FLORENCIO SÁNCHEZ Y LA INTRODUCCIÓN DEL DRAMA MODERNO EN EL TEATRO
RIOPLATENSE
por Jorge Dubatti
TERCERA ENTREGA
Hermann Sudermann en el teatro de
Sánchez
Si bien el teatro
alemán, a comienzos del siglo XX, no tuvo en el Río de la Plata la fortuna y
penetración de otros como el español, el francés o el italiano, algunos
dramaturgos realistas-naturalistas como Hermann Sudermann o Gerhart Hauptmann
consiguieron una considerable circulación y recepción en el medio teatral
argentino.
La aceptación de la obra de Hermann
Sudermann fue tal que accedió frecuentemente a los escenarios porteños, contó
con ediciones nacionales, se intertextualizó en la producción de los
dramaturgos argentinos, generó muchas páginas críticas y testimonios de
lectores y espectadores. El teatro de Sudermann llega a la Argentina por
primera vez de la mano de compañías dramáticas españolas e italianas. También a
través de ediciones europeas los lectores porteños acceden a la lectura de sus
piezas. Circulan en Buenos Aires ediciones españolas (Biblioteca Blanca de
Sempere), francesas e italianas. En la Biblioteca Nacional, por ejemplo, hacia
1910 podían consultarse dos volúmenes editados en París: L'Honneur (1901) y L'Honneur; Magda (1902), ambos en traducción de M.
Rémon y N. Valentin. Las primeras ediciones nacionales son muy posteriores:
- El honor, en la Colección El Teatro, año I, 1921,
número 3, traducción de Rafael Palma.
- Batalla de mariposas, en la Colección La Escena,
1921, número 142, traducción de Ricardo Cappenberg.
- El honor, en la Colección Teatro Clásico, 1923, número
52, sin mención de traductor.
- Magda (El hogar paterno), en la Colección
Teatro Clásico, 1924, número 61, sin mención de traductor.
Las ediciones argentinas de novelas y
cuentos de Sudermann son anteriores. Parten de la publicación en La
Nación, en su sección de folletines, de El cántico de la muerte y El
molino silencioso en 1897 y El pasado indestructible en
1899, más tarde reeditados en forma de libro por la Editorial del mismo diario.
Las piezas teatrales de Sudermann comienzan a publicarse en Buenos Aires
tardíamente, justo en los años a partir de los cuales se empieza a producir la
progresiva declinación de la vigencia del realismo-naturalista en el teatro
nacional. En los años veinte Sudermann comienza a ser criticado y desplazado
por nuevos modelos alemanes: al prologar la primera edición argentina de La
cacatúa verde de Arthur Schnitzler, Agustín Remón observa que Arturo
Schnitzler es considerado el jefe del movimiento renovador de la escena
alemana, y cuenta cincuenta años. Ello solo constituye un triunfo excepcional
en un mundo literario como el de Alemania y Austria, donde tan severa revisión
de valores ha sido acometida, lo que ha provocado el arrinconamiento de algunos
falsos genios, absurdamente entronizados como tales. Tal Sudermann.
La representación de obras de Sudermann
en los escenarios de Buenos Aires fue frecuente, tanto que obliga a revisar una
afirmación juvenil de Ángel Battistessa, quien en ocasión de la muerte del
autor de El honor sostuvo en la revista Síntesis: «Sin las abundantes traducciones de las obras novelescas de
Sudermann, a poco quedaría reducido, por parte del público argentino, el
conocimiento de su arte. Más de veinte puestas en escena durante dos décadas
parecen demostrar lo contrario. Sin embargo, acaso pueda leerse la observación
de Battistessa como un indicador válido de la escasa o nula circulación del
teatro de Sudermann a fines de la década del veinte. El listado de estrenos en
vida de Sánchez es el siguiente:
- 1897: Casa paterna, por la
Compañía Italiana de Novelli.
- 1899: El honor, por la Compañía
Italiana de Clara della Guardia.
- 1901: La felicidad en un rincón,
por la Compañía Italiana de Clara della Guardia.
- 1902: Casa paterna, por la
Compañía Española de Teresa Mariani.
- 1903: El honor, por la Compañía
Francesa del Teatro Libre de Antoine.
- 1904: El hogar, por la Compañía
Serrador-Mari.
- 1905: El honor, por la Compañía
Española de Manuel de la Haza; Magda, por la Compañía Francesa
de Sarah Bernhardt.
