ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
UNDÉCIMA ENTREGA
1
EL TEATRO Y LA PESTE (7)
Pero si se necesita un
flagelo poderoso para revelar esta gratuidad frenética, y si ese flagelo se
llama la peste, quizá podamos determinar entonces el valor de esta gratuidad en
relación con nuestra personalidad total. El estado del apestado, que muere sin
destrucción de materias, con todos los estigmas de un mal absoluto y casi
abstracto, es idéntico al del actor, penetrado integralmente por sentimientos
que no lo benefician ni guardan relación con su condición verdadera. Todo
muestra en el aspecto físico del actor, como en el del apestado, que la vida ha
reaccionado hasta el paroxismo; y, sin embargo, nada ha ocurrido.
Entre el apestado que
corre gritando en persecución de sus visiones, y el actor que persigue sus
sentimientos, entre el hombre que inventa personajes que nunca hubiera
imaginado sin la plaga y los crea en medio de un público de cadáveres y
delirantes lunáticos, y el poeta que inventa intempestivamente personajes y los
entrega a un público igualmente inerte o delirante, hay otras analogías que
confirman las únicas verdades que importan aquí, y sitúan la acción del teatro,
como la de la peste, en el plano de una verdadera epidemia.
Pero así como las
imágenes de la peste, en relación con un potente estado de desorganización
física, son como las últimas andanadas de una fuerza espiritual que se agota,
las imágenes de la poesía en el teatro son una fuerza espiritual que inicia su
trayectoria en lo sensible y prescinde de la realidad. Una vez lanzado al furor
de su tarea, el actor necesita infinitamente más coraje para resistirse a
cometer un crimen que el asesino para completar su acto; y es aquí, en su misma
gratuidad, donde la acción de un sentimiento en el teatro aparece como
infinitamente más válida que la de un sentimiento realizado.
Comparada con la furia
del asesino, que se agota a sí misma, la del actor trágico se mantiene en los
límites del círculo perfecto. La furia del asesino completa un acto, se
descarga, y pierde contacto con la fuerza inspiradora, que no lo alimentará más.
La del actor ha tomado una fuerza que se niega a sí misma a medida que se
libera, y se disuelve en universalidad.
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