LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGESIMOSEXTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
5 (2)
Por su parte, que no
crea que tengo treinta; ¿qué importancia tiene eso? La edad no disminuye la intensidad
de los sentimientos, muy lejos de eso; y aunque mis cabellos se hayan vueltos
blancos como la nieve, no es por causa de la vejez, todo lo contrario, es por
una causa que vosotros ya conocéis. En lo que a mí respecta, no amo a las
mujeres. Ni tampoco a los hermafroditas. Necesito seres que se me parezcan, en
cuyas frentes la nobleza humana esté señalada con los caracteres más netos e
imborrables. ¿Estáis seguros de que aquellos que llevan largos cabellos tienen
una naturaleza igual a la mía? No lo creo, y no renegaré de mi opinión. Una
saliva salobre chorrea de mi boca, no sé por qué. ¿Quién quiere succionarla
para que yo me vea libre de ella? Pero aumenta… aumenta siempre. Yo sé de qué
se trata. He observado que cuando sorbo sangre de la garganta de los que se
acuestan a mi lado (es un error que me consideren vampiro, pues se designa así
a aquellos muertos que salen de sus tumbas; ahora bien, yo estoy vivo),
devuelvo al día siguiente una parte por la boca: esta es la explicación de la
saliva infecta. ¿Qué queréis que haga si los órganos debilitados por el vicio
se rehúsan a cumplir las funciones de nutrición? Pero no reveléis mis
confidencias a nadie. No es en mi provecho que digo esto, es en el vuestro y en
el de los otros, a fin de que el prestigio del secreto mantenga en los límites
del deber y de la virtud a aquellos que imantados por la electricidad de lo
desconocido, tuvieran la tentación de imitarme. Tened a bien observar mi boca
(por el momento no tengo tiempo para emplear una fórmula de cortesía más
extensa): desde el primer instante os llama la atención por el aspecto exterior
de su estructura, sin recurrir a la serpiente en vuestras comparaciones; la
causa está en que contraigo los tejidos hasta reducirlos al máximo, con el fin
de hacer creer que poseo un carácter frío. El cual, como no ignoráis, es
diametralmente lo opuesto. Lástima que no pueda yo mirar a través de estas
páginas seráficas el rostro de quien me lee. Si no ha pasado la pubertad, que
se acerque. Apriétame contra ti y no temas hacerme daño; ajustemos
progresivamente los lazos de nuestros músculos. Todavía más. Creo que es inútil
insistir; la opacidad, notable por más de un motivo, de esta hoja de papel, es
uno de los obstáculos insuperables para el logro de nuestra completa unión. Yo
experimenté siempre un infame capricho por la pálida juventud de los colegios y
por los niños descoloridos de los talleres. Mis palabras no son las
reminiscencias de un sueño, y yo tendría que desenredar demasiados recuerdos si
me fuera impuesta la obligación de hacer desfilar ante vuestros ojos los
acontecimientos que podrían sostener, con su testimonio, la veracidad de mi
dolorosa afirmación. La justicia humana todavía no me ha sorprendido en
flagrante delito, a pesar de la indiscutible habilidad de sus agentes. Yo mismo
asesiné (no hace mucho tiempo) a un pederasta que se prestaba con suficiente
docilidad a mi pasión; arrojé su cadáver a un pozo abandonado, y no hay pruebas
decisivas contra mí. ¿Por qué tiemblas de miedo, adolescente que me lees?
¿Crees que quiera hacer otro tanto contigo?
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