- 1906: Magda, por la Compañía
Francesa de Lugné-Poe y Desprès.
- 1907: Piedra entre las piedras,
por la Compañía Italiana de Giovanni Grasso; El honor, por la
Compañía Española de Thuiller; Magda, por la Compañía Española
de Tallaví; Magda, por la Compañía Italiana de Eleonora Duse.
- 1910: El honor, en el Teatro
Comedia; La barca infiorata, en el Teatro Odeón.
Tal como esta lista deja ver, el teatro
de Sudermann gozó de una considerable fortuna en Buenos Aires, especialmente a
través de dos de sus obras: Magda y El honor.
Suele ser un lugar común citar a
Sudermann en los estudios sobre Florencio Sánchez, no así en la bibliografía
crítica correspondiente a otros dramaturgos argentinos de la misma época. Como
citamos antes, Edmundo Guibourg observó acertadamente que en la obra de Sánchez
puede hallarse más del «sentimentalismo» del autor de Magda que
del poderoso magisterio de Ibsen. Luis Ordaz retoma la crítica del estreno
de En familia en 1905 y recuerda que su autor, Enrique Frexas, vio
en dicha pieza una versión más oscura y pesimista de El honor.
Arturo Berenguer Carisomo, al estudiar
los efectos del teatro europeo en el Río de la Plata, destaca la importancia
de El honor e insiste sobre su vínculo con En familia: «El honor de Sudermann proporcionó a Sánchez casi toda
la estructura de su pieza». Ángela Blanco Amores de Pagella establece
relaciones entre Los derechos de la salud de Sánchez y la
novela El deseo de Sudermann, aspecto antes señalado por Ruth
Richardson en su Florencio Sánchez and the Argentine Theatre. El
trabajo que mayores aportes entraña al respecto es la monografía ya citada de
Dora Corti. Según esta investigadora, Sánchez conocía el teatro de
Sudermann «sobre todo por las sombrías y desencantadas
escenas de L'honneur y Magda (p.
209). Retoma palabras de Alberto Zum Felde (de su libro Proceso
intelectual del Uruguay) para destacar como principales modelos del teatro
de Sánchez a Ibsen, Sudermann, Gorki y Bracco (p. 319). Corti encuentra,
además, relaciones temáticas entre M'hijo el dotor y El
hogar, entre La pobre gente y El honor (p.
223 y 227). Como Luis Ordaz, cita la crítica de Frexas de 1905 pero se encarga
de deslindar, brevemente, algunas diferencias entre En familia y El
honor (p. 240).
De todas las afirmaciones de la
crítica, la de mayor sustento es la que vincula En familia y El
honor. Analicemos detalladamente esta relación. Dos rasgos comunes a ambas
obras dan fundamento al estudio comparatista: las dos comparten una misma
poética teatral (emplean los mismos procedimientos del realismo social); ambas
cuentan historias parecidas. En la pieza de Sudermann Roberto Heineke regresa
de las Indias, donde ha permanecido por mucho tiempo, para reencontrarse con su
familia. Los Heineke son gente humilde y viven en el patio interior del
palacete de los Muling, con quienes mantienen una relación laboral de
servidumbre. Roberto siente por los Muling una admiración incondicional:
gracias a ellos se ha educado y ha prosperado en el extranjero al frente de una
de las empresas de los Muling. Sin embargo, la vuelta lo convertirá en testigo
de la degradación de su familia y de la crueldad de sus protectores. El hijo de
su patrón, Carlos, ha seducido -con el beneplácito de los padres de Roberto- a
su hermana Alma. Ante esta situación, Roberto desafía a Carlos; pero un amigo
que lo ha acompañado en su viaje, el Conde Trast, lo incita a alejarse
nuevamente de su familia. Para enmendar la falta de Carlos,
el Sr. Muling entrega a los Heineke una enorme suma de dinero, que
los padres de Alma aceptan sin demora. Ante la ceguera de sus padres frente a
la pérdida del honor social, Roberto devuelve a Muling dicha suma y abandona a
su familia y a sus antiguos protectores execrándolos. Regresa a las Indias pero
acompañado por Leonor, la hermosa hija de los Muling, diferente a sus padres.
