SANDINO NÚÑEZ
HUMANIDAD 2.0: EL
CAPITALISMO ALCANZA SU CONCEPTO
SEXTA ENTREGA
II (2)
La transformación
social no puede plantearse en términos de lucha entre sujetos
constituidos ideológicamente. Se parece más a la lucha contra una máquina real,
o contra la maquinidad misma, contra una pulsión. Solamente
hay sujetos en la medida en que la lucha de clases adquiere su forma elemental:
un “sujeto” que encarna en forma pasiva e inerte el movimiento tecnonatural de
la economía, contra otro sujeto que representa una potencia teórica negativa
para decir y subvertir el movimiento mismo, el propio funcionamiento de la
máquina. Llamemos política a esa potencia. Entonces entendemos
que lo que está en juego es mucho más profundo que la derrota o la victoria de
una doctrina o una ideología, o la hegemonía de un modo político sobre
los otros: es la derrota de la propia política. O quizás: es la resistencia de
la idea política en el arrastre automático e incesante (desarrollo, progreso,
evolución, adaptación) de la vida, la tecnología y la economía —las patas en
las que se apoya el sistema Humanidad 2.0. Y eso quiere decir,
obviamente, que la política no puede pensarse como un modo de gobierno (democracia,
partidos, representación, parlamento, poderes), ni como una tecnología o un
medio o una herramienta para mejorar la calidad de la vida de
las personas (gestión tecno-económica). La política debe considerarse como un
pensamiento, un lenguaje, o si se prefiere, una teoría, que nos
obligue y nos permita pensar y plantear preguntas sobre “vida”, “mejorar”,
“calidad de vida”, etc.
Hay un punto político entonces
en el que la transformación social no debe pensarse en términos de lucha ni de
poder. La lucha carga inevitablemente su coreografía ansiosa y pragmática de
posiciones, conquista, tácticas, estrategias, alianzas, recursos, acumulación
de fuerzas, oportunidad, etc., y es necesario plantear el acto político
al margen de esa lógica que, en última instancia, es el enemigo en su forma
más pura. En este punto tenemos que considerar la lección radical de Descartes
en la Meditación 1. Él dice: “tengo que acometer una vez en mi
vida, con seriedad, la tarea de destruir todo lo que he aprendido hasta
ahora. Pero, pareciéndome enorme esta empresa, he esperado para realizarla
alcanzar una edad que fuera lo suficientemente madura (…), y eso me ha llevado
a diferirla tanto que siento que ya no puedo perder en deliberar el (poco)
tiempo que me queda para actuar”. Actuemos ya, pues, no hay tiempo que perder:
Descartes es un hombre de acción. Dicho esto, se encierra (su “espíritu está
libre de toda urgencia y ha conseguido reposo tranquilo”), y al cabo de un
tiempo emerge con la buena nueva: Yo pienso. Parece lo contrario de
lo que convencionalmente entendemos como acción. Pero no nos
engañemos: Descartes ha sido ingeniero, físico, inventor, militar, matemático,
geómetra, músico, profesor. Sabe exactamente qué es la acción; sabe qué es la
urgencia, la incesante demanda pragmática de la vida, la lucha y el poder. Su
aparente “inacción”, la suspensión de ese tiempo urgente y ansioso que lo
engancha y lo arrastra, es la verdadera acción en su versión
más radical. Y esa acción (la destrucción) ocurre “al interior” del sistema
simbólico: nada se ha movido de su lugar aparente, pero nada volverá a ser lo
mismo, porque yo (sé que) pienso.
Las partículas
de Humanidad 2.0 (la masa) se mueven e interactúan incesante e
ilimitadamente dentro de lo que Bill Gates llama un “capitalismo sin
fricciones”, esto es, las fuerzas pulsionales y aideológicas del mercado, la
tecnología, el trabajo, la creatividad, la sobrevivencia, el desarrollo, etc.
Entonces, “hacer algo” contra ese mundo asumirá por fuerza la forma de una
quietud aparente, de una suspensión (stillstand) de la lógica y del
tiempo técnico del desempeño y del saber hacer. Se comprenderá que con esta
observación no estoy proponiendo la retirada a una especie de círculo
filosófico-especulativo, un club inglés donde discutir formalmente las nociones
de sentido común con el objetivo de limpiarlas de ambigüedad y de ideología
hasta lograr otros consensos más amplios y firmes que los anteriores. La teoría (y
la política) va inherentemente contra toda apropiación consensual:
empuja la neutralidad de las nociones comunes hasta hacer aparecer el orden
ontológico neutro que las sostiene, haciéndoles decir algo totalmente nuevo,
algo distinto a lo que han venido diciendo por toda la eternidad. ¿Será
necesario decir que la negatividad de este “acto político” es de una violencia
profunda y radical? En primer lugar porque inevitablemente va a mostrar que el
“enemigo de clase” que aparece en la primera línea de combate, aunque suene
raro u oscurantista, soy yo mismo: es mi propio cuerpo, mi propia
vida, mi propio saber-hacer (todo el juego enactivo de los automatismos
adaptativos), el “gen económico-tecnológico” que los organiza y sobreordena. O,
en otras palabras, que mi fantasía y mi deseo (aunque aparezcan como deseos o
fantasías de liberación, o incluso anticapitalistas) están ya inscriptos en la
realidad, y que la realidad ya está inscripta en mi fantasía. Es esa doble
inscripción lo que debemos enfrentar.
Entonces la
política es “un fin en sí misma” (Badiou) o bien es nada. O menos que eso: es
el instrumento para una especie de bricolaje sociotecnológico perpetuo, es la
consola o el control desde el cual cada partícula puede manejar por sí misma su
funcionamiento, los distintos aspectos de su propia interfaz funcional con la
totalidad, su convergencia técnica con la megamáquina o el superorganismo —su
fuerza, su energía, su conducta, sus opiniones, sus actitudes, los momentos
adecuados para liberar energía o retenerla, para producir o crear, para
divertirse o descansar. Humanidad 2.0, la máquina perfecta, cierra
su circuito porque ahora la lógica global es la misma que la que rige la vida
de cada partícula. El mismo principio enactivo pragmático de competencia,
adaptación y perfeccionamiento que me mantiene vivo y en lucha es la propia
pulsión de la máquina del capital global sin fricciones.
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