ANNA RHOGIO
PEQUE Y LA CASITA CARACOL
En el fondo, pasando
los parrales, vecina a la enredadera que la decora con lluvias de campanillas
azul-violeta, se ve una casita, casi, casi de juguete.
La construyó el papá
de Peque con troncos que aun huelen a pinos para María y Damián cuando eran
chicos, y si hubiera una manera de rescatar risas, llantos y peleas guardados
sería maravilloso porque allí jugaron mucho, aunque hoy no quierea ni
mirarla.
"Se hacen los
grandes" dice Tomás, que ama ese lugar en el que se refugia a pasar
alguna borrascosa pataleta.
El interior es
bellamente rústico, al estilo de la casita de los siete enanitos, con sillas,
mesa y un precioso aparador donde guardar vajilla y cubiertos.
Para evitar serios
accidentes, afuera hay un fogón y en la parrilla se apoyan una olla de hierro
igual a las de las brujas y una caldera, renegridas por la acción del fuego. A
veces se cocina un asado o un guiso por el gusto de hacer algo
con sabor y perfume a humo.
En tiempos de
ocio, Peque ronda el lugar mirando de pe a pa la Casita Caracol, como le gusta
llamarla, ideando andá a saber qué aventura.
Hasta que trae balde,
escoba, trapo de piso y detergente, se remanga y limpia igual que
Blancanieves, acaso esperando que lleguen sus enanitos.
Entonces relucen
arcoiris en la policromía de un curioso rayo de sol que entra por las
ventanitas a vichar, deseoso de averiguar qué sucede adentro.
Después aparece Tomás
y sus protestas llegan al cielo:
-¿Qué hacés? ¿Estás
loca? ¡Ni se te ocurra estropear la casita!
-¡No, nene! ¡En vez
de fastidiar, hubieras venido a ayudarme!
-¿A qué?
-¿Pero no ves? ¡A
limpiar!
-¡Eso es cosa de
mujeres!
-¡Mirá que te casco! ¿Dónde
lo aprendiste? ¿Con algún idiota?
-No me acuerdo.
-Tengo un plan que te
contaré al terminar. Mientras, ¡ni se te ocurra entrar a ensuciar porque te
reviento! Traés los zapatos llenos de arena. ¿Fuiste al río? Tía Juani te dejó ir
solo?
-UFAAAAAAAA! Fuí con
mi papá. ¿Si me saco los zapatos puedo entrar y sentarme un ratito?
Sí, ¡pero OJO!
El chiquilín,
asombrado, aspira el perfume de los troncos recién lustrados, mirando el brillo
de la mesa y las sillas:
-¡PAAAAA!
-¿Te animás a dormir
una noche acá?
-¿Solo? ¿Ese es tu
plan?
-Solo no. Estoy
programando una fiesta de pijamas y creo que voy a invitarte. Vendrán tu
hermana y Rocío.
-¿Mateo no?
-Si se anima a estar
atado de pies y manos.
-¿Tas loca?
-Es que juntos son
imbancables, botija.
*
Ya está lista la
fiesta.
Las madres
satisfechas, les preparan cosas muy ricas. Es que la aventura no será en
la chalana donde ya fueron a quedarse varias noches de luna. Pero igualmente
las recomendaciones llegan al universo infinito: que cuidado con las velas, que
no manchen los sacos de dormir con el jugo, que no se destapen porque las
noches ya son bastante frescas, que patatín, que patatán...
-Vamos, hijas -propone
abuela. -Dejémoslos en paz.
El magnífico silencio
es un alivio.
Pero...
A medida que
transcurren lenta y calladamente los segundos, comienzan a escuchar los sonidos
de la noche.
Pisadas sobre la
hojarasca seca, crujidos de ramas que se quiebran, el viento cantando en las
hojas.
Un ladrido lejano,
cerca, el maullido de un gato, susurros de gentes escondidas que podrían entrar
derribando la puerta.
Se miran sintiendo un
escalofrío que otro en la espalda.
-Bien, amigas y
amigos, tenemos una fiesta de pijamas, no vamos a quedarnos mirándonos como
bobos con miedo en los ojos. Vamos a comer las comidas deliciosas que trajimos.
Y además podemos jugar a las cartas, al dominó o al Monopolio.
-Sugiero, Peque, que
contemos las experiencias del verano. Fueron muchas y divertidas -dice Ro. -Y así
no pensaremos ni hablaremos pavadas.
-¡Siiií! -exclama
Lola. -Tuve miedo que empezaran a contar historias de vampiros y esos horrores.
La noche se presta para eso y está bárbara: sin luna, oscurísima y llena de
murmullos misteriosos, pero mejor no.
-Me gustan pila los
cuentos de terror.
-Callate, Mateo, y
zampate la torta de crema.
-¿Y si nos contás uno
de abu, Peque? -pregunta Tomás. -Vos sabés cantidad y no son de los que
dan susto.
-Y por qué tengo que
ser yo la contadora?
-Porque sabés muchos.
-Voy a inventar uno
que les hará poner los pelos de punta.
-¡Ay, no! ¡Creí que
nada de espantosidades!
-¡Animate, Lola! ¡Vas
a ver que al final no pasa nada! -dice Mateo dispuesto a pasar miedo porque le
gusta.
-Bueno, pero si me muero,
vas a tener que parar, Peque.
El relato es
espeluznante. Nadie sabe de dónde Peque saca esos horrores.
Hasta que Ro se
levanta de golpe, grita señalando una de las ventanitas, se apaga la velita y
quedan a oscuras.
Desbandada general,
gritería ensordecedora, descalzas carreras atropelladas.
Cuando entran
desesperados a la cocina papá, mamá y abu se despiertan y preguntan pero
no entienden nada de esos balbuceos sin sentido.
Los hermanos mayores se
revuelca de risa en los sillones.
Mientras ellos lo
miran espantados desde la ventana, papá enciende las luces del fondo y
recoge los sacos de dormir, porque supone que los chiquilines ya tuvieron bastante
por esta noche y no regresarán a la Casita Caracol.
-Vengan, bobalicones,
les mostraré el fantasma.
-Noooo!!!!
-Noooo!!!!
-Ni
locossssssssssss!!!!!!!!
Papá los convence y los
anima a bajar: dan la vuelta alrededor de la casita y ven una sábana que la
fuerte brisa nocturna arrancó de la cuerda, enganchada en un tronco y
asomándose a la ventanita como queriendo espiar.
Así, pues, la
pijamada termina con un desparramo general de sacos de dormir en el living, los
chiquis comiendo delicias y conversando de bueyes perdidos.
Nada de monstruosas
apariciones.
-La próxima vez nos
irá mejor.
-¡CALLATEEEEEEEEEEEEE
PEQUEEEEEEEEE!
-JA. Escuché otra
muletilla.
-¿Cuál?
-O sea...
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