En En familia Damián regresa a su hogar porteño
acompañado de su mujer Delfina porque en la Provincia de Santa Cruz unos
infortunados negocios le han hecho perder sus bienes. Encuentra a su familia
hundida en la miseria y el oprobio, y se propone «regenerarla». Con el permiso
de Jorge, su padre, toma las riendas de la familia pero sus esperanzas se
frustran rápidamente: su padre traicionará su confianza y, para salvar su
reputación, Damián deberá denunciarlo a la policía como a un ladrón. Aunque
desarrollado con obvias diferencias, hay un motivo común en ambas obras: el
personaje rectificador que fracasa, cuya génesis puede hallarse sin duda en
Gregorio Werle, el «villano idealista» de El
pato salvaje de Henrik Ibsen, autor que generó poderosa influencia en
el teatro de Sudermann. Tanto Roberto Heineke como Damián regresan al seno
familiar después de una larga etapa de alejamiento y descubren que se han
vuelto extraños para los suyos. Roberto expresa a Trast:
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Me avergüenzo
de mi condición. Los míos no me aman. Por mi parte, a su lado siento
escalofríos... Me atormentan insensatas sospechas... Hasta me parece que ya
no respeto a mi madre [...] Creí regresar al hogar de mis padres y me
encuentro en un mundo desconocido, en el que apenas me atrevo a respirar.
|
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(El honor, Acto I, Escena IX, p. 13)
|
|
Damián y Delfina se sentirán agredidos
y despreciados por Laura y Emilia. Al primer contacto con su padre, Damián le
dirá: «Te desconozco» (En familia, Acto I, Escena
X). Tanto Damián como Roberto emprenden una acción de regeneración, de cura,
corrección y reprensión en sus hogares y para ambos la tarea resultará
infructuosa, aunque con distintos resultados. Desde el comienzo de la acción
sabemos que la empresa de este sujeto rectificador es un error, porque un
personaje testigo, de mayor lucidez (el Conde Trast en El honor;
Delfina, Eduardo y Mercedes, en En familia) se encarga de
advertirle y hacerlo conciente de lo vano de sus intentos. Sobre el cierre
de El honor, Trast dirá a Roberto que «el único
equivocado has sido tú, desde el comienzo hasta el fin» (Acto IV, Escena
I, p. 38). En En familia, Delfina llama a Damián «ingenuo» y
«Quijote». Este sujeto que regresa, intenta regenerar las costumbres y fracasa
es común a las dos obras; tiene en ambas el mismo sistema de valores como motor
de sus iniciativas: es el «honor», como mandato social, el que lo destina a
llevar adelante sus acciones. En la pieza de Sudermann, esta problemática tiene
un desarrollo complejo y rico. Sudermann retoma el procedimiento ibseniano de
la «red simbólica» y vuelve una y otra vez sobre el
tema y las imágenes del honor. En familia, en cambio, otorga menos
espacio a la reflexión filosófica sobre el tema. Pero en los dos casos el honor
es básicamente el mismo: cada individuo o grupo social debe cumplir su papel
con decoro, es decir, en acuerdo a su rango y real lugar social, en su medio
correspondiente.
Pero este sujeto común está inserto en
un contexto diferente en cada obra. En El honor los oponentes
a la iniciativa de Roberto Heineke no son solamente los integrantes de su
familia sino también la mayoría de los miembros de la familia Muling. Entre los
Heineke y los Muling se ha establecido una relación perversa de
complementariedad y mutuo amparo, ambas partes son causantes del fracaso de
Roberto. A pesar de ello, en el desenlace Roberto rescata con un gesto pietista
a los suyos («porque a pesar de que son muy pobres e
ignorantes los quiero con toda mi alma», Acto IV, Escena IX, p. 46), en
concesión a la mentalidad del drama social de defensa del proletariado; y acusa
a los ricos patrones de «ladrones» de su hogar, de su amor al prójimo, de su fe
en Dios, de su paz y de su honor. En suma, Roberto Heineke no se enfrenta a un
pequeño núcleo humano sino a una representación de todos los estamentos
sociales, de la comunidad en su conjunto. Esto hace que el destinatario de sus
acciones no sea su familia sino «una nueva patria, un nuevo
hogar» (Acto IV, Escena X, p. 46) que haga real un modelo social más
perfecto. En En familia el núcleo de oposición es el
endogrupo. Los integrantes de la familia de Damián están en una situación de
aislamiento, se han distanciado del entorno social por su desprestigio, son mal
vistos en el barrio por andar «pechando y estafando a las
relaciones» (Acto I, Escena III). El estado de este grupo es, a diferencia
del de El honor, de indigencia e inestabilidad. En la pieza de
Sudermann, la pérdida del honor permite un equilibrio con los poderosos y es
fuente de dinero, de bienestar material; en En familia el «desconcepto» y la «desvergüenza» los
distancian del medio social. De allí que en la obra de Sánchez no se diseñe un
modelo de utopía social tan ambicioso como el de El honor. El
destinatario de las acciones de Damián es su familia, hundida por sus prácticas
viciosas y por su desapego al trabajo. De esta manera el significado resultante
de las dos piezas es divergente.
