GARUFA!
RESIGNIFICANDO A
LA CUMPARSITA EN EL SIGLO XXI
CIEN
AÑOS DE PACIENCIA
Hugo
Giovanetti Viola
Hace poco más de un año
puntualizábamos, a propósito de la primera gira de este insólito ensemble
tanguero llegado desde Viena, que su irrupción en el Uruguay generaba una
especie de carambola de ida y vuelta capaz de exorcizar y carnavalizar el
endémico spleen tontovideano presentándonos
una síntesis de la inefabilidad de Mozart and Company con el precioso barro
irreverente del barroco rioplatense.
Pero esta vez los
uruguayos Oscar Moreira (vocalista de formación operística e inspiración
performática callejera), Felipe Medina (contrabajista inserto ya hace años en
el ámbito sinfónico de la capital mundial de la música), Nacho Giovanetti
(guitarrista formado en la continuidad del filum
que le aportaron Olga Pierri y Álvaro Pierri, más un perfeccionamiento en
la guitarra grelera realizado con Ciro Pérez) y el venezolano Alejandro
Loguercio (un violinista clásico de proliferante proyección internacional)
llegaron al Solís cargando nada menos que la mochila de homenajear a La cumparsita ya en el final de un año
literalmente saturado mucho más de barullo marketinero que de recreaciones o
investigaciones enriquecedoras y esclarecedoras de un mito que, para variar, la culturosis de la uruguayez no ha sabido asediar con la gracia de profundidad que
merece nuestro pueblo.
Claro que el tiempo
siempre seguirá dando criollos provistos de una garra de raigambre artiguista
que los hará enfrentarse al infamante remate de nuestro patrimonio identitario,
y es inminente la aparición de un libro donde Ignacio Suárez desnuda la incomprendida
y tragédica vida de Gerardo Matos Rodríguez, así como una docu-ficción (también
protagonizada por el autor de Los
boliches) que dirigió Álvaro Moure Clouzet y produjo elMontevideano
Laboratorio de Artes.
Y el jueves 16 de
noviembre Garufa! hipnotizó a un eufórico
teatro Solís con una versión de La
cumparsita que seguramente va a ser considerada, en poco tiempo, como la
recreación exacta que necesitaba el tango más popular del mundo en el siglo
XXI.
En primer lugar: salta
a los oídos que este arreglo fue cuestión de vida o muerte para los garuferos que viven su bajón de
extramuros al otro lado del océano. Vale decir: no hay cálculo de
espectacularidad sino una acalambrante necesidad de trascender triunfalmente las caídas hondas de los Cristos del alma,
para hablarlo en Vallejo.
En segundo lugar: al
igual que para el adolescente Becho Matos Rodríguez (que berreó delirando el
secreto áureo de su entretela para cosmizar su desesperación frente a la
supuesta tisis que le rondaba el catre haciéndole olfatear el cajón) aquí no
hay sed de éxito sino de salvación totalizadora, incanjeable,
universal.
En tercer lugar: La cumparsita que nos trajo Garufa! es capaz de acumular revoltijos
románticos dentro de una estructura de solidez barroca, alla Mendelssohn o Baudelaire o Cézanne, pero desde la impronta de
un mestizaje americano que seguirá maravillando al planeta quién sabe por
cuantos siglos.
Y estoy seguro de que el
cacho de pueblo que salió del Solís con la desesperación bien peinadita sintió
que los integrantes de este ensemble tan jugado necesitaron juntar una
paciencia de 100 años de profundidad para largarse a regalarnos tamaña
preciosura.
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