ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
Hay dulces y hay amargas (y hay que tragarlas)
Esta notita
persigue una doble finalidad: elogiar y alentar un buen emprendimiento, por una
parte, y hacer el elogio fúnebre de un poeta, por otra.
Empiezo por lo
primero. Ya tenía noticias yo de que el poeta y editor Diego Techeira venía
publicando con su sello, Solazul Ediciones, una serie de breves poemarios de
autor nacional, en la colección “Postales de poesía”. Me manda mensaje días
pasados, en el que me anoticia de que ha convertido la serie en un sistema de
suscriptores de poesía. La idea me agradó, por tres motivos: el primero, que es
bueno estar un poco más al día con lo mucho y muy bueno que en materia de
poesía se publica en Uruguay; la segunda, que es bueno si se puede lograrlo a
precio módico (que no se explicita aquí por no ser este un espacio comercial) y
la tercera, que el formato del poemario breve me resulta especialmente
disfrutable, pues el poeta apuesta, por decirlo de algún modo, a dejarme KO con
pocos golpes (aquello del cross a la mandíbula que decía Roberto Arlt sigue
vigente para mí). Así pues, acordé juntarme con él a tomar un café y abonarle
mi suscripción anual, por la que recibiría la entrega de octubre, un volumen
anterior de cortesía, y luego, mes a mes, la entrega correspondiente. De paso,
tendría gratis un rato de buena charla. Pero como negocios son negocios, tras
saludar aboné, y recibí mis primeros dos títulos, “Retablo roto” y “Selva
Selvaggia”*, ambos de Washington Benavides (1930 - 2017). Así que ya habrá
entendido el lector que el resto de la nota se dedicará a elogiar a un poeta que pasó a mejor vida, y a
elogiarlo en lo que deja vivo de este lado para el público: sus textos.
“Retablo roto” aborda, conjugándolos, tres temas caros a Benavides: la injusticia del mundo, la percepción de esa injusticia cuando quien la recibe y debe digerirla es un niño y la duda metafísica sobre la existencia –o no– de un Dios justiciero tras el caos del mundo.
Son muchos los
matices de dolor en este texto. Además de la violencia física, el hablante
lírico, en tercera persona, subraya desde una distancia piadosa que al niño de
estos versos le duele la humillación a la que se lo somete, ante los otros y
ante sí mismo, en cada castigo (se nota aquí una huella del docente de
literatura que ha debido exponer en el aula muchas veces los padecimientos del
Lazarillo de Tormes bajo sus primeros dos amos, el ciego y el clérigo). También
se muestra con acierto las huidas a la ficción, y el impacto brutal del regreso
a la realidad. Pesa también el dolor de querer y no poder identificarse con el
padre violento y tomarlo como modelo. Una de las más efectivas sutilezas del
gran poeta de Tacuarembó es mostrar que, por si no bastaran los adultos, también
los niños pueden hacerse victimarios de sus pares [“Ahí estaban: / lo
despojaron / de todas sus canicas. / Le mojaron la oreja. / Le tocaron el culo.
/ Eran cinco: el mozo / carnicero y cuatro / alumnos de otra escuela /
distante. / Desvalido, / comprendió el poder / de la fuerza / (una vez más).”].
En resumen, que vale la pena leer este librito que guarda en sus pocas páginas
mucha belleza y mucho sufrimiento.
“Selva
selvaggia” pulsa una cuerda parecida, pero el friso de injusticias y penurias
que el poeta pinta tiene una dimensión patria, es decir, de dolor de patria. El
propio Benavides escribió, para esta edición, una introducción en la que
explica que los textos buscan reflejar el horror de ver que, vueltos a la
democracia, en la segunda mitad de los años ’80, mucho sedimento de maldad
quedaba. Y queda, como escribiera el poeta pocos meses antes de morir, este
mismo año: “El poema debe ser entendido como una imagen sórdida de lo que fue
ese regreso doloroso, que aún no se completa en su recuperar todo lo que nos
robaron en la oscurana golpista.”. Y qué mejor leit–motiv para subrayar la sordidez que aludir a esa
“selva selvaggia” con al que Dante, en el Canto I del “Infierno” de su “Divina
Comedia”, representa el pecado y el horror que le produce recordarlo. Porque
aunque los ojos usuales de muchos de los habitantes de aquellos días se
hubieran habituado a la sordidez, los ojos del poeta no dejan de mirarla con
asco y condenarla como se debe, pues por mucho que alguno pueda complacerse en
ella, la maldad sigue siendo maldad. Vaya un ejemplo: “El atildado / el
damiselo del Volvo / vertiginoso / sube al adolescente / de championes de fuego
/ y le acaricia un muslo / selva / selvaggia.”. Vale la pena leerlo, otra vez,
y leerlo a un tiempo con pena y con admiración, y con el compromiso de hacer
algo, además de leer y lagrimear.
Habrá sin duda
por estos días más homenajes y más reseñas. El tiempo juzgará el legado del
“Bocha” Benavides (es un negocio duro la poesía: uno puede publicar en vida
cuarenta libros y ha de llamarse felicísimo si al siglo de muerto la gente
recuerda cuarenta versos). Para nosotros, los que hemos sido sus
contemporáneos, queda en el por ahora darle las gracias por todo y el hasta
luego, pues nos lo vamos a encontrar a cada rato, en sus libros y en sus letras
de canciones.
* RETABLO
ROTO y SELVA SELVAGGIA, de Washington Bernavides. Solazul Ediciones,
Montevideo, 2016 y 2017. 32 págs. en ambos casos.
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