Otra diferencia importante entre ambas
obras radica en los ayudantes de Roberto y de Damián. En El honor,
al Conde Trast se suma Leonor, la hija «buena» de los
Muling. Esto da al cierre del texto un carácter alegórico: la unión armónica de
un representante del orden social alto con otro del orden social bajo.
Sudermann sueña con una posible integración de los diferentes niveles sociales.
Tal vez este desenlace haya inspirado a Florencio Sánchez el de sus
dramas M'hijo el dotor y La gringa, en los que se
busca una equilibrada unión de polos sociales diferentes. Sin embargo, en En
familia no es así. Damián tiene como ayudantes a su mujer Delfina y a
su pasiva madre, Mercedes. En un grado de actividad mucho menor, también
colabora con él Eduardo al pintar descarnadamente la personalidad de su padre y
sus hermanos. A pesar de las buenas advertencias de Delfina y Mercedes, estos
personajes no logran concretar ningún hecho favorable para Damián. Con
semejantes ayudantes su fracaso es rotundo y su final mucho más doloroso: tal
como observó Frexas en 1905, en En familia está «la visión que de la vida acusa El honor de
Sudermann pero ennegrecida y amargada como por torrentes de hiel».
Esto determina cambios en la justicia
poética: El honor es un drama en el que las interdicciones
sufridas por el héroe son finalmente compensadas por la ratificación de sus
ideas y la futuridad de sus proyectos, en suma, un final positivo. En En
familia asistimos, por el contrario, a la consumación de una tragedia:
la buena voluntad y las ideas nobles de Damián no serán premiadas sino que
cargará sobre sí el dolor de la traición paterna y la obligación de denunciar a
su padre como ladrón. El desenlace es casi tan incontrovertible como una
muerte.
Sánchez conocía El honor de
Sudermann, acaso a través de lecturas o de su experiencia como espectador.
Retoma su intertexto pero no en forma epigonal: la pieza de Sudermann es para
Sánchez un estímulo, la propuesta de un conjunto de procedimientos como punto
de partida para la construcción de otros mundos ficcionales, con otros fines.
El caso permite reflexionar sobre los problemas que el comparatismo enfrenta
cuando un gran autor, de fuerte creatividad, retoma elementos de otro texto
para su propia producción. Las huellas de ese modelo inicial son sujetas por el
creador a reelaboraciones y cambios que las modifican y distancian de su
fuente, en servicio de una nueva intencionalidad. Sánchez parte de la
construcción sudermanniana del personaje rectificador fracasado; pero varía su
inserción, sus valores, sus oponentes y colaboradores, su sistema de premios y
castigos, su relación con el endogrupo familiar y el exogrupo social.
En cuanto a la relación entre Magda (El
hogar) y M'hijo el dotor, es más oblicua y opaca. Comparten
también una misma poética teatral pero los vínculos intertextuales son menores.
En Magda Sudermann construye un sujeto cuestionador de la
mentalidad paterna, de las «viejas tradiciones» (Acto II,
Escena VIII, p. 49). Se trata de Magda Schwarz, personaje que propone una
visión de la realidad discrepante respecto de la doxa que rige las conductas
sociales y familiares de su entorno. Magda representa las «ideas
modernas» (Acto I, Escena V, p. 20), en relación con las nuevas
discusiones científicas e intelectuales del positivismo: «el
atavismo, la lucha por la existencia y los derechos individuales» (ibidem). El punto de vista de Sudermann
rescata la actitud y los valores encarnados por Magda y rechaza a su oponente,
el coronel retirado Leopoldo Schwarz, padre de Magda, síntesis del pensamiento
de la sociedad conservadora. Según la perspectiva reaccionaria de aquel «los tiempos y las ideas modernas destruyen la paz del hogar,
incitan a los hijos a la rebelión, siembran la desconfianza entre los cónyuges
y acaban por arruinarlo todo» (Acto I, Escena V, p. 21).
