ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El poder del lado oscuro de la
naturaleza humana)
Carl
G. Jung / Joseph Campbell.
ll
/ Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaniel Branden / Sam
Keen / Larry Dossey / Rollo May
/ M. Scott Peck / James Hillman / John Bradshaw y otros.
Edición
a cargo de Connie Zweig y Jeremia Abrams.
CIENTOCTOGÉSIMOQUINTA
ENTREGA
DÉCIMA PARTE
RECUPERAR NUESTRO LADO OSCURO
MEDIANTE LA INTUICIÓN, EL ARTE Y EL RITUAL
43: ASUMIR EL YO ENAJENADO
Nathaniel Branden (3)
Pero
la represión no se limita tan sólo a los sentimientos negativos sino que se va
generalizando progresivamente hasta llegar a comprometer a toda la vida
emocional. La represión de las emociones se rige por el mismo principio que la
anestesia quirúrgica, el bloqueo de la
sensibilidad, un bloqueo que no sólo anula la capacidad de sentir dolor
sino que también elimina la capacidad de experimentar placer.
Debemos
reconocer, sin embargo, que la represión emocional es una cuestión de grado y
que, por tanto, es más profunda y completa en unos individuos que en otros. Lo
cierto, en cualquier caso, es que la represión reduce tanto nuestra capacidad
de experimentar placer como nuestra capacidad de experimentar dolor.
No
resultará difícil, por tanto, admitir que todos los seres humanos arrastran el
peso de una enorme cantidad de sufrimiento inconsciente sin descargar, un
sufrimiento que no se origina solamente en el presente sino que se remonta a
los primeros años de nuestra vida.
Una
tarde estaba hablando con unos colegas sobre este tema cuando un joven psiquiatra
me dijo que creía que estaba exagerando la magnitud del problema. Le pedí,
entonces, que participara en una demostración. Se trataba de una persona
inteligente aunque algo tímida ya que hablaba en voz muy queda, casi con
reticencia, como si dudara de que los presentes estuviéramos realmente
interesados en conocer su opinión. Respondió que no tenía ningún inconveniente
en colaborar pero me advirtió también que si pretendía examinar su infancia quizás
no fuera un buen sujeto para mi experimento. En su opinión, aunque mi tesis
fuera correcta a nivel general, me dijo que tal vez convendría buscar otro
voluntario ya que temía que me llevara la lamentable sorpresa de ver mis
expectativas frustradas porque sus padres siempre se habían mostrado muy
receptivos a sus necesidades y había tenido la suerte de gozar de una niñez
extraordinariamente dichosa. A pesar de todo, sin embargo, le invité a
proseguir.
Le
expliqué entonces que íbamos a realizar un ejercicio que había diseñado para
trabajar en terapia con mis clientes. Le pedí que se sentara cómodamente en la
silla, apoyara los brazos, cerrara los ojos y relajara su cuerpo.
“Ahora”
-continué- quiero que imagines la siguiente escena: Estás agonizando en la cama
de un hospital. Tienes tu edad actual. No padeces ningún dolor físico pero eres
muy consciente, sin embargo, de que dentro de muy pocas horas tu vida habrá
concluido. Imagina que tu madre se halla de pie al borde de la cama. Observa su
rostro. ¡Hay tantas cosas por decir! Date cuenta de todo lo que habéis callado,
de todo lo que jamás os habéis dicho, de todos los pensamientos y sentimientos
que nunca habéis compartido. Esta es la mejor ocasión de tu vida para
comprender a tu madre y para que escuche lo que tengas que decirle. ¡Háblale! ¡Dícelo!”.
A
medida que hablaba las manos del joven iban crispándose, su rostro enrojeció y
podía percibirse claramente la tensión muscular de su frente y el anillo
muscular que rodeaba sus ojos con el que parecía tratar de reprimir el llanto.
Cuando por fin habló su voz sonaba más infantil que antes. Entonces dijo entre
gemidos: “¿Por qué no me escuchas? ¿Por
qué no me escuchas nunca cuando te hablo?”
En
ese momento interrumpí el trabajo porque no quise invadir su intimidad aunque
era evidente que tenía muchas cosas más que decir. No era el momento de hacer
psicoterapia ni tampoco me había invitado a ello pero hubiera sido muy
interesante señalarle la posible relación existente entre la frustración de su
necesidad infantil de ser escuchado y su carácter cauteloso y reservado. Al
cabo de un rato abrió los ojos, sacudió la cabeza con expresión atónita y un
tanto azorada y me dirigió una mirada de aprobación.
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