ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
DUODÉCIMA ENTREGA
1
EL TEATRO Y LA PESTE (8)
Si admitimos esta
imagen espiritual de la peste, descubriremos en los humores del apestado el
aspecto material de un desorden que, en otros planos, equivale a los
conflictos, a las luchas, a los cataclismos y a los desastres que encontramos
en la vida. Y así como no es imposible que la desesperación impotente y los
gritos de un lunático en un asilo lleguen a causar la peste, por una suerte de
reversibilidad de sentimientos e imágenes, puede admitirse también que los
acontecimientos exteriores, los conflictos políticos, los cataclismos
naturales, el orden de la revolución y el desorden de la guerra, al pasar al
plano del teatro, se descarguen a sí mismos en la sensibilidad del espectador
con toda la fuerza de una epidemia.
San Agustín, en La ciudad de Dios, lamenta esta
similitud entre la acción de la peste que mata sin destruir órganos, y el
teatro, que, sin matar, provoca en el espíritu, no ya de un individuo sino de
todo un pueblo, las más misteriosas alteraciones.
“Sabed -dice-, quienes
lo ignoráis, que esas representaciones, espectáculos pecaminosos, no fueron
establecidos en Roma por los vicios de los hombres, sino por orden de vuestros
dioses. Sería más razonable rendir honores divinos a Escipión * que a dioses
semejantes; ¡valían por cierto menos que su pontífice!
“Para apaciguar la
peste que mataba los cuerpos, vuestros dioses reclamaron que se les honrara con
esos espectáculos, y vuestro pontífice, queriendo evitar esta peste que
corrompe las almas, prohíbe hasta la construcción del escenario. Si os queda
aun una pizca de inteligencia y preferís el alma al cuerpo, mirad a quién debéis
reverenciar; pues la astucia de los espíritus malignos, previendo que iba a
cesar el contagio corporal, aprovechó alegremente la ocasión para introducir un
flagelo mucho más peligroso, que no ataca el cuerpo sino las costumbres. En
efecto, es tal la ceguera, tal la corrupción que los espectáculos producen en
el alma, que aun en estos últimos tiempos gentes que escaparon del saqueo de Roma
y se refugiaron en Cartago, y a quienes domina esta pasión funesta, estaban
todos los días en el teatro, delirando por lo histriones”.
Es inútil razones
precisas de ese delirio contagioso. Tanto valdría investigar por qué motivos el
sistema nervioso responde al cabo de cierto tiempo a las vibraciones de la
música más sutil, hasta que al fin esas vibraciones lo modifican de modo
duradero. Ante todo importa admitir que, al igual que la peste, el teatro es un
delirio, y es contagioso.
El espíritu cree lo que
ve y hace lo que cree: tal es el secreto de la fascinación. Y el texto de San
Agustín no niega en ningún momento la realidad de esta fascinación.
Sin embargo, es
necesario redescubrir ciertas condiciones para engendrar en el espíritu un
espectáculo capaz de fascinarlo; y esto no es solamente un asunto que concierna
al arte.
Pues el teatro es como
la peste y no sólo porque afecta a importantes comunidades, y las trastorna en
idéntico sentido. Hay en el teatro, como en la peste, algo a la vez victorioso
y vengativo. Advertimos claramente que la conflagración espontánea que provoca
la peste a su paso no es más que una inmensa liquidación.
* Escipión Nasica, gran
pontífice, que ordenó nivelar los teatros y tapar con tierra sus sótanos.
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