Como Sudermann, Sánchez focaliza el
enfrentamiento de dos mentalidades, una tradicional y otra renovadora, en los
personajes de Olegario y Julio, padre e hijo. Pero Sánchez no da al sujeto
cuestionador la grandeza que Sudermann otorga a Magda y parece dar la razón a
don Olegario, más allá de lo argumentado -a nuestro juicio en forma errónea-
por Mariano G. Bosch.
Magda se ha alejado del hogar paterno
para realizar su vocación: estudiar canto y teatro. Durante doce años ha
sufrido duras pruebas: ha tenido un hijo, soltera; ha debido sobrevivir
asumiendo las labores más bajas. Sin embargo, Magda ha triunfado y en su
positivo balance defiende una moral individualista (de indudable raíz
ibseniana): «He permanecido fiel a mí misma», explica al
Pastor Hefterding (Acto III, Escena VI, p. 67). Magda descubre en los
comportamientos propiciados por el Pastor «un sacrificio
de la personalidad» (Acto III, Escena VI, p. 64). Su opción es el exacto
reverso de la que impone la norma social, sintetizada por su hermana menor,
María Schwarz: «Usted sabe mejor que yo que en la sociedad
en que vivimos estamos sujetos los unos a los otros y que todos dependemos de
la buena opinión en que nos tienen los demás» (Acto I, Escena II, p. 10).
Julio, el protagonista de M'hijo
el dotor, es un personaje mucho menos «digno»: es mantenido por su padre,
en Buenos Aires ha hecho vida de «calavera», y «no ha
andado muy bien de conducta» (Acto I, Escena XII). Es «irrespetuoso
y algo botarate» y «se le han metido en el cuerpo
unas ideas descabelladas [...] le da por ser medio anarquista o socialista y no
cree en Dios» (ibidem). Como Magda, Julio
reconoce una moral propia («mi moral», Acto II, Escena
VII) pero manifiesta dos grandes diferencias: no logrará imponer su moral
frente al peso de los reclamos paternos y del embarazo de Jesusa; no cumple la
función, como en Magda, de sujeto desenmascarador. En la pieza de Sudermann
(Acto III, Escena IX) Magda desenmascara uno a uno los prejuicios y
contradicciones de una sociedad pacata, hipócrita y mentirosa. Su poder revulsivo
desentraña el «mal» social hasta un nivel de alcance nacional («la
moral de mi país», explica, p. 75). Magda es heredera de Lona, el instrumento
de la «libertad y la verdad» en Los pilares
de la sociedad (1877) de Henrik Ibsen. Dicha fuerza desenmascaradora
no está en Julio pero sí se reproducirá más tarde en el José Luis de Las
campanas de Julio Sánchez Gardel. La trivialidad de Julio en M'hijo
el dotor manifiesta claramente la voluntad de Sánchez de generar un
sentido opuesto al del texto de Sudermann. Si en el nivel composicional se
advierten algunos rasgos intertextuales (la oposición padre-hijo como
encarnación de dos visiones de mundo antitéticas, una conservadora y otra
progresista; la figura del sujeto cuestionador que exalta una moral «moderna» e
individualista), el sentido resultante en Sudermann se opone al de la pieza de
Sánchez.
Sudermann tuvo, en las dos primeras
décadas de este siglo, una intensa capacidad para captar los intereses del
público rioplatense. Así lo demuestran las numerosas puestas de sus obras, las
ediciones y su ingerencia en la dramaturgia de Sánchez. Si bien hoy su
producción ha envejecido notablemente para los gustos de los espectadores
argentinos, alguna vez fue un reconocido protagonista en la rica vida teatral porteña.
Como lo demuestra el caso de Hermann
Sudermann, Florencio Sánchez fue un atento receptor del nuevo teatro europeo.
Sus conocimientos del teatro internacional no pueden negarse y deben desecharse
los lugares comunes de cierta bibliografía que, amparándose únicamente en los
retratos anecdóticos, habla de la «desinformación», la «intuición» o la
«espontaneidad» dramática del autor de Barranca abajo. El teatro se
hace con teatro y Sánchez supo aprovechar sabiamente la lección de los maestros
europeos, proponiendo a los dramaturgos locales una forma válida de apropiación
rioplatense de dicha textualidad. La fuerza creadora de Sánchez determina que
en ningún caso la relación con los textos europeos sea meramente epigonal o
mecánica: Sánchez se apropia de los intertextos y los sujeta a una profunda
reelaboración, poniendo en juego componentes de la tradición teatral y el
contexto ideológico vernáculos y generando un complejo proceso de cruce y
transculturación de las formas europeas.
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