FÉLIX DE AZÚA
«ESPAÑA NO ES UN PAÍS CIVILIZADO, SINO UN PAÍS
DOMESTICADO»
por Pablo Blázquez
(ethic / 29-1-2019)
Es harto complicado resumir en unas líneas a Félix de Azúa (Barcelona, 1944): poeta novísimo, ensayista, novelista, académico, catedrático de Estética, polemista infatigable… En la distancia corta, sus modales y su exquisita amabilidad casan bien, armoniosamente, con esa debilidad tan suya por la provocación constante. Nos recibe en la sede de la Real Academia Española, un símbolo de la Ilustración en un país al que siempre le costó ilustrarse.
Hace poco dijiste: «No hay que quejarse. Hay que trabajar, y dejar de quejarse».
El victimismo es un rasgo propio del siglo XXI, que nunca antes se había dado. Por eso es algo muy extraño. En este momento, si no perteneces a un grupo de víctimas, es muy difícil que te hagan caso. El otro día, en una entrevista, me preguntaron sobre la Real Academia, porque habían oído que la institución estaba en la ruina. Lo cual es cierto, porque han ido desapareciendo las subvenciones, y este es un sitio muy caro de mantener. Yo les respondía que teníamos la «mala suerte» de pertenecer a una cultura con 500 millones de hispanohablantes. Y parece que a Gobiernos como el del señor Sánchez eso les da mucha vergüenza. Si fuéramos catalanes, recibiríamos muchísimo dinero. Pero qué se le va a hacer, somos españoles. No pertenecemos a ningún grupo de víctimas, y no nos dan un duro.
Esa victimización conecta de alguna forma con la cultura de la corrección política. ¿Cuáles son los efectos?
La corrección política es el fascismo contemporáneo. Ha cambiado completamente las relaciones sociales y, sobre todo, la vida intelectual. Todos en este momento, y yo me incluyo, nos autocensuramos, porque sabemos que decir determinadas cosas que son absolutamente verdaderas, y reales, nos va a traer tal cantidad de problemas que es mejor callarse. De manera que la opinión política, por ejemplo, ha cambiado completamente. En este momento, un opinador político de los años setenta u ochenta no podría existir. Los propios periódicos no lo contratarían como columnista. En cambio, los que pertenecen a una minoría agraviada tienen encaje en todas partes. Los que llevan la etiqueta de minoría y pueden decir cualquier idiotez. Mientras que el resto nos tenemos que callar muchas cosas.
Cuesta creer que Félix de Azúa se calle cosas.
Sí, pero antes había más libertad. Estamos en una época de censura absoluta. Lo hablo mucho con Fernando [Savater]. Éramos mucho más libres hace 15 años que ahora. En términos de opinión pública. Algunos periódicos, y no voy a dar nombres, eran justamente plataformas de democracia, liberales, sin censuras, etc. En este momento son completamente ideológicos.
¿Hoy se publicarían obras maestras tan populares como ‘Lolita’ o ‘El túnel’?
Absolutamente no.
Hoy nadie se atrevería a publicar Lolita. Pero no solo esta obra, que es un
caso evidente. Hablo de millones de trabajos que no podrían ver la luz porque
inmediatamente serían acusados de misóginos, de homófobos, etc. Ahora se
meten con el grupo Mecano porque en una letra decían la palabra mariconez. Es
un fenómeno muy interesante, porque yo me pregunto: ¿qué gana esta gente
censurando eso a estas alturas? Para mí son terroristas inmateriales. O tal
vez cibernéticos. Esas personas, que nadie sabe muy bien quiénes son, que
crean opiniones colectivas absurdas en Internet. Por ejemplo, ahora mucha gente
cree que Rusia está detrás del procés catalