. Lo
futuro se identifica con lo perfecto. Y los ideales, por ser visiones
anticipadas de lo venidero, influyen sobre la conducta y con el instrumento
natural de todo progreso humano.
Mientras la instrucción
se limita a extender las nociones que la experiencia actual considera más
exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen propicios
a la perfección.
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