31/10/17



FLORENCIO SÁNCHEZ Y LA INTRODUCCIÓN DEL DRAMA MODERNO EN EL TEATRO RIOPLATENSE

por Jorge Dubatti


TERCERA ENTREGA


Hermann Sudermann en el teatro de Sánchez


Si bien el teatro alemán, a comienzos del siglo XX, no tuvo en el Río de la Plata la fortuna y penetración de otros como el español, el francés o el italiano, algunos dramaturgos realistas-naturalistas como Hermann Sudermann o Gerhart Hauptmann consiguieron una considerable circulación y recepción en el medio teatral argentino.


La aceptación de la obra de Hermann Sudermann fue tal que accedió frecuentemente a los escenarios porteños, contó con ediciones nacionales, se intertextualizó en la producción de los dramaturgos argentinos, generó muchas páginas críticas y testimonios de lectores y espectadores. El teatro de Sudermann llega a la Argentina por primera vez de la mano de compañías dramáticas españolas e italianas. También a través de ediciones europeas los lectores porteños acceden a la lectura de sus piezas. Circulan en Buenos Aires ediciones españolas (Biblioteca Blanca de Sempere), francesas e italianas. En la Biblioteca Nacional, por ejemplo, hacia 1910 podían consultarse dos volúmenes editados en París: L'Honneur (1901) y L'Honneur; Magda (1902), ambos en traducción de M. Rémon y N. Valentin. Las primeras ediciones nacionales son muy posteriores:
  • El honor, en la Colección El Teatro, año I, 1921, número 3, traducción de Rafael Palma.
  • Batalla de mariposas, en la Colección La Escena, 1921, número 142, traducción de Ricardo Cappenberg.
  • El honor, en la Colección Teatro Clásico, 1923, número 52, sin mención de traductor.
  • Magda (El hogar paterno), en la Colección Teatro Clásico, 1924, número 61, sin mención de traductor.

Las ediciones argentinas de novelas y cuentos de Sudermann son anteriores. Parten de la publicación en La Nación, en su sección de folletines, de El cántico de la muerte y El molino silencioso en 1897 y El pasado indestructible en 1899, más tarde reeditados en forma de libro por la Editorial del mismo diario. Las piezas teatrales de Sudermann comienzan a publicarse en Buenos Aires tardíamente, justo en los años a partir de los cuales se empieza a producir la progresiva declinación de la vigencia del realismo-naturalista en el teatro nacional. En los años veinte Sudermann comienza a ser criticado y desplazado por nuevos modelos alemanes: al prologar la primera edición argentina de La cacatúa verde de Arthur Schnitzler, Agustín Remón observa que Arturo Schnitzler es considerado el jefe del movimiento renovador de la escena alemana, y cuenta cincuenta años. Ello solo constituye un triunfo excepcional en un mundo literario como el de Alemania y Austria, donde tan severa revisión de valores ha sido acometida, lo que ha provocado el arrinconamiento de algunos falsos genios, absurdamente entronizados como tales. Tal Sudermann.


La representación de obras de Sudermann en los escenarios de Buenos Aires fue frecuente, tanto que obliga a revisar una afirmación juvenil de Ángel Battistessa, quien en ocasión de la muerte del autor de El honor sostuvo en la revista Síntesis: «Sin las abundantes traducciones de las obras novelescas de Sudermann, a poco quedaría reducido, por parte del público argentino, el conocimiento de su arte. Más de veinte puestas en escena durante dos décadas parecen demostrar lo contrario. Sin embargo, acaso pueda leerse la observación de Battistessa como un indicador válido de la escasa o nula circulación del teatro de Sudermann a fines de la década del veinte. El listado de estrenos en vida de Sánchez es el siguiente:
  • 1897: Casa paterna, por la Compañía Italiana de Novelli.
  • 1899: El honor, por la Compañía Italiana de Clara della Guardia.
  • 1901: La felicidad en un rincón, por la Compañía Italiana de Clara della Guardia.
  • 1902: Casa paterna, por la Compañía Española de Teresa Mariani.
  • 1903: El honor, por la Compañía Francesa del Teatro Libre de Antoine.
  • 1904: El hogar, por la Compañía Serrador-Mari.
  • 1905: El honor, por la Compañía Española de Manuel de la Haza; Magda, por la Compañía Francesa de Sarah Bernhardt.
  • 1906: Magda, por la Compañía Francesa de Lugné-Poe y Desprès.
  • 1907: Piedra entre las piedras, por la Compañía Italiana de Giovanni Grasso; El honor, por la Compañía Española de Thuiller; Magda, por la Compañía Española de Tallaví; Magda, por la Compañía Italiana de Eleonora Duse.
  • 1910: El honor, en el Teatro Comedia; La barca infiorata, en el Teatro Odeón.

