JOSÉ
INGENIEROS
EL
HOMBRE MEDIOCRE
SÉPTIMA ENTREGA
INTRODUCCIÓN
LA
MORAL DE LOS IDEALISTAS
I. La emoción del ideal
- II. De un idealismo fundado en la experiencia. - III. Los temperamentos
Idealistas. - IV. El idealismo romántico. - V. El idealismo estoico. - VI.
Símbolo.
II.
DE UN IDEALISMO FUNDADO EN EXPERIENCIA (6)
Cada época tiene
ciertos ideales que presienten mejor el porvenir, entrevistos por pocos,
seguidos por el pueblo o ahogados por su indiferencia, ora predestinados a
orientarlo como polos magnéticos, ora a quedar latentes hasta encontrar la
gloria en momento y clima propicio. Y otros ideales mueren, porque son
creencias falsas: ilusiones que el hombre se forja acerca de sí mismo o
quimeras verbales que los ignorantes persiguen dando manotadas en la sombra.
Sin ideales sería
inexplicable la evolución humana. Los hubo y los habrá siempre. Palpitan detrás
de todo esfuerzo magnífico realizado por un hombre o por un pueblo. Son faros
sucesivos en la evolución mental de los individuos y de las razas. La
imaginación los enciende sobrepasando continuamente a la experiencia, anticipándose
a sus resultados. Esa es la ley del devenir humano: los acontecimientos, yermos
de suyo para la mente humana, reciben vida y calor de los ideales, sin cuya
influencia yacerían inertes y los siglos serían mudos. Los hechos son puntos de
partida; los ideales son faros luminosos que de trecho en trecho alumbran la
ruta. La historia de la civilización muestra una infinita inquietud de perfecciones,
que grandes hombres presienten, anuncian o simbolizan. Frente a esos heraldos,
en cada momento de la peregrinación humana se advierte una fuerza que obstruye
todos los senderos: la mediocridad, que es una incapacidad de ideales.
Así concebido, conviene
reintegrar el idealismo en toda futura filosofía científica. Acaso parezca
extraño a los que usan palabras sin definir su sentido y a los que temen
complicarse en la logomaquia de los verbalistas.
Definido con claridad,
separado de sus malezas seculares, será siempre el privilegio de cuantos
hombres honran, por sus virtudes, a la especie humana. Como doctrina de la
perfectibilidad, superior a toda afirmación dogmática, el idealismo ganará,
ciertamente. Tergiversado por los miopes y los fanáticos, se rebaja. Yerran los
que miran al pasado, poniendo el rumbo hacia prejuicios muertos y vistiendo al
idealismo con andrajos que son su mortaja; los ideales viven de la Verdad, que
se va haciendo; ni puede ser vital ninguno que lo contradiga en su punto del
tiempo. Es ceguera oponer la imaginación de lo futuro a la experiencia de lo
presente, el Ideal a la Verdad, como si conviniera apagar las luces del camino
para no desviarse de la meta. Es falso; la imaginación y la experiencia van de
la mano. Solas, no andan.
Al idealismo dogmático
que los antiguos metafísicos pusieron en sus “ideas” absolutas y apriorísticas,
oponemos un idealismo experimental que se refiere a los “ideales” de
perfección, incesantemente renovados, plásticos, evolutivos como la vida misma.
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