15/1/19


ANNA RHOGIO


PEQUE Y LA CASITA CARACOL                                               



En el fondo, pasando los parrales, vecina a la enredadera que la decora con lluvias de campanillas azul-violeta, se ve una casita, casi, casi de juguete.


La construyó el papá de Peque con troncos que aun huelen a pinos para María y Damián cuando eran chicos, y si hubiera una manera de rescatar risas, llantos y peleas guardados sería maravilloso porque allí jugaron mucho, aunque hoy no quierea ni mirarla. 


"Se hacen los grandes" dice Tomás, que ama ese lugar en el que se refugia a pasar alguna borrascosa pataleta.


El interior es bellamente rústico, al estilo de la casita de los siete enanitos, con sillas, mesa y un precioso aparador donde guardar vajilla y cubiertos.


Para evitar serios accidentes, afuera hay un fogón y en la parrilla se apoyan una olla de hierro igual a las de las brujas y una caldera, renegridas por la acción del fuego. A veces se cocina un asado o un guiso por el gusto de hacer algo con sabor y perfume a humo.


En tiempos de ocio, Peque ronda el lugar mirando de pe a pa la Casita Caracol, como le gusta llamarla, ideando andá a saber qué aventura.


Hasta que trae balde, escoba, trapo de piso y detergente, se remanga y limpia igual que Blancanieves, acaso esperando que lleguen sus enanitos.


Entonces relucen arcoiris en la policromía de un curioso rayo de sol que entra por las ventanitas a vichar, deseoso de averiguar qué sucede adentro.


Después aparece Tomás y sus protestas llegan al cielo:


-¿Qué hacés? ¿Estás loca? ¡Ni se te ocurra estropear la casita!


-¡No, nene! ¡En vez de fastidiar, hubieras venido a ayudarme!


-¿A qué?


-¿Pero no ves? ¡A limpiar!


-¡Eso es cosa de mujeres!


-¡Mirá que te casco! ¿Dónde lo aprendiste? ¿Con algún idiota?


-No me acuerdo.


-Tengo un plan que te contaré al terminar. Mientras, ¡ni se te ocurra entrar a ensuciar porque te reviento! Traés los zapatos llenos de arena. ¿Fuiste al río? Tía Juani te dejó ir solo?


-UFAAAAAAAA! Fuí con mi papá. ¿Si me saco los zapatos puedo entrar y sentarme un ratito?


Sí, ¡pero OJO!


El chiquilín, asombrado, aspira el perfume de los troncos recién lustrados, mirando el brillo de la mesa y las sillas:


-¡PAAAAA!


-¿Te animás a dormir una noche acá?


-¿Solo? ¿Ese es tu plan?


-Solo no. Estoy programando una fiesta de pijamas y creo que voy a invitarte. Vendrán tu hermana y Rocío.


-¿Mateo no?


-Si se anima a estar atado de pies y manos.


-¿Tas loca?


-Es que juntos son imbancables, botija. 


*


Ya está lista la fiesta.


Las madres satisfechas, les preparan cosas muy ricas. Es que la aventura no será en la chalana donde ya fueron a quedarse varias noches de luna. Pero igualmente las recomendaciones llegan al universo infinito: que cuidado con las velas, que no manchen los sacos de dormir con el jugo, que no se destapen porque las noches ya son bastante frescas, que patatín, que patatán...


-Vamos, hijas -propone abuela. -Dejémoslos en paz. 


El magnífico silencio es un alivio.


Pero...


A medida que transcurren lenta y calladamente los segundos, comienzan a escuchar los sonidos de la noche.


Pisadas sobre la hojarasca seca, crujidos de ramas que se quiebran, el viento cantando en las hojas.


Un ladrido lejano, cerca, el maullido de un gato, susurros de gentes escondidas que podrían entrar derribando la puerta.


Se miran sintiendo un escalofrío que otro en la espalda.


-Bien, amigas y amigos, tenemos una fiesta de pijamas, no vamos a quedarnos mirándonos como bobos con miedo en los ojos. Vamos a comer las comidas deliciosas que trajimos. Y además podemos jugar a las cartas, al dominó o al Monopolio.


-Sugiero, Peque, que contemos las experiencias del verano. Fueron muchas y divertidas -dice Ro. -Y así no pensaremos ni hablaremos pavadas.
-¡Siiií! -exclama Lola. -Tuve miedo que empezaran a contar historias de vampiros y esos horrores. La noche se presta para eso y está bárbara: sin luna, oscurísima y llena de murmullos misteriosos, pero mejor no.


-Me gustan pila los cuentos de terror.


-Callate, Mateo, y zampate la torta de crema.


-¿Y si nos contás uno de abu, Peque? -pregunta Tomás. -Vos sabés cantidad y no son de los que dan susto.


-Y por qué tengo que ser yo la contadora?


-Porque sabés muchos.


-Voy a inventar uno que les hará poner los pelos de punta. 


-¡Ay, no! ¡Creí que nada de espantosidades!


-¡Animate, Lola! ¡Vas a ver que al final no pasa nada! -dice Mateo dispuesto a pasar miedo porque le gusta.


-Bueno, pero si me muero, vas a tener que parar, Peque.


El relato es espeluznante. Nadie sabe de dónde Peque saca esos horrores.


Hasta que Ro se levanta de golpe, grita señalando una de las ventanitas, se apaga la velita y quedan a oscuras.


Desbandada general, gritería ensordecedora, descalzas carreras atropelladas.


Cuando entran desesperados a la cocina papá, mamá y abu se despiertan y preguntan pero no entienden nada de esos balbuceos sin sentido.


Los hermanos mayores se revuelca de risa en los sillones.


Mientras ellos lo miran espantados desde la ventana, papá enciende las luces del fondo y recoge los sacos de dormir, porque supone que los chiquilines ya tuvieron bastante por esta noche y no regresarán a la Casita Caracol.



-Vengan, bobalicones, les mostraré el fantasma.


-Noooo!!!!


-Noooo!!!!


-Ni locossssssssssss!!!!!!!!


Papá los convence y los anima a bajar: dan la vuelta alrededor de la casita y ven una sábana que la fuerte brisa nocturna arrancó de la cuerda, enganchada en un tronco y asomándose a la ventanita como queriendo espiar. 


Así, pues, la pijamada termina con un desparramo general de sacos de dormir en el living, los chiquis comiendo delicias y conversando de bueyes perdidos.


Nada de monstruosas apariciones.


-La próxima vez nos irá mejor.


-¡CALLATEEEEEEEEEEEEE  PEQUEEEEEEEEE!


-JA. Escuché otra muletilla.


-¿Cuál?


-O sea...

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