“MANDRAKE” WOLF
“ACÁ TENEMOS QUE DEDICARNOS AL FÚTBOL Y A LA
MÚSICA”
(SALVAJE / 6-12-2017)
33A7
Conversamos con el cantante y compositor Alberto “Mandrake” Wolf, poco
antes de la salida de su último álbum Mandrake y Los Druidas, previsto a
lanzarse entre los primeros días del mes de diciembre.
Tras más de 30 años al frente de Los Terapeutas, ahora Mandrake inicia un
nuevo paseo musical junto a músicos de generaciones más jóvenes, reclutando a
Federico Anastasiadis -baterista de Oro-, Nacho Echeverría -bajista de Buenos
Muchachos- y Nacho Iturria -guitarrista de Croupier Funk-.
Así conformó a Los Druidas, dando forma a nuevas canciones que
pedían, según su autor, pocos arreglos, un sonido crudo, la rusticidad
del rock y del blues.
Desde jovencito, Wolf estudió guitarra en el
conservatorio, pero pronto se enamoró del candombe, al igual que del reggae, el
rock o blues, fascinándose por “la magia de la música negra”.
Llegó a trabajar como cadete de una pescadería,
atender una disquería, o laburar en la papelería del padre, antes de entregarse
por entero a la música. Si no era tocando y creando canciones, dando clases de
guitarra a otros, haciendo así el pan para no dejar de tocar.
Afuera de su casa, frente a su querido patio, se
alza hoy una segunda planta en construcción, que pronto se convertirá en su
estudio y base de operaciones, donde podrá pasar aún más tiempo tocando, entre
las paredes de su propio taller de canciones.
A sus 50 y pico de años, Mandrake asegura que sigue
concibiendo la música como un misterio y que mantiene, en relación a ella, una
absoluta inocencia…
¿Cuándo y dónde van a presentar Mandrake y Los Druidas?
El lanzamiento será el 14 de diciembre en Paullier y Guaná. Vamos a tocar
canciones del nuevo disco y otros temas nuevos que hice.
Además, algunas versiones, una canción de Punto Rojo, el primer grupo de
Christian Cary, un tema del argentino “Tanguito” y el blues “Sonny Boy
Williamson”, del disco The Live Adventures of Mike Bloomfield and Al Kooper,
donde tocó Santana antes de ser Santana.
¿Cuándo
conformaste el equipo de Los Druidas?
Un día, cuando tocamos con Los Terapeutas en el Museo del Carnaval, veo
en vivo a Oro. Estaba entonado y pensaba: Pa, este batero es lo máximo. Pensé
que quizá había sido la sustancia. Los vi otra vez sobrio y me siguió
pareciendo increíble lo que tocaba. Me entero que era fan de Los Terapeutas,
que tocaba candombe y escuchaba los mismos discos que yo, los Rolling, Thin
Lizzy, Neil Young & Crazy Horses…
Empezamos a charlar y a tocar mano a mano. Y quedamos en que estaría
bueno tocar juntos. A las 2 semanas me invita el guitarrista Juan Pablo
Chapital a la Vaz Ferreira. Había un bajista que no conocía, un peludo con un Rickenbacker,
un bajo que siempre me gustó.
Al mes me invitan los Buenos Muchachos a tocar al Museo del Carnaval y
el bajista era él. Me invitan también de Los Búhos, el otro curro de los Buenos
Muchachos, para tocar en Paullier y Guaná. Y tocamos juntos.
Se lo comenté a Federico, el batero:
– Bo, toqué con un bajista, que si queremos hacer algo, es éste…
–¿Cómo se llama?
–Nacho Echeverría.
–Boludo, es amigo, tocamos juntos en la banda del Señor Faraón…
No lo podía creer… Comenzamos a juntarnos y la cosa ya sonaba, pero
necesitaba un guitarrista. Porque entre cantar y hacer un solo, yo me complico.
Quería una primera guitarra, entonces Echeverría dice:
–Bo, conozco a uno que toca muy bien, se llama Nacho Iturria…
–Ah, sí, el que tocaba con el “Pájaro” Canzani…
Lo probamos, empezó a tocar 3-4 temas, se fue al baño y todos dijimos:
Es éste. Y quedó.
¿Estas canciones
cuándo las compusiste?
Son todas de 2014 en adelante y otras más nuevas, que casi escribí en el
estudio. Traía las canciones y entre todos fuimos armando la cosa. Pero no hubo
un arreglador, quedó una cosa más cruda. Es un disco de rock y blues, con una
dinámica más fuerte. El baterista toca muy fuerte, te pega un palazo y te mata.
