16/10/17

ENTREPÁGINAS

por Juan de Marsilio


Hay dulces y hay amargas (y hay que tragarlas)



Esta notita persigue una doble finalidad: elogiar y alentar un buen emprendimiento, por una parte, y hacer el elogio fúnebre de un poeta, por otra.


Empiezo por lo primero. Ya tenía noticias yo de que el poeta y editor Diego Techeira venía publicando con su sello, Solazul Ediciones, una serie de breves poemarios de autor nacional, en la colección “Postales de poesía”. Me manda mensaje días pasados, en el que me anoticia de que ha convertido la serie en un sistema de suscriptores de poesía. La idea me agradó, por tres motivos: el primero, que es bueno estar un poco más al día con lo mucho y muy bueno que en materia de poesía se publica en Uruguay; la segunda, que es bueno si se puede lograrlo a precio módico (que no se explicita aquí por no ser este un espacio comercial) y la tercera, que el formato del poemario breve me resulta especialmente disfrutable, pues el poeta apuesta, por decirlo de algún modo, a dejarme KO con pocos golpes (aquello del cross a la mandíbula que decía Roberto Arlt sigue vigente para mí). Así pues, acordé juntarme con él a tomar un café y abonarle mi suscripción anual, por la que recibiría la entrega de octubre, un volumen anterior de cortesía, y luego, mes a mes, la entrega correspondiente. De paso, tendría gratis un rato de buena charla. Pero como negocios son negocios, tras saludar aboné, y recibí mis primeros dos títulos, “Retablo roto” y “Selva Selvaggia”*, ambos de Washington Benavides (1930 - 2017). Así que ya habrá entendido el lector que el resto de la nota se dedicará a  elogiar a un poeta que pasó a mejor vida, y a elogiarlo en lo que deja vivo de este lado para el público: sus textos.


“Retablo roto” aborda, conjugándolos, tres temas caros a Benavides: la injusticia del mundo, la percepción de esa injusticia cuando quien la recibe y debe digerirla es un niño y la duda metafísica sobre la existencia –o no– de un Dios justiciero tras el caos del mundo.


Son muchos los matices de dolor en este texto. Además de la violencia física, el hablante lírico, en tercera persona, subraya desde una distancia piadosa que al niño de estos versos le duele la humillación a la que se lo somete, ante los otros y ante sí mismo, en cada castigo (se nota aquí una huella del docente de literatura que ha debido exponer en el aula muchas veces los padecimientos del Lazarillo de Tormes bajo sus primeros dos amos, el ciego y el clérigo). También se muestra con acierto las huidas a la ficción, y el impacto brutal del regreso a la realidad. Pesa también el dolor de querer y no poder identificarse con el padre violento y tomarlo como modelo. Una de las más efectivas sutilezas del gran poeta de Tacuarembó es mostrar que, por si no bastaran los adultos, también los niños pueden hacerse victimarios de sus pares [“Ahí estaban: / lo despojaron / de todas sus canicas. / Le mojaron la oreja. / Le tocaron el culo. / Eran cinco: el mozo / carnicero y cuatro / alumnos de otra escuela / distante. / Desvalido, / comprendió el poder / de la fuerza / (una vez más).”]. En resumen, que vale la pena leer este librito que guarda en sus pocas páginas mucha belleza y mucho sufrimiento.


“Selva selvaggia” pulsa una cuerda parecida, pero el friso de injusticias y penurias que el poeta pinta tiene una dimensión patria, es decir, de dolor de patria. El propio Benavides escribió, para esta edición, una introducción en la que explica que los textos buscan reflejar el horror de ver que, vueltos a la democracia, en la segunda mitad de los años ’80, mucho sedimento de maldad quedaba. Y queda, como escribiera el poeta pocos meses antes de morir, este mismo año: “El poema debe ser entendido como una imagen sórdida de lo que fue ese regreso doloroso, que aún no se completa en su recuperar todo lo que nos robaron en la oscurana golpista.”. Y qué mejor leit–motiv  para subrayar la sordidez que aludir a esa “selva selvaggia” con al que Dante, en el Canto I del “Infierno” de su “Divina Comedia”, representa el pecado y el horror que le produce recordarlo. Porque aunque los ojos usuales de muchos de los habitantes de aquellos días se hubieran habituado a la sordidez, los ojos del poeta no dejan de mirarla con asco y condenarla como se debe, pues por mucho que alguno pueda complacerse en ella, la maldad sigue siendo maldad. Vaya un ejemplo: “El atildado / el damiselo del Volvo / vertiginoso / sube al adolescente / de championes de fuego / y le acaricia un muslo / selva / selvaggia.”. Vale la pena leerlo, otra vez, y leerlo a un tiempo con pena y con admiración, y con el compromiso de hacer algo, además de leer y lagrimear.


Habrá sin duda por estos días más homenajes y más reseñas. El tiempo juzgará el legado del “Bocha” Benavides (es un negocio duro la poesía: uno puede publicar en vida cuarenta libros y ha de llamarse felicísimo si al siglo de muerto la gente recuerda cuarenta versos). Para nosotros, los que hemos sido sus contemporáneos, queda en el por ahora darle las gracias por todo y el hasta luego, pues nos lo vamos a encontrar a cada rato, en sus libros y en sus letras de canciones.




* RETABLO ROTO y SELVA SELVAGGIA, de Washington Bernavides. Solazul Ediciones, Montevideo, 2016 y 2017. 32 págs. en ambos casos.

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