FRANCISCO
ESPÍNOLA
DON JUAN, EL ZORRO
VIGESIMOPRIMERA ENTREGA
Capítulo I
La mala acción del Peludo (3)
LA MALA ACCIÓN DEL PELUDO
A la mañana siguiente, en
cuanto se levantó, Don Juan fue a lo de la Mulita y la encontró muy agachadita
sobre su costura. En seguida ella aprontó un buen amargo y, como Don Juan
dijera que él lo cebaría, dióselo una vez preparado y volvió a sentarse y a
seguir cosiendo.
-¡Pero m’hija, si viera!
¡Casi no he pegao los ojos!
-¿Y por qué, Don Juan?
-nacía la voz dulcísima de ella, sin alzar la vista de su empeño.
-¡Dejemé! ¡Si me parecía
mentira…! ¡Estaba tan bien! Lejos de casi todo el bandidaje que me odia sin
causa; cerquita de aquí, al lado de mi buena amiga… Daba vueltas y vueltas,
pero no buscando el sueño, entiendamé, sino espantandoló, porque es cosa boba
dormirse en las poquitas horas felices que uno tiene…
Don Juan, con la caldera
al lado, llenaba el mate, sorbía lentamente y seguía conversando con un acento
extraño; como si la Mulita estuviera tan en su alma que sus pensamientos no
precisaran salir de sí para llegar a ella.
-¡Pobre m’hijita! ¡Mire
que tanto trabajo! ¿Cómo le podré pagar lo que ella hace?
-¡Ave María, don Juan!
¡Eso no se dice! -protestaba la Mulita, temblorosa y con la cabeza cada vez más
agachada.
Don Juan se puso a observarla.
Y al cabo de un momento:
-¡Usté ha llorado, m’hija!
-exclamó.
-¡Yo no, señor! -dijo
ella.
Y largó el trapo.
La Mulita se sacudía, a
los sollozos. Don Juan apoyó el mate en la pava y la empezó a acariciar.
-¡Pobre, m’hijita! -decía
casi seguro de lo que había pasado. ¡Quién la habrá hecho sufrir! Digaseló a su
amigo, que pa eso en el mundo, pa defenderla. No sea mala… Cuentelé.
-¡Fue tío que me pegó con
un maniador porque estuvimos juntos en el baile!
-¿El Peludo?
-¡El mesmito! ¿No ve?
Y le enseñó las manitas
lastimadas por atajarse los golpes.
-¡Ah, bandido! -rugió Don
Juan. -Bueno, no llore más. ¡Ya le haremos pagar cara su felonía!
-¡No se vaya a meter con
él, que es malísimo! -imploró, horrorizada, la Mulita. Y además él lo hace
porque él me quiere y malicea que usté no es bueno y que se junta conmigo p’hacerlo
rabiar a él y hacerme algún mal a mí. Yo le he dicho que usté es bueno y es
pior; se pone más furioso. ¡Le da una furia…! ¡No se vaya a meter con él! ¡Se
lo pido de rodillas!
-Le haré caso, quedesé
quietita. Y no llore más que el llanto me hace daño.
Era verdad. Don Juan no
podía ver llorar sin que le viniera como una fiebre.
Pensativo, ceñudo, siguió
mateando un rato más, mientras ella, estremecida de suspiros, continuaba su
costura, ahora con puntadas más chiquitas y -si cabe- más prolijas, como que
ponía una atención intensa. Llegado a punto muerto en una maquinación
despiadada, Don Juan resolvió despedirse. Y enderezó a lo de su primo, el
Zorrino.
-¿Qué anda haciendo tan
temprano? -gritó este en cuanto lo vio venir.
-A consultarte -contestó
Don Juan cuando hubo llegado.
Y le contó lo ocurrido y
sus ansias de venganza.
-¡El asunto es serio!
-dijo enfáticamente el Zorrino después de haberlo atendido con la cabeza tan
ladeada que parecía estar escuchando la voz de la misma tierra. Se puso así de
ufanía de ser objeto de consulta, ¡y por Don Juan, nada menos! -¡El asunto es
serio, pero muy serio! -repitió. No se puede agarrar al peludo en la pulpería
porque flor de batuque se va a armar entonces…
-Y por eso mismo digo -interrumpió
el otro. -Y yo no quisiera golpiarlo mucho, por ella, la pobre. Darle un
sosegate, pa que aprienda… pero con cuidado de que no se me vaya la mano porque…
-Bueno, está bien…
-seguía, completamente para sí, el Zorrino, golpeando el suelo con la bota, muy
pensativo. -La cosa es brava, derecho. Esta cuestión tiene que…
Y como a pesar de no
callarse sólo hablaba en términos inconducentes, Don Juan, de pronto, se
incorporó y dijo:
-Mirá, lo mejor es ir a
la pulpería y allí, observando la cosa, se verá lo que se hace.
Muy bien pareciole al
primo tal determinación. Casualmente él, en ese momento -dijo- iba a proponerle
lo mismo.
Salieron, pues, y se
encaminaron a la pulpería.
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