Estuvimos un año entero de ensayos. Y hubo algunos toques, el primero
fue el 23 de diciembre de 2016. Estos temas podía tocarlos perfectamente con
Los Terapeutas, aunque no quería un disco muy sofisticado, ni mucho arreglo. Y
además, ya tocamos hace 30 años, quería ir por otro lado.
¿Sentís
o percibis que has cambiado como compositor, en tus procesos, al escribir?
Me siento con más puntería o certeza cuando encajo un tema. Y me he
vuelto más ladilla, respecto a las letras, aunque algunas las hago en 10
minutos, porque vienen de antes.
La música tiene ese misterio… Es como un santuario, a veces uno escribe
bien, otras mal. Aún hoy siento en relación a la música esa inocencia y
misterio que cuando tenía 14-15 años. La música siempre es misteriosa y uno la
mira, como decía Violeta Parra, con ese “… sentir profundo como un niño frente
a Dios”. Tengo 55 años, pero sigue siendo un misterio y yo sigo siendo inocente
con la música. No misterio de miedo, sino de: Pa, loco, qué viaje, qué lindo…
Lo único que cambió es que tengo la espalda jodida y las guitarras
pesan, tengo una tendinitis, pero mentalmente es un viaje alucinante.
La creación es un laburo de mucha tensión. No te sale la palabra esa y
salís a caminar…
“Comienzos,
comienzos”, el primer tema de tu nuevo disco, dice: Conozco intelectuales y
también aventureros, pero yo no soy como ellos… me gusta la rutina… los
gorriones en mi patio …
Los bien pensantes y la gente políticamente correcta que dice: Los
cambios son para aprender… Es mentira. Si a mi edad te peleas con tu mujer y te
vas de casa, no es aprendizaje. La concha de tu madre, loco. Es un golpe en los
huevos, que te querés morir. A mí me gustan los pájaros que vienen a mi patio.
Me molesta cambiar. Soy un reaccionario. Tengo edad para serlo. Tengo derecho
de ser el viejo sorete que les rompe la pelota a los guachos, jaja
¿La
música ya estaba presente en tu vida desde cuándo?
Mi madre en casa tocaba el piano, había una guitarra… Y a los 2 años fui
operado de la vista y me acuerdo fuerte de la penumbra, porque estuve con los
ojos tapados como un mes. Me habían regalado un xilofón y me encantaba.
Recuerdo que cuando me sacan las vendas y veo el xilofón, era todo de colores,
las notas de colores. Me dio una alegría… Y esa misma alegría sentí cuando mi
viejo me llevó a ver la película El
Submarino Amarillo. Me di cuenta de que la música eran colores… Era todo
ácido eso, jaja. Pero no me daba cuenta, era un niño. La aprendí así: estaba
todo oscuro y veo el xilofón de colores… Y bueno, a partir de escuchar a los Beatles,
ya sabía qué quería.
Y la reacción de
tus viejos, en ese entonces, fue: dejate de embromar con la música, ¿o todo lo
contrario?
Al principio, todo bien. Me pagaban los estudios, de piano, después de
guitarra. No había problema, hasta que digo: Esto es lo que me gusta, termino
el liceo y no quiero estudiar. Ahí hubo líos. Pero la pilotée un tiempo, porque
di la prueba de admisión para el conservatorio universitario de la licenciatura
de guitarra y la salvé. No me gustaba, me aburría como un hongo. En esa época
ya estaba el rock y Mateo, o el punk, que me influenció mucho…
¿Cuándo te
enamoraste del candombe?
Tempranito, todo empezó con El Kinto. Y empecé a hurgar en torno al
chico, repique y piano, en una época que no era como ahora, que vas y te
enseñan. No era bien visto el candombe. Ahora está de moda, en todos lados hay
una comparsa. En ese tiempo, no. Pero empecé a maravillarme del entramado
chico, repique y piano y comencé un aprendizaje. Soy malo tocando el
tambor, pero aprendí la idea de cada uno y cómo interactúan, todo de oreja, a
los golpes. Y después intenté pasarlo a la viola. Eso viene de Mateo. Cuando
quise tocar “La Mama Vieja” de Mateo, me di cuenta de que era dificilísimo.
Luego, cuando quise tocarla bien, ya tenía la base del chico, piano y repique.
Entendí que con una cuerda hacía como si fuera el piano y con la otra iba
haciendo el chico y el taracat-taracar del
repique… Es increíble la magia de la música negra… Algo que me enseñó el
cambombe y tengo que agradecerle toda la vida. Así es cómo entendí otras
músicas negras: el rock, el blues, el soul, el reggae… Bob Marley me explotó en
la cara, pensaba: Esto es increíble, un rhythm and blues con un ritmito de
ellos… Y la guitarra: chacac… Es como el chico, pero en vez de taracat: chacac…
Esas músicas son todos primos.