Tal como esta lista deja ver, el teatro de Sudermann gozó de una considerable fortuna en Buenos Aires, especialmente a través de dos de sus obras: Magda y El honor.


Suele ser un lugar común citar a Sudermann en los estudios sobre Florencio Sánchez, no así en la bibliografía crítica correspondiente a otros dramaturgos argentinos de la misma época. Como citamos antes, Edmundo Guibourg observó acertadamente que en la obra de Sánchez puede hallarse más del «sentimentalismo» del autor de Magda que del poderoso magisterio de Ibsen. Luis Ordaz retoma la crítica del estreno de En familia en 1905 y recuerda que su autor, Enrique Frexas, vio en dicha pieza una versión más oscura y pesimista de El honor.


Arturo Berenguer Carisomo, al estudiar los efectos del teatro europeo en el Río de la Plata, destaca la importancia de El honor e insiste sobre su vínculo con En familia«El honor de Sudermann proporcionó a Sánchez casi toda la estructura de su pieza». Ángela Blanco Amores de Pagella establece relaciones entre Los derechos de la salud de Sánchez y la novela El deseo de Sudermann, aspecto antes señalado por Ruth Richardson en su Florencio Sánchez and the Argentine Theatre. El trabajo que mayores aportes entraña al respecto es la monografía ya citada de Dora Corti. Según esta investigadora, Sánchez conocía el teatro de Sudermann «sobre todo por las sombrías y desencantadas escenas de L'honneur y Magda (p. 209). Retoma palabras de Alberto Zum Felde (de su libro Proceso intelectual del Uruguay) para destacar como principales modelos del teatro de Sánchez a Ibsen, Sudermann, Gorki y Bracco (p. 319). Corti encuentra, además, relaciones temáticas entre M'hijo el dotor y El hogar, entre La pobre gente y El honor (p. 223 y 227). Como Luis Ordaz, cita la crítica de Frexas de 1905 pero se encarga de deslindar, brevemente, algunas diferencias entre En familia y El honor (p. 240).


De todas las afirmaciones de la crítica, la de mayor sustento es la que vincula En familia y El honor. Analicemos detalladamente esta relación. Dos rasgos comunes a ambas obras dan fundamento al estudio comparatista: las dos comparten una misma poética teatral (emplean los mismos procedimientos del realismo social); ambas cuentan historias parecidas. En la pieza de Sudermann Roberto Heineke regresa de las Indias, donde ha permanecido por mucho tiempo, para reencontrarse con su familia. Los Heineke son gente humilde y viven en el patio interior del palacete de los Muling, con quienes mantienen una relación laboral de servidumbre. Roberto siente por los Muling una admiración incondicional: gracias a ellos se ha educado y ha prosperado en el extranjero al frente de una de las empresas de los Muling. Sin embargo, la vuelta lo convertirá en testigo de la degradación de su familia y de la crueldad de sus protectores. El hijo de su patrón, Carlos, ha seducido -con el beneplácito de los padres de Roberto- a su hermana Alma. Ante esta situación, Roberto desafía a Carlos; pero un amigo que lo ha acompañado en su viaje, el Conde Trast, lo incita a alejarse nuevamente de su familia. Para enmendar la falta de Carlos, el Sr. Muling entrega a los Heineke una enorme suma de dinero, que los padres de Alma aceptan sin demora. Ante la ceguera de sus padres frente a la pérdida del honor social, Roberto devuelve a Muling dicha suma y abandona a su familia y a sus antiguos protectores execrándolos. Regresa a las Indias pero acompañado por Leonor, la hermosa hija de los Muling, diferente a sus padres.

En En familia Damián regresa a su hogar porteño acompañado de su mujer Delfina porque en la Provincia de Santa Cruz unos infortunados negocios le han hecho perder sus bienes. Encuentra a su familia hundida en la miseria y el oprobio, y se propone «regenerarla». Con el permiso de Jorge, su padre, toma las riendas de la familia pero sus esperanzas se frustran rápidamente: su padre traicionará su confianza y, para salvar su reputación, Damián deberá denunciarlo a la policía como a un ladrón. Aunque desarrollado con obvias diferencias, hay un motivo común en ambas obras: el personaje rectificador que fracasa, cuya génesis puede hallarse sin duda en Gregorio Werle, el «villano idealista» de El pato salvaje de Henrik Ibsen, autor que generó poderosa influencia en el teatro de Sudermann. Tanto Roberto Heineke como Damián regresan al seno familiar después de una larga etapa de alejamiento y descubren que se han vuelto extraños para los suyos. Roberto expresa a Trast:


Me avergüenzo de mi condición. Los míos no me aman. Por mi parte, a su lado siento escalofríos... Me atormentan insensatas sospechas... Hasta me parece que ya no respeto a mi madre [...] Creí regresar al hogar de mis padres y me encuentro en un mundo desconocido, en el que apenas me atrevo a respirar.

(El honor, Acto I, Escena IX, p. 13)
               



Damián y Delfina se sentirán agredidos y despreciados por Laura y Emilia. Al primer contacto con su padre, Damián le dirá: «Te desconozco» (En familia, Acto I, Escena X). Tanto Damián como Roberto emprenden una acción de regeneración, de cura, corrección y reprensión en sus hogares y para ambos la tarea resultará infructuosa, aunque con distintos resultados. Desde el comienzo de la acción sabemos que la empresa de este sujeto rectificador es un error, porque un personaje testigo, de mayor lucidez (el Conde Trast en El honor; Delfina, Eduardo y Mercedes, en En familia) se encarga de advertirle y hacerlo conciente de lo vano de sus intentos. Sobre el cierre de El honor, Trast dirá a Roberto que «el único equivocado has sido tú, desde el comienzo hasta el fin» (Acto IV, Escena I, p. 38). En En familia, Delfina llama a Damián «ingenuo» y «Quijote». Este sujeto que regresa, intenta regenerar las costumbres y fracasa es común a las dos obras; tiene en ambas el mismo sistema de valores como motor de sus iniciativas: es el «honor», como mandato social, el que lo destina a llevar adelante sus acciones. En la pieza de Sudermann, esta problemática tiene un desarrollo complejo y rico. Sudermann retoma el procedimiento ibseniano de la «red simbólica» y vuelve una y otra vez sobre el tema y las imágenes del honor. En familia, en cambio, otorga menos espacio a la reflexión filosófica sobre el tema. Pero en los dos casos el honor es básicamente el mismo: cada individuo o grupo social debe cumplir su papel con decoro, es decir, en acuerdo a su rango y real lugar social, en su medio correspondiente.


Pero este sujeto común está inserto en un contexto diferente en cada obra. En El honor los oponentes a la iniciativa de Roberto Heineke no son solamente los integrantes de su familia sino también la mayoría de los miembros de la familia Muling. Entre los Heineke y los Muling se ha establecido una relación perversa de complementariedad y mutuo amparo, ambas partes son causantes del fracaso de Roberto. A pesar de ello, en el desenlace Roberto rescata con un gesto pietista a los suyos («porque a pesar de que son muy pobres e ignorantes los quiero con toda mi alma», Acto IV, Escena IX, p. 46), en concesión a la mentalidad del drama social de defensa del proletariado; y acusa a los ricos patrones de «ladrones» de su hogar, de su amor al prójimo, de su fe en Dios, de su paz y de su honor. En suma, Roberto Heineke no se enfrenta a un pequeño núcleo humano sino a una representación de todos los estamentos sociales, de la comunidad en su conjunto. Esto hace que el destinatario de sus acciones no sea su familia sino «una nueva patria, un nuevo hogar» (Acto IV, Escena X, p. 46) que haga real un modelo social más perfecto. En En familia el núcleo de oposición es el endogrupo. Los integrantes de la familia de Damián están en una situación de aislamiento, se han distanciado del entorno social por su desprestigio, son mal vistos en el barrio por andar «pechando y estafando a las relaciones» (Acto I, Escena III). El estado de este grupo es, a diferencia del de El honor, de indigencia e inestabilidad. En la pieza de Sudermann, la pérdida del honor permite un equilibrio con los poderosos y es fuente de dinero, de bienestar material; en En familia el «desconcepto» y la «desvergüenza» los distancian del medio social. De allí que en la obra de Sánchez no se diseñe un modelo de utopía social tan ambicioso como el de El honor. El destinatario de las acciones de Damián es su familia, hundida por sus prácticas viciosas y por su desapego al trabajo. De esta manera el significado resultante de las dos piezas es divergente.


Otra diferencia importante entre ambas obras radica en los ayudantes de Roberto y de Damián. En El honor, al Conde Trast se suma Leonor, la hija «buena» de los Muling. Esto da al cierre del texto un carácter alegórico: la unión armónica de un representante del orden social alto con otro del orden social bajo. Sudermann sueña con una posible integración de los diferentes niveles sociales. Tal vez este desenlace haya inspirado a Florencio Sánchez el de sus dramas M'hijo el dotor y La gringa, en los que se busca una equilibrada unión de polos sociales diferentes. Sin embargo, en En familia no es así. Damián tiene como ayudantes a su mujer Delfina y a su pasiva madre, Mercedes. En un grado de actividad mucho menor, también colabora con él Eduardo al pintar descarnadamente la personalidad de su padre y sus hermanos. A pesar de las buenas advertencias de Delfina y Mercedes, estos personajes no logran concretar ningún hecho favorable para Damián. Con semejantes ayudantes su fracaso es rotundo y su final mucho más doloroso: tal como observó Frexas en 1905, en En familia está «la visión que de la vida acusa El honor de Sudermann pero ennegrecida y amargada como por torrentes de hiel».


Esto determina cambios en la justicia poética: El honor es un drama en el que las interdicciones sufridas por el héroe son finalmente compensadas por la ratificación de sus ideas y la futuridad de sus proyectos, en suma, un final positivo. En En familia asistimos, por el contrario, a la consumación de una tragedia: la buena voluntad y las ideas nobles de Damián no serán premiadas sino que cargará sobre sí el dolor de la traición paterna y la obligación de denunciar a su padre como ladrón. El desenlace es casi tan incontrovertible como una muerte.


Sánchez conocía El honor de Sudermann, acaso a través de lecturas o de su experiencia como espectador. Retoma su intertexto pero no en forma epigonal: la pieza de Sudermann es para Sánchez un estímulo, la propuesta de un conjunto de procedimientos como punto de partida para la construcción de otros mundos ficcionales, con otros fines. El caso permite reflexionar sobre los problemas que el comparatismo enfrenta cuando un gran autor, de fuerte creatividad, retoma elementos de otro texto para su propia producción. Las huellas de ese modelo inicial son sujetas por el creador a reelaboraciones y cambios que las modifican y distancian de su fuente, en servicio de una nueva intencionalidad. Sánchez parte de la construcción sudermanniana del personaje rectificador fracasado; pero varía su inserción, sus valores, sus oponentes y colaboradores, su sistema de premios y castigos, su relación con el endogrupo familiar y el exogrupo social.


En cuanto a la relación entre Magda (El hogar) y M'hijo el dotor, es más oblicua y opaca. Comparten también una misma poética teatral pero los vínculos intertextuales son menores. En Magda Sudermann construye un sujeto cuestionador de la mentalidad paterna, de las «viejas tradiciones» (Acto II, Escena VIII, p. 49). Se trata de Magda Schwarz, personaje que propone una visión de la realidad discrepante respecto de la doxa que rige las conductas sociales y familiares de su entorno. Magda representa las «ideas modernas» (Acto I, Escena V, p. 20), en relación con las nuevas discusiones científicas e intelectuales del positivismo: «el atavismo, la lucha por la existencia y los derechos individuales» (ibidem). El punto de vista de Sudermann rescata la actitud y los valores encarnados por Magda y rechaza a su oponente, el coronel retirado Leopoldo Schwarz, padre de Magda, síntesis del pensamiento de la sociedad conservadora. Según la perspectiva reaccionaria de aquel «los tiempos y las ideas modernas destruyen la paz del hogar, incitan a los hijos a la rebelión, siembran la desconfianza entre los cónyuges y acaban por arruinarlo todo» (Acto I, Escena V, p. 21).


Como Sudermann, Sánchez focaliza el enfrentamiento de dos mentalidades, una tradicional y otra renovadora, en los personajes de Olegario y Julio, padre e hijo. Pero Sánchez no da al sujeto cuestionador la grandeza que Sudermann otorga a Magda y parece dar la razón a don Olegario, más allá de lo argumentado -a nuestro juicio en forma errónea- por Mariano G. Bosch.


Magda se ha alejado del hogar paterno para realizar su vocación: estudiar canto y teatro. Durante doce años ha sufrido duras pruebas: ha tenido un hijo, soltera; ha debido sobrevivir asumiendo las labores más bajas. Sin embargo, Magda ha triunfado y en su positivo balance defiende una moral individualista (de indudable raíz ibseniana): «He permanecido fiel a mí misma», explica al Pastor Hefterding (Acto III, Escena VI, p. 67). Magda descubre en los comportamientos propiciados por el Pastor «un sacrificio de la personalidad» (Acto III, Escena VI, p. 64). Su opción es el exacto reverso de la que impone la norma social, sintetizada por su hermana menor, María Schwarz: «Usted sabe mejor que yo que en la sociedad en que vivimos estamos sujetos los unos a los otros y que todos dependemos de la buena opinión en que nos tienen los demás» (Acto I, Escena II, p. 10).


Julio, el protagonista de M'hijo el dotor, es un personaje mucho menos «digno»: es mantenido por su padre, en Buenos Aires ha hecho vida de «calavera», y «no ha andado muy bien de conducta» (Acto I, Escena XII). Es «irrespetuoso y algo botarate» y «se le han metido en el cuerpo unas ideas descabelladas [...] le da por ser medio anarquista o socialista y no cree en Dios» (ibidem). Como Magda, Julio reconoce una moral propia («mi moral», Acto II, Escena VII) pero manifiesta dos grandes diferencias: no logrará imponer su moral frente al peso de los reclamos paternos y del embarazo de Jesusa; no cumple la función, como en Magda, de sujeto desenmascarador. En la pieza de Sudermann (Acto III, Escena IX) Magda desenmascara uno a uno los prejuicios y contradicciones de una sociedad pacata, hipócrita y mentirosa. Su poder revulsivo desentraña el «mal» social hasta un nivel de alcance nacional («la moral de mi país», explica, p. 75). Magda es heredera de Lona, el instrumento de la «libertad y la verdad» en Los pilares de la sociedad (1877) de Henrik Ibsen. Dicha fuerza desenmascaradora no está en Julio pero sí se reproducirá más tarde en el José Luis de Las campanas de Julio Sánchez Gardel. La trivialidad de Julio en M'hijo el dotor manifiesta claramente la voluntad de Sánchez de generar un sentido opuesto al del texto de Sudermann. Si en el nivel composicional se advierten algunos rasgos intertextuales (la oposición padre-hijo como encarnación de dos visiones de mundo antitéticas, una conservadora y otra progresista; la figura del sujeto cuestionador que exalta una moral «moderna» e individualista), el sentido resultante en Sudermann se opone al de la pieza de Sánchez.


Sudermann tuvo, en las dos primeras décadas de este siglo, una intensa capacidad para captar los intereses del público rioplatense. Así lo demuestran las numerosas puestas de sus obras, las ediciones y su ingerencia en la dramaturgia de Sánchez. Si bien hoy su producción ha envejecido notablemente para los gustos de los espectadores argentinos, alguna vez fue un reconocido protagonista en la rica vida teatral porteña.



Como lo demuestra el caso de Hermann Sudermann, Florencio Sánchez fue un atento receptor del nuevo teatro europeo. Sus conocimientos del teatro internacional no pueden negarse y deben desecharse los lugares comunes de cierta bibliografía que, amparándose únicamente en los retratos anecdóticos, habla de la «desinformación», la «intuición» o la «espontaneidad» dramática del autor de Barranca abajo. El teatro se hace con teatro y Sánchez supo aprovechar sabiamente la lección de los maestros europeos, proponiendo a los dramaturgos locales una forma válida de apropiación rioplatense de dicha textualidad. La fuerza creadora de Sánchez determina que en ningún caso la relación con los textos europeos sea meramente epigonal o mecánica: Sánchez se apropia de los intertextos y los sujeta a una profunda reelaboración, poniendo en juego componentes de la tradición teatral y el contexto ideológico vernáculos y generando un complejo proceso de cruce y transculturación de las formas europeas.

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