ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
SEPTUAGESIMOSÉPTIMA
ENTREGA
9 / LA LECCIÓN DEL ENFADO (7)
EKR
Después de los ataques de
apoplejía, sentí que podía vivir con la idea de morir o la de recuperarme. Sin
embargo, tuve que vivir con mi incapacidad, pues el lado izquierdo de mi cuerpo
quedó paralizado y no mejoró ni empeoró. Me sentía como un avión detenido en la
pista del aeropuerto, y yo deseaba que despegara o que regresara al hangar. Y
me enfadé. Me enfadé muchísimo con todo y con todos. Incluso me enfadé con
Dios. Le llamé de todo…, y ningún relámpago me fulminó. A lo largo de los años,
muchas personas me han agradecido mi estudio acerca de las etapas del proceso
de morir, de las que el enfado forma parte. Pero muchas de esas personas se
esfumaron cuando fui yo quien se enfadó. Al menos el 75 % de mis amistades me
abandonó. Incluso algunas personas me criticaron a través de la prensa por no
morir de una forma elevada y sentirme enfadada. Era como si me dijeran que
estaban de acuerdo con todas las etapas que había descrito pero no con el hecho
de que yo estuviera en una de ellas. Sin embargo, los que se quedaron a mi lado
me permitieron ser como soy y no me juzgaron ni a mí ni a mi enfado, lo cual
ayudó a que se disipara.
He explicado que se debe
permitir a los pacientes expresar su enfado y que ellos mismos deben darse el
permiso. Mientras estaba en el hospital después de mi primera apoplejía, una
enfermera se sentó sobre mi codo. Yo grité de dolor y di mi primer golpe de
karate. En realidad no la golpeé, sólo realicé el movimiento con el otro brazo.
A raíz de aquello, escribieron en mi expediente que era una persona agresiva.
Esto es muy común en los ambientes médicos, se etiqueta a las personas con
exageración por tener reacciones normales.
Estamos en este mundo
para experimentar y sanar nuestros sentimientos. Los bebés y los niños viven
sus sentimientos y luego van a otra cosa. Lloran y se les pasa, se enfadan y se
les pasa. Los moribundos, con su sinceridad, se parecen a los niños que una vez
fueron y vuelven a utilizar expresiones como “Tengo miedo” o “Estoy furioso”.
Nosotros también podemos aprender a ser más sinceros y a expresar nuestros
enfados. Podemos aprender a vivir una vida en la que el enfado sea un
sentimiento un pasajero y no un estado.
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