18/1/19




ANTONIN ARTAUD

EL TEATRO Y SU DOBLE

Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda


SEPTUAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA


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CARTAS SOBRE EL LENGUAJE

CUARTA CARTA (3)


París, 28 de mayo de 1933

A J. P.


Sería realmente singular que en un dominio más cercano que el otro a la vida, el amor de ese dominio, o sea el director, deba ceder continuamente su sitio al autor, que por esencia trabaja en lo abstracto, es decir en el papel. Aun cuando la puesta en escena no contara con el lenguaje de los ademanes, que iguala y supera al de las palabras, cualquier puesta en escena muda, con su movimiento, sus personajes múltiples, sus luces, sus decorados, podría rivalizar con pinturas como Las hijas de Lot, de Lucas de Leiden, como ciertos Aquelarres, de Goya; ciertas Resurrecciones y Transfiguraciones del Greco; como La tentación de San Antonio, de Jerónimo Bosch, y la inquietante y misteriosa Dulle Griet, de Brueghel el Viejo, donde una luz torrencial y roja, aunque localizada en ciertos sectores de la tela, parece brotar por todas partes, y bloquear a un metro de la tela, por medio de no sé qué procedimiento técnico, el ojo petrificado del espectador. Y el teatro brilla aquí en todas direcciones. El torbellino de la vida, contenido por un cerco de luz blanca, corre repentinamente por cauces anónimos. Un ruido lívido y chirriante se eleva de esa bacanal de larvas, de un color que ni siquiera las magulladuras de la piel humana pueden reproducir. La vida verdadera es móvil y blanca; la vida oculta es lívida y fija, con todas las posibles actitudes de una infinita inmovilidad. Es un teatro mudo, pero que habla más que si se le hubiese dado un lenguaje para expresarse. Todas estas pinturas tienen doble sentido, y más allá de sus cualidades puramente pictóricas, traen una enseñanza y revelan aspectos misteriosos o terribles de la naturaleza y del espíritu.


Pero felizmente para el teatro, la puesta en escena es mucho más que eso. Pues, además de ordenar una representación con palpables medios materiales, la puesta en escena pura contiene en ademanes, gestos, actitudes móviles, y en el empleo concreto de la música, todo cuanto contiene la palabra. Repeticiones rítmicas de sílabas y particulares modulaciones de la voz, vistiendo el sentido preciso de las palabras, precipitan mayor número de imágenes en el cerebro, produciendo un estado aproximadamente alucinatorio, e imponen a la sensibilidad y al espíritu una especie de alteración orgánica que contribuye a quitar a la poesía escrita la gratuidad que comúnmente la caracteriza. Y en torno a esa gratuidad se concentra todo el problema del teatro.

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