FRANCISCO MADARIAGA: EL PARTIDO AUTONOMISTA
por Martín Rodríguez
(PANAMÁ / 30-12-2018)
La provincia de Corrientes a los ojos
de un famélico de sentido no parece tener la relación “fluida” e integrada que
el resto del “litoral”. Como su mismo sistema político, atravesado por
“partidos provinciales”, autonomías e intervenciones, así, Madariaga con su
poética parece de igual modo cerrado, un sistema blindado, de versos totalmente
identificables. Lo vi una vez en mi vida. Entró del brazo de María Kodama una
noche del invierno de 1996 al ciclo “La voz del erizo”, en el centro cultural
Rojas. Parecía vivir ya adentro de sus poemas: un aristócrata criollo, peón del
planeta, correntino hasta la muerte. Hoy podemos leer su obra reunida en los dos
tomos que bajo el título “Contradegüellos” publicó la Editorial de la
Universidad Nacional de Entre Ríos (EDUNER) en 2017.
Que Madariaga, poeta correntino, sea un sistema cerrado no significa
nunca la trampa de un “tradicionalismo”, más bien se trata de algo cerrado en
su estanque, empantanado, como los esteros: aguas de una reserva en la que
crecen y se preserva fauna silvestre y salvaje. Pero a la vez, sin el cuidado
obsesivo de la ecología: en Madariaga lo que tiene que morir muere. Aunque sea
de una raza en extinción. Es memoria, pero no memoria vigilante.
Las aguas de Madariaga refieren a un viaje al origen. El retorno a
Corrientes pero, como lo dijo, con la “herramienta de la imagen moderna”. Y
como el primer verso de su bellísimo poema “La selva liviana”: “El sonido de un
tren que se ahoga en la catarata de las hojas”. Así: incrustar el hierro
moderno en la selva. Dice: “Su polvo ciudadano tiene miedo de la gran humedad
de la tierra”. Decimos: el litoral de Madariaga es el del viaje invertido. No es
el del río que va al mar. Es el del río que vuelve del mar. Es el desecho vivo
de una modernidad arrojada al corazón oscuro de la tierra para que se lo
trague. Como escribió en “Rieles borrados”: “Uno de esos grandes trenes
cargueros abrazados por las lonas, vomitando un celeste desequilibrio”. ¿Y qué
pasa si volvemos al origen en busca del “razonado desorden de todos los
sentidos” de Rimbaud?
La mitología de su Corrientes no
excluye ni se subordina a lo histórico; más bien lo amplifica en la fiesta
poética. Podríamos ubicar entre ponchos celestes y colorados, entre caudillos
radicales, entre urnas de madera defendidas voto a voto y fusil contra fusil,
la extrema presencia de las formas políticas primitivas en el espíritu
democratizador o moderno. El siglo 19 en el siglo 20. Poesía y política en
Madariaga, el capítulo de una lectura sobre su obra que nadie aun abrió. Ese
puente colgante, roto, donde pasan tigres, jaguares, cazadores, mulatas,
bandoleros, militares y políticos. Siglos superpuestos. Uno arriba del otro.
Dice en “Elmalgarzareal”: “Yo no tengo País, / tengo isletas voladas por
el agua…”. Lo antiverbal, ¿qué es eso? Dice: “mi destino antiverbal”. ¿El
reverso de un lenguaje que pudiera fluir? Leer como “surrealista” su
herramienta moderna está “bien”, pero para la industria de algo intraducible,
de una nueva lengua radicalmente propia. No un programa. Es el macheteo de una
fórmula para inventar su propia fórmula. Madariaga emplea de un modo
personalísimo esa poética aprendida pero para encallarla y extraer y desatar
las imágenes de ese “orden”. Él lo dice: “yo grabé un orden bárbaro”. Y en ese
gesto, en esa composición paradójica, evoca sus caballos, guachos, indios,
negros, caudillos políticos, todos tomados como razas de un orden puro que
identifica Valores: nobleza, bondad, rebelión, aristocracia, “perdón popular”.
Pero también como si desbocara la furia de esa Corrientes encorsetada por la
tradición para liberar el espíritu del bajo fondo del estero. Va a la tradición
para devolverla a las razas salvajes. Este criollo del universo no es un
“correntino profesional”. Madariaga es lo que hizo con lo que Corrientes hizo
de él: un territorio autónomo, libertario.
Creer en una nobleza nativa, en una
naturaleza, un poco, sí, en los “buenos salvajes”. ¿Y quién no? ¿Quién que
escribe no lleva sus asuntos al extremo del pecado idealista? Esa “bondad
criolla” que acompaña su sonrisa libertaria parece una moral pero disuelve en
sus aguas el tono grave, solemne. Un poeta justiciero, santo del puñal,
un rey de la sangre en el ojo, de venganzas que valen la pena. Una Corrientes
anfibia donde la naturaleza hace también su guerra contra los hombres.
Madariaga también nos cuenta la historia de eso que quedó ahí: en el tiempo y
en el espacio, formas de una incivilización que tenían grabada en la sangre los
pactos y las palabras de honor, todo eso que se lleva el viento y que hace a la
Historia. La frontera de una provincia que tuvo que ahogarse o ahogar a sus
nativos. Argentina de frontera. Como Formosa.
Madariaga no es barroco, no se va por las nubes, no hace una de más. Es
una economía del exceso. Subraya una sexualidad clara, aunque no es tampoco el
macho-alfa del estero. Es el estallido del cazador, la mulata, la criolla.
“Jerarquía de peón del planeta” decía, “el rastreador que ha dormido tirado
entre los yuyos”. O este verso demencial: “una cocina sucia llena de lechos
sucios y de tarros con jazmines calentados del ex-alba”. Un surrealismo bancado
con trapos rojos y celestes.
Es Corrientes pero en su caos
original. Antes de ser el museo de la tradición. Francisco Madariaga agarra a
la enorme y popular Ramona Galarza y separa a Ramona de la Garza. Francisco
Madariaga agarra del cuello a Cachito campeón de Corrientes y lo separa en
cachitos: “barbaridades telúricas y castigables en un arrebato bélico de
acordeones”. Francisco criollo del universo. ¿Un poeta es de una tierra o un
poeta inventa una tierra? Digamos que si la literatura es un mapa, Madariaga
alienta esa desgracia… lo leés y salís diciendo “por Dios, ¿dónde queda esto?”.
Parafraseando a no sé quién y en este país desgraciado, ¿qué
es este poeta? Una provincia que falta.
Madariaga inventó algo que, si lo leés, no te podés sacar de encima.
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