Bueno, y ver la rascada Richie Havens. En ese momento no había YouTube,
fui a ver 250 veces la película Woodstock y cada vez que tocaba el negro… O
Pete Townshend, lo que toca rascando. O Bo Diddley, que tiene una pancada súper
africana. Igual hay de todo, pedile a Jimmy Page y agarra en 2 minutos. Tipos
que rascan. Pero mismo los Rolling Stones, se pasaron todo el tiempo escuchando
música negra, estudiaron mucho. ¿A dónde fue Mick Jagger cuando vino a Uruguay?
A la
casa del “Lobo” Nuñez
¿Y a dónde va a ir?
¿Cuándo y dónde fue
la primera vez que escuchaste a Mateo?
Cuando escuché el disco Musicación
4 1/2. No podía creer. Algo tan próximo, no comprendía cómo no conocía esto
yo. Y me mató, fue instantáneo. Y entendí que era una música muy sofisticada,
pero al mismo tiempo me entró como si fuera Palito Ortega. De una.
¿Y en vivo?
Creo que en un restorán, en Constituyente, que se llamaba Mario y
Alberto. Estaba Mateo con Chichito Cabral. Y lo conocí en persona de pedo, en
un baile del club Banco República, durante un campeonato de baile a lo
Travolta. Yo estaba parado con Wilson Negreira (percusionista de la primera
formación de Los Terapeutas y primo de Jaime Roos) y me dice: Ese es Mateo. Y
veo que se me acerca y me dice:
–¿Cómo andás flaco? ¿Querés entrar al baile?
Y me mete Mateo para adentro…
Cada tanto, me decía:
–Che, Claudio, ¿querés tomar una Coca Cola?
No entendía por qué me decía Claudio, yo le seguía la corriente.
Cuando nos hicimos amigos, Mateo me cuenta:
–Bo, Mandrake, te confundía con el hijo de una amiga mía que se llamaba
Claudio, jaja
En
otras épocas, ¿qué otros laburos has tenido que hacer al mismo tiempo que
cantabas y tocabas?
Mientras estudiaba en el conservatorio, trabajé como cadete para una
pescadería. Era un trabajo alucinante, porque estaba todo el tiempo en la
calle, divagaba, me juntaba con amigos. También laburé atendiendo en una
disquería y luego junto a mi viejo en una papelería, hasta que se funde. Entonces
me ofrecieron luego un laburo bueno, porque hablo muy bien alemán, pero casi
que tenía que dejar la música. Entonces, empecé a dar clases de guitarra.
Al principio, no me gustaba, pero luego sí, sentí que estaba aportando.
Me lo tomé muy en serio, nunca dejé a nadie clavado. Me dediqué a dar clases y
lo hice durante 22 años. Tuve muchos alumnos, por ejemplo a Federico Graña,
Pedro Alemany (guitarrista de Los Terapeutas), los agarré de potrillos. Pero
también me fascinaba con el veterano que venía porque quería cantar en los
asados las canciones de Zitarrosa. Porque sí, la música es como una inocencia.
La música es importantísima para todo el mundo, no tenés por qué ser músico, un
instrumento puede ayudarte pila, en cualquier momento.
¿Hay algo qué te
fascine como la música?
Leer de todo. Me encanta Richard Ford, John Cheever, Raymond Carver. Y
Edgard Allan Poe, Lovecraft, Arthur Clarke, Ballard. De acá, Felisberto
Hernández, Quiroga… Me pasó leyendo, es mi vicio, con un whiskicito, leyendo,
no importa la noche, con un librito tranquilo, ya está, soy muy feliz. Me
encanta la literatura y también pescar. Ahora no pesco, en verano sí, tengo
unos amigotes de pesca en Biarritz. Y adoro el fútbol, fanático de Peñarol, voy
a ver a Miramar, el barrio del cuadro. Soy un enfermo del fútbol.
¿Hablás con el
televisor?
A veces, es bravo ver un partido conmigo… Los miramos con mi hijo.
¿Tu hijo ya te va a
ver a los toques?
Sí, obligado, pobre… En algún momento cambiará. La única vez que pidió
para escucharme fue cuando grabamos “Amor Profundo” con El Gucci, que la
pasamos bárbaro.
Con Los terapeutas,
¿un final natural o puntos suspensivos…?
Digamos que un stand by. Fueron 30 años, quería oxigenarme un poco,
necesitaba otra cosa.
Nos despachamos hace poco con un lindo disco, Los Candombes (Bizarro, 2015). Además, Jacques iba a sacar su disco
solista, donde toco una canción mía y también hicimos una versión de la canción
de Jorginho Gularte, la que dice: “el tambor llamó a la población…” (“Moreno”,
canción con música de Pippo Spera, donde aparecen las voces de Mateo). No sé si
es parte del disco o no, pero lo grabamos.
Era un momento para hacer otro viaje musical. No tenemos por qué estar
30 años más, pero un día capaz que nos juntamos y todo bien. Hicimos más de 100
canciones, así que repertorio tenemos.
Hoy por hoy, ¿tocás
mucho, poco, menos de lo que quisieras?
Toco mucho en verano. Voy al balneario Biarritz, no tengo televisor ni
nada y me pongo a tocar todo el día. Me quedo bajo el alero tocando, todo el
verano. O acá en mi patio, en Montevideo, en verano toco cuando baja el sol. Es
cuando más me gusta.
Acá mi casa es chica y cuando viene la familia, con los instrumentos,
equipos, es una transa. Pero con el estudio que me estoy armando, voy a subir,
ir para ahí y ta.
Tampoco tengo una rutina de tocar todos los días, como cuando estudiaba,
que estaba 6 horas por día por lo menos.
¿Qué realidades del
presente contaminan la música y el arte?
Que la gente no escucha música. Escucha un tema. Con suerte, escuchan un
tema o 3. La gente no tiene tiempo para escuchar un disco.
En mi caso, me tomo mi tiempo para escuchar música. Ahora, este año, no
tanto, estoy con las obras, hecho un gitano de acá para allá.
Descubrí hace poco a Sixto Rodríguez, Karen Dalton, Captain Beefheart,
me partieron el cerebro, no los conocía.
Además
de Jaime, Mi Morena, Serenata Africana, Rada, Bufón, etc., ¿qué otras canciones
tuyas versionadas por otros te volaron la cabeza?
Hay 2 que me erizan. Quedé helado cuando escuché “Constelación de bares
Pocitos”, cantada por Urbano Moraes. Es mucho mejor la de él, nosotros hicimos
2 versiones y la de él nos rompe el culo. Canta mejor que yo.
Otra versión alucinante, la de “Candombe no sé quién soy”, que hizo
Jorge Galemire, pero no sé si está grabada.
Hace
poco hiciste una gira maratónica por el interior. Ahí arriba, sobre escenario,
¿es de los momentos que más disfrutás?
Faltaron 3 departamentos, pero toqué en casi todos, salvo Artigas, Cerro
Largo y Flores. No sólo capitales, también localidades.
El interior me encanta y quería ir. Fue bárbaro, tocamos en teatros,
gratis. Y me quedaba un día en cada lado, curtí un poco cada lugar, con músicos
y amigos de allá. Fueron como 2 meses.
Disfruto mucho de tocar. Siempre le digo al manager: Donde quieras,
toco. Adoro la gimnasia de subirse a un escenario. Te pone en forma mental. Y
aprendés a tocar, tocando. Me gusta brindarme. Toco mucho, 60-70 veces por año.
2 o 3 discos uruguayos que todos deberíamos escuchar
El Kinto, Mateo y Trasante o Viento del Sur de Dino.
La música uruguaya es enorme: Opa, Jaime, Rada, Viglietti, El Sabalero,
Bufón, Buenos Muchachos, Jorginho, Urbano, Zitarrosa… Y ni hablar de Pedrito
Ferreira, Romeo Gavioli, Heber Píriz, Los Olimareños… No es por nacionalismo,
que lo odio, pero acá es tremendo. Y los tapados que hay por ahí… Escuché ahora
en el interior a un tipo de mi edad, en San Jacinto, cómo cantaba… Y como esos
tapados, ¿debe haber cuántos?
Acá tenemos que dedicarnos al fútbol
y a la música, jaja.
Obras
de Mandrake Wolf
El Cuarteto de Nos – Alberto Wolf
(Ayuí-Tacuabé – 1984)
Mestizo en todos lados (1988)
Candombe de no sé quién soy (Orfeo,
1990)
Primitivo (Ayuí, 1993)
Nada de cosas raras (1995)
Amor en lo alto (Sondor 8208-2. 2002)
Hay cosas que no importan (Sondor –
2006)
De (2008)
Lo Esencial (2010)
Monstruo (2012)
Los Candombes (2015)
Fue uno de los que participó del
homenaje La carpeta azul (1994), álbum con versiones a canciones de Eduardo
Mateo nunca antes editadas.
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