13/2/19




FRANCISCO ESPÍNOLA

DON JUAN, EL ZORRO


VIGESIMOPRIMERA ENTREGA


Capítulo I


La mala acción del Peludo (3)


LA MALA ACCIÓN DEL PELUDO



A la mañana siguiente, en cuanto se levantó, Don Juan fue a lo de la Mulita y la encontró muy agachadita sobre su costura. En seguida ella aprontó un buen amargo y, como Don Juan dijera que él lo cebaría, dióselo una vez preparado y volvió a sentarse y a seguir cosiendo.


-¡Pero m’hija, si viera! ¡Casi no he pegao los ojos!


-¿Y por qué, Don Juan? -nacía la voz dulcísima de ella, sin alzar la vista de su empeño.


-¡Dejemé! ¡Si me parecía mentira…! ¡Estaba tan bien! Lejos de casi todo el bandidaje que me odia sin causa; cerquita de aquí, al lado de mi buena amiga… Daba vueltas y vueltas, pero no buscando el sueño, entiendamé, sino espantandoló, porque es cosa boba dormirse en las poquitas horas felices que uno tiene…


Don Juan, con la caldera al lado, llenaba el mate, sorbía lentamente y seguía conversando con un acento extraño; como si la Mulita estuviera tan en su alma que sus pensamientos no precisaran salir de sí para llegar a ella.


-¡Pobre m’hijita! ¡Mire que tanto trabajo! ¿Cómo le podré pagar lo que ella hace?


-¡Ave María, don Juan! ¡Eso no se dice! -protestaba la Mulita, temblorosa y con la cabeza cada vez más agachada.


Don Juan se puso a observarla. Y al cabo de un momento:


-¡Usté ha llorado, m’hija! -exclamó.


-¡Yo no, señor! -dijo ella.


Y largó el trapo.


La Mulita se sacudía, a los sollozos. Don Juan apoyó el mate en la pava y la empezó a acariciar.


-¡Pobre, m’hijita! -decía casi seguro de lo que había pasado. ¡Quién la habrá hecho sufrir! Digaseló a su amigo, que pa eso en el mundo, pa defenderla. No sea mala… Cuentelé.


-¡Fue tío que me pegó con un maniador porque estuvimos juntos en el baile!


-¿El Peludo?


-¡El mesmito! ¿No ve?


Y le enseñó las manitas lastimadas por atajarse los golpes.


-¡Ah, bandido! -rugió Don Juan. -Bueno, no llore más. ¡Ya le haremos pagar cara su felonía!


-¡No se vaya a meter con él, que es malísimo! -imploró, horrorizada, la Mulita. Y además él lo hace porque él me quiere y malicea que usté no es bueno y que se junta conmigo p’hacerlo rabiar a él y hacerme algún mal a mí. Yo le he dicho que usté es bueno y es pior; se pone más furioso. ¡Le da una furia…! ¡No se vaya a meter con él! ¡Se lo pido de rodillas!


-Le haré caso, quedesé quietita. Y no llore más que el llanto me hace daño.


Era verdad. Don Juan no podía ver llorar sin que le viniera como una fiebre.


Pensativo, ceñudo, siguió mateando un rato más, mientras ella, estremecida de suspiros, continuaba su costura, ahora con puntadas más chiquitas y -si cabe- más prolijas, como que ponía una atención intensa. Llegado a punto muerto en una maquinación despiadada, Don Juan resolvió despedirse. Y enderezó a lo de su primo, el Zorrino.


-¿Qué anda haciendo tan temprano? -gritó este en cuanto lo vio venir.


-A consultarte -contestó Don Juan cuando hubo llegado.


Y le contó lo ocurrido y sus ansias de venganza.


-¡El asunto es serio! -dijo enfáticamente el Zorrino después de haberlo atendido con la cabeza tan ladeada que parecía estar escuchando la voz de la misma tierra. Se puso así de ufanía de ser objeto de consulta, ¡y por Don Juan, nada menos! -¡El asunto es serio, pero muy serio! -repitió. No se puede agarrar al peludo en la pulpería porque flor de batuque se va a armar entonces…


-Y por eso mismo digo -interrumpió el otro. -Y yo no quisiera golpiarlo mucho, por ella, la pobre. Darle un sosegate, pa que aprienda… pero con cuidado de que no se me vaya la mano porque…


-Bueno, está bien… -seguía, completamente para sí, el Zorrino, golpeando el suelo con la bota, muy pensativo. -La cosa es brava, derecho. Esta cuestión tiene que…


Y como a pesar de no callarse sólo hablaba en términos inconducentes, Don Juan, de pronto, se incorporó y dijo:


-Mirá, lo mejor es ir a la pulpería y allí, observando la cosa, se verá lo que se hace.


Muy bien pareciole al primo tal determinación. Casualmente él, en ese momento -dijo- iba a proponerle lo mismo.


Salieron, pues, y se encaminaron a la pulpería.

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