JULIO
CÉSAR CASTRO (JUCECA)
LA
VUELTA DE DON VERÍDICO
SEXTA ENTREGA
CARRERA
DE GALLINAS
Esta
historia es absolutamente real. Tengo testigos.
El que supo ser loco
por las carreras, aura que dice, fue Agorero Sultano, el rejuntau en segundas
veces con Brujelina Saranda, una mujer tan delicada que si estaba comiendo con
gente en la mesa, jamás le estornudaba arriba del plato como hacen algunos. Ella
torcía la cabeza y le estornudaba en la cara al de al lado. Una mujer tan
delicada que nunca le servía un plato de tallarines, sin antes haberles pasado
un peine. Si la visita era delicada, junto con los cubiertos le ponía una
peinilla. Que una vez un invitado le preguntó si en lugar de queso rallado no
tendría un poquito de caspa.
Y el marido loco por
las carreras, pero de bichos menudos. De piojo a paloma hasta chancho, de ahí
no le pasaba.
Una noche en el boliche
El Resorte, se hablaba de carreras cuando llegó Agorero y estuvo escuchando. El
tape Olmedo contaba de una güelta que ganó un platal en una carrera de
hormigas, con una colorada chiquita, cuando Agorero fue y le dijo:
-Es muy capaz que usté
no tiene visto carrera de gallinas.
-No señor -dijo el tape-;
si le digo la verdá le miento… no tengo visto, no señor.
Hubo un silencio y
Agorero siguió diciendo:
-Yo tengo una gallina
de pelaje tordillo, de lo más capacitada pa correr. Si usté tiene gallina, y
pesos pa perder, podríamos arreglar una carrera por una damajuanita e vino,
digo yo, un suponer, ¿no?
Pa ganar tiempo, el
tape Olmedo se mandó un vasito de vino al buche. Con la uña le sacó la ceniza
al pucho y volvió a prenderlo. Se demoró en apagar el fósforo. Todo el boliche
pendiente de lo que contestara el tape, hasta que lo miró al otro y le dijo:
-Tengo, sí señor. Tengo
pesos y gallina, pero pa ganar.
La carrera se arregló
pal otro día, de tardecita, a la hora que la gallina busca gallinero pa dormir.
Como iba a ser de gallinero distinto, pa poder controlarlas se eligió como
punto de llegada un gallinero neutral.
Agorero dijo “hasta
mañana señores”, y salió. El tape Olmedo quedó muy preocupado apoyado al
mostrador con su vinito. El pardo Santiago le preguntó si no se tenía confianza
pa la carrera, y el tape contestó:
-Confianza tengo, ¡cómo
no! Lo que no tengo es gallina, porque la última marchó en un pucherete hace
unos años.
Hubo que salir a buscar
gallina, y al rato la Duvija volvió con una bataraza. Nada del otro mundo, pero
un animalito parejo.
Como era de noche, le
subieron la mecha al farol para que la gallina creyera que era de día y se
despertara del todo, y la empezaron a varear arriba del mostrador. El barcino
se fue para las bolsas de afrechillo.
La Duvija opinó que
había que darle muy bien de comer, pa que al otro día en la carrera no se
demorara picotiando por el camino. La tupieron a maíz, mortadela y queso. El
tape la daba tragos de vino pa que le bajara. Así hasta la madrugada.
Medio en curda, la
gallina durmió hasta el otro día a las doce. La despertaron, la bañaron, le
dieron un cafecito amargo, y el tape la preparó como pa no perder ni contra una
liebre. Rosadito Verdoso la dejó picar unos higos especiales, recién
arrancados. El pardo Santiago le dio masajes en las patitas, y la Duvija le
pasó una limita por las uñas.
Cuando llegó la hora de
la carrera, aquella gallina estaba que se salía de la vaina. Según el
reglamento, la carrera era al tranco, y sin volar.
Agorero había caído con
su gallina muy bien preparada, y por la estampa se le notaba que no era ninguna
aficionada.
Hicieron una raya en el
suelo, las emparejaron, y se oyó el griterío del paisanaje: “¡Se vinieron… se
vinieron!”
La tordilla de Agorero
y la bataraza del tape, arrancaron tranco y tranco apuraditas, pico a pico. La
bataraza, bien dormida hasta el mediodía, empezó a sacar ventaja, le sacó dos
cuerpos, pero la tordilla calculó el peligro y enseguida se le puso a la cola.
De repente la bataraza abrió un poquito las alas, y allá quedó la otra por el
camino. Cuando la tordilla de Agorero llegó al gallinero neutral, la bataraza
hacía rato que andaba de amoríos con un gallo.
Pero Agorero se negó a
pagar la damajuana e vino. Se supo que la bataraza había dejau caer por el
camino dos puñados de maíces que el tape le había colocao abajo de las alas.
Esa noche igual hubo
fiesta en el boliche, y hasta la gallina acompañó la farra de cacareo y vino.
La Duvija estaba un poco triste, porque el animalito había quedado con el sueño
cambiado.
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