SANDINO NÚÑEZ
HUMANIDAD 2.0: EL
CAPITALISMO ALCANZA SU CONCEPTO
CUARTA ENTREGA
I (4)
2. Simbolectomía.
El otro ejemplo, se comprenderá, no es sino otra forma de decir el mismo.
Sabido es que el llamado al sexo en términos de placer tiene como contrapartida
inevitable una especie de aislamiento laboratorial de la función reproductiva.
Y al revés también es cierto. A pesar de la promesa de un goce
desterritorializado, o de plantear todo en una descripción técnico-mecánica
capaz de exorcizar, con su incesante luz incolora, los fantasmas traumáticos y
vergonzantes que arrastra la sexualidad desde el siglo XIX, y que ensombrecen,
mitifican o moralizan algo que debería consagrarse sencillamente al propio
cuerpo (el placer o la reproducción, sin el pivote de la sexualidad), en
realidad dispara y articula la malla fina y brutal de la disciplina y el orden,
tanto en el mercado reproductivo como en el pornográfico. Hay mapas obsesivos
de las perversiones en la literatura pornográfica (¿con qué se excita usted?,
¿viejas, adolescentes, animales, mierda, asiáticas, niños, voyeurismo, incesto,
tortura?); hay realización de fantasías estandarizadas al uso del consumidor
como disfraces o roles; hay sexólogos y autoayuda, gimnasias posturales
inverosímiles, toys y gadgets y prótesis mecánicas o químicas orientadas a
mejorar el rendimiento y a incrementar la duración y la profundidad del momento
de placer; hay prácticas siempre ritualizadas y ceremoniales como alimentación
afrodisíaca, aprovechamiento de los recursos energéticos, grupos o manadas que
comparten o toleran mis fantasías y por tanto alivian, amortiguan y distribuyen
horizontalmente el peso de mis tensiones, angustias y responsabilidades,
etcétera. Y hay por otro lado, ciertamente, un impecable mercado science
fiction de la reproducción y la fertilización asistidas, de mapeos genéticos,
de técnicas farmacológicas u hormonales de inducción a la ovulación, de
inseminación artificial, de fecundación in vitro, de gestación subrogada y
alquiler de matrices, en fin. Con la coartada de liberar tanto al cuerpo del
placer como al cuerpo reproductivo, e incluso, y sobre todo, de liberar a uno
del otro, se ha promovido y gestionado una operación tecnológica extrema y
brutal: la ablación o la amputación de la sexualidad freudiana como instancia
que articulaba simbólicamente al placer y al mandato reproductivo, esto es, que
ligaba —en la negatividad de la idea, el concepto y el sentido— al campo de lo
instintivo, lo animal o lo precultural, y al de lo social entendido como la
instrucción del Gran Otro. Separada del mundo fabuloso de la orgía, la
voluptuosidad o la perversión polimorfa, y del mundo burocrático de la demanda
autoritaria del orden y la reproducción (y de la reproducción del orden), la
sexualidad simbólica se aísla y se pierde como un ornato literario innecesario
y delirante, con sus fantasías religiosas de trascendencia, deseo, amor y
pecado, con sus miedos y sus vergüenzas, con sus sublimaciones y sus metáforas.
Y desligados de su responsabilidad simbólica, los grandes campos del placer y
de la obligación se positivizan y uniformizan en lo real tecnológico, en un
ideal neutro incestuoso de desempeño y saber-funcionar. Así terminamos por
vivir en el corazón del orden tecnológico del biopoder. Sin sexualidad, sin
amor, sin conceptos y sin relatos, sin esa negatividad simbólica subjetiva en
la que deben comparecer el placer y la reproducción, el instinto y el mandato
social, tanto el placer como la reproducción se convierten en una simple y
asfixiante militancia tecnológica abstracta y obsesiva del cuerpo por el cuerpo
y para el cuerpo. Por un lado, pura experiencia vital sin lenguaje y sin
significación, y por otro, puro orden y funcionamiento sintáctico muerto,
instrucciones, reglas y protocolos positivos sin sustancia vital. Y, una vez
separados, ambos son entregados, como objetos reales, sin herida negativa, sin
daño y sin duelo, al juego radical de la intervención tecnológica y económica.
Aquí se sepulta el sueño antropológico de Freud. El de la célula germinativa
que abandona la comodidad del organismo que funciona y vive, replegado en la
neutralidad del principio del placer y en los automatismos de la sobrevivencia,
y sale en busca de la plenitud perdida, al encuentro de esa mitad que la
complete como un llamado o un destino, y que mientras dura esa búsqueda, ese
deseo de completud, mientras se estira el riesgo absoluto de estar
inexorablemente lanzada, salida, siempre ya en marcha, sin saber con certeza
qué ha dejado atrás y qué la espera, aparecen el duelo, el lenguaje, la
historia y la civilización, el saber de la incompletud, la conciencia, la
negatividad que abre el automatismo a un sentido que ahora modifica y organiza
retroactivamente todo el proceso, introduciendo lo necesario allí donde no
parecía haber sino el campo continuo de lo inevitable. Lo que ocurre entonces
es una neutralización tecnológica de ese relato, una especie de cauterización
de esa herida y de ese lenguaje. Es más placentera la redondez neutra del
organismo y la vida, que el desamparo lúcido y desgarrado de esa mitad sin
completud. La magia del estímulo, contagiosa e inmediata, evita e impide el lento
rodeo de la construcción social del amor o del deseo. El punto terminal del
biopoder es una especie de renuncia racional-pragmática definitiva al
entreverado oscurantismo de las fantasías históricas, sociales o colectivas. O,
menos que una renuncia, es, mejor, un abandono o un alejamiento de las
relaciones sociales que nos entrega plenamente a la neutralidad misma de la
máquina de la producción y a las relaciones técnicas. ¿Por qué insistir con los
relatos y los mitos sublimes o vergonzosos, religiosos o malditos, sobre el
amor, los hijos, el pecado, la vergüenza, lo aterrorizante, etcétera, si
podemos ir directamente a la consola de lo real, y estimular tal o cual área
del cerebro, tal o cual glándula, tal o cual circuito neuronal o ecuación
electroquímica, para obtener el resultado de la reproducción, el placer, la
avidez, el trabajo, etcétera?, ¿por qué oscurecer filosófica, metafísica o
religiosamente a la política con supersticiones nihilistas como la Idea, el
sujeto, la soberanía, la conciencia, el alma, la ideología, etcétera, si en
definitiva podemos plantearla en términos de realpolitik o de administración
positiva o gestión pragmática y tecnológica de la economía territorial de los
cuerpos y de la vida?, ¿por qué convertir la educación en la “tarea imposible”
de subjetivar o politizar los cuerpos, si podemos plantearla directamente como
una capacitación, una disciplina o un adiestramiento del cuerpo para conseguir
su adaptación técnica a la máquina de la producción, el trabajo, la circulación
y el capital?, ¿y por qué, en suma, habrían nuestras vidas y nuestros cuerpos
de tener algún sentido o significar algo, si se miden en términos de salud,
adaptación, funcionamiento y rendimiento, es decir, si su verdad chata e
incesante es su valor tecnológico y su valor de cambio?
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