JOSEPH CAMPBELL
EL HÉROE DE LAS MIL CARAS
Psicoanálisis del mito
(Traducción
de Luisa Josefina Hernández)
TRIGESIMOTERCERA
ENTREGA
PRIMERA PARTE / LA AVENTURA DEL HÉROE
CAPÍTULO I / LA PARTIDA
4 / EL CRUCE DEL PRIMER UMBRAL (3)
En las islas Banks, de
las Nuevas Hébridas, si un joven al regreso de pescar, en el atardecer, ve
sobre una roca “una joven con las cabeza coronada de flores, llamándolo desde
un recodo del camino que lleva; y él reconoce el aspecto de alguna joven de su
aldea o de otra vecina, se detiene, vacila y piensa que debe ser una mae; (47) entonces mira con más cuidado,
y si observa que sus codos y rodillas se doblan al contrario de lo que es
natural, esto revela su verdadero carácter y él huye. Si el joven puede golpear
a la tentadora con una hoja de dracena ella vuelve a su forma primitiva y se
aleja convertida en serpiente. Pero de estas mismas serpientes, las tan temidas
mae, se cree que se convierten en los
parientes de aquellos que tienen relaciones con ellas. (48) Tales demonios, al
mismo tiempo peligrosos y dispensadores de fuerza mágica, debe ser enfrentados
por cada héroe que pone un pie fuera de las paredes de su tradición. Dos
vívidas historias orientales han de servir para iluminar las ambigüedades de
este perplejo pasaje y mostrar cómo, aunque los terrores retroceden ante una
genuina preparación psicológica, el aventurero demasiado temerario que se
atreve más allá de su profundidad puede ser vergonzosamente deshecho.
La primera cuenta de un
jefe de caravana de Benarés que se atrevió a conducir una expedición de
quinientos carros ricamente cargados en un desierto endemoniado y sin agua. Advertido
de los peligros había tenido la precaución de colocar en los carros inmensas jarras
de agua, de manera que, racionalmente considerado, su proyecto de atravesar
sólo sesenta leguas de desierto era factible. Pero cuando estaba a la mitad del
camino el ogro que habitaba el desierto, pensó: “Haré que estos hombres tiren
el agua que llevan.” De manera que creó un carro que deleitaba el alma: estaba
tirado por jóvenes bueyes blancos, con las ruedas llenas de lodo y lo hizo
aparecer por el camino en dirección opuesta. Por delante y por detrás de él
marchaban los demonios que formaban su comitiva, con las cabezas y las ropas mojadas,
portaban coronas de lirios de agua azules y blancos, llevaban en sus manos
ramos de flores de loto rojas y blancas, iban masticando los tallos fibrosos de
los lirios y dejaban huellas de agua y de lodo. Cuando la caravana y el grupo
de demonios se hicieron a un lado para dejarse pasar, el ogro saludó al jefe
amistosamente: “¿Adónde vais?” le preguntó cortésmente. A lo que él contestó al
jefe de la caravana: “Señor, venimos de Benarés. Pero vosotros os acercáis
llenos de lirios de agua azules y blancos, con flores de loto rojas y blancas
en vuestras manos; masticáis los tallos fibrosos de los lirios, venís salpicados
de lodo y dejáis caer gotas de agua. ¿Llueve por el camino por dónde habéis
venido? ¿Están los lagos completamente cubiertos con lirios azules y blancos y
con flores de loto blancas y rojas?”
El ogro: “¿Véis aquella
línea de bosques verde oscuro? Detrás, todo el campo es una masa de agua;
llueve todo el tiempo, los hoyancos están llenos de agua, y por todas partes se
ven lagos completamente cubiertos de flores de loto rojas y blancas.” Luego,
cuando los carros fueron pasando uno detrás de otro, preguntó: “¿Qué artículos
lleváis en ese carro?, ¿y en ese otro? El último parece muy pesado, ¿qué lleváis
en él?” El jefe contestó: “Llevamos agua.” “Habéis actuado sabiamente, por
supuesto, al traer agua hasta aquí; pero de aquí en adelante no hay necesidad
de llevar esa carga. Romped los cántaros, tirad el agua y viajad más de prisa.”
El ogro siguió adelante y cuando se perdió de vista, regresó a su propia ciudad
de ogros.
El jefe de la caravana,
movido por su propia tontería, siguió el consejo del ogro, rompió los cántaros
e hizo avanzar los carros. Más tarde, no encontró ni la más mínima partícula de
agua. Por falta de agua para beber los hombres se cansaron. Viajaron hasta
ponerse el sol, desuncieron los bueyes, pusieron los carros en círculo y
amarraron los bueyes a las ruedas. No había agua para los bueyes, ni atole ni
arroz cocido para los hombres. Los hombres debilitados se echaron aquí y allá y
trataron de dormir. A la media noche, devoraron su carne, dejando sólo los
huesos desnudos, y habiendo hecho así, partieron. Los huesos de las manos de
los hombres y todos los otros huesos quedaron esparcidos en las cuatro
direcciones y en las cuatro direcciones intermedias; los quinientos carros
quedaron intactos. (49)
Notas
(47) Una serpiente marina
marcada con rayas de colores oscuros y claros, más o menos temida cuando es
vista.
(48) R. H. Codrington, The Melanesians, their Anthropology and Folklore (Oxford University
Press, 1891), p. 189.
(49) Jataka, 1:1. Resumido de la tradición de Eugene Watson Burlingame, Buddhist Parables (Yale University
Press, 1922), pp. 32-34.
No hay comentarios:
Publicar un comentario