JULIO
CÉSAR CASTRO (JUCECA)
LA
VUELTA DE DON VERÍDICO
CUARTA ENTREGA
LAS
OREJAS DEL PERRO
Hombre que supo ser
duro pa los perros, Comedido Perplejo, el casau con Buena Liendre Sonata, mujer
más inútil que cargar el yesquero con gaseosa.
Comedido tenía un perro
que era una preciosidá de animalito canino. Lo había entrenado pa guardián, que
no le dejaba dentrar un pollo a la cocina, ni saltar una pulga al catre, ni
cantar un gallo fuera de hora.
Comedido lo trataba
duro, nada de mimos, nada de andarlo palmeando, nada de charla con él. Ni
nombre le puso, pa evitar tratos familiares. Cuando lo llamaba, le decía “Perro”,
a secas nomás.
Un día la mujer, Buena
Liendre Sonata, le dijo al marido que dende chica había sido media sonámbula, y
que eso a veces solía repetirle, como una recaída que le venía, así que no se
estrañara si se atacaba.
Ahí fue cuando el
marido enseñó al perro pa que le llevara la carga a cualquier desconocido que se
arrimara a las casas. Le habló duro al perro, y se lo dijo:
-Usté, Perro, en
cuantito vea estraños por el rancho me los atropella y me los curte a
tarascones por las orejas. Por cada oreja que me traiga -le dijo-, le doy un
güeso carnudo pa que coma o entierre, asigún usté vea. ¿Me oyó, Perro?
Al poco tiempo tenía el
campo sembrao de güesos, porque era rara la mañana que no lo estaba esperando
con una oreja. Como no ganaba pa güesos, Comedido se los ermpezó a menudear. Al
tiempo le daba un güeso cada dos orejas, y después cada cuatro. Eso sí, lo
seguía tratando duro: “Perro pa aquí, Perro pa allá”, sin darle confianza.
Pero un día cayó al
pago un forastero con espuelas lustradas. Se allegó por el boliche El Resorte,
y allí oyó comentar el caso de Comedido Perplejo, de la mujer que estaba muy
vigilada y bonita, y del perro que estaba muy mal tratado por el dueño. Allí
oyó que el tape comentaba:
-Pa conquistarse a un
perro mal tratau, no hay nada mejor que hacerle unos mimos. Y como le digo
perro le digo mujer.
El forastero se tomó su
cañita, y sin decir palabra salió rumbo al rancho de Comedido pa ver la mujer.
La vio, y a la distancia le hizo señales con el brillo de las espuelas en el
sol. Ella le contestó con el espejito de arreglarse las pestañas. Después él le
hizo otras señales con el humo del pucho, y ella prendió el brasero con leña
verde.
Pa la noche,
aprovechando que el marido estaba medio dormido, se hizo la sonámbula y salió.
Medio entre sueños el marido la vio salir y llegó a pensar: “Mañana tengo oreja
en la puerta”.
Ella que sale y el
forastero que se arrima al rancho. El forastero que se arrima al rancho, y el
perro que le lleva la carga. Cuando lo tuvo de aquí a ahí, el forastero se
golpeó la pierna con la mano y le dijo bajito, con ternura y confianza, como si
fueran amigotes de añares:
-Chicho, chicho… venga
chicho, venga.
Cuando al otro día
Comedido Perplejo se levantó, no encontró ni oreja, ni mujer, ni perro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario