CARLOS
CASTANEDA
LAS
ENSEÑANZAS DE DON JUAN
(Una
forma yaqui de conocimiento)
CUADRAGESIMOPRIMERA
ENTREGA
PRIMERA
PARTE
“LAS
ENSEÑANZAS”
IV
(8)
Viernes,
6 de julio, 1962 (3)
Yo nunca había oído esa
palabra, y meditaba si preguntaría sobre ella cuando percibí un ruido que
parecía ser un zumbido dentro de mis orejas. El sonido se hizo gradualmente más
fuerte, hasta semejar la vibración causada por un enorme zumbador. Duró un
momento breve y se fue apagando hasta que todo estuvo otra vez en silencio. La
violencia y la intensidad del ruido me aterraron. Temblaba tanto que apenas
podía permanecer en pie; sin embargo, mi estado era perfectamente racional. Si
unos minutos antes me hallaba soñoliento, esta sensación había desaparecido por
entero, dando paso a una lucidez extrema. El ruido me recordó una película de ficción
científica en que las alas de una abeja gigantesca zumbaban al salir de un área
de radiación atómica. Reí de la idea. Vi a don Juan reclinarse para recuperar
su postura relajada. Y de pronto volvió a acosarme la imagen de una abeja
gigantesca. La imagen era más real que los pensamientos comunes. Estaba sola,
rodeada de una claridad extraordinaria. Todo lo demás fue expulsado de mi
mente. Este estado de claridad mental, sin precedente en mi vida, produjo otro
momento de terror.
Empecé a sudar. Me incliné
hacia don Juan para decirle que tenía miedo. Su rostro estaba a unos
centímetros del mío. Me miraba, pero sus ojos eran los ojos de una abeja.
Parecían anteojos redondos, con luz propia en la oscuridad. Sus labios formaban
una trompa y de ellos surgía un ruido acompasado: “Pehtuh-peh-tuh-tuh.” Salté
hacia atrás, casi chocando contra el muro de roca. Durante un tiempo al parecer
infinito experimenté un miedo insoportable. Jadeaba y gemía. El sudor se había
congelado sobre mi piel, dándome una rigidez incómoda. Entonces oí la voz de
don Juan diciendo:
-¡Levántate! ¡Muévete!
¡Levántate!
La imagen se desvaneció
y de nuevo pude ver su rostro familiar.
-Voy por agua -dije tras
otro momento interminable.
Mi voz se quebraba.
Apenas me era posible articular las palabras. Don Juan asintió. Mientras me
alejaba, advertí que el miedo se había ido en forma tan rápida y misteriosa
como su llegada.
Al acercarme al arroyo
noté que podía ver cada objeto en el camino. Recordé que acababa de ver
claramente a don Juan, cuando antes apenas podía distinguir sus contornos. Me
detuve y miré la distancia, y pude ver incluso el otro lado del valle. Algunos
peñascos que había allí se hicieron perfectamente visibles. Pensé que debería
ser de madrugada, pero se me ocurrió que tal vez hubiera perdido la noción del
tiempo. Miré mi reloj. ¡Eran las 12:10! Revisé el reloj para ver si estaba
funcionando. No podía ser mediodía: ¡tenía que ser medianoche! Planeaba correr
por el agua y volver a las rocas, pero vi acercarse a don Juan y lo esperé. Le
dije que podía ver en la oscuridad.
Él se quedó mirándome
largo rato sin decir palabra; si acaso habló, no lo oí, pues me hallaba
concentrado en mi nueva y única capacidad de ver en lo oscuro. Podía distinguir
los guijarros minúsculos en la arena. En momentos todo estaba tan claro que
parecía ser madrugada o atardecer. Luego se oscurecía; luego se aclaraba de
nuevo. Pronto advertí que la luminosidad correspondía a la diástole de mi
corazón, y la oscuridad a la sístole. El mundo se hacía brillante y oscuro y
brillante de nuevo con cada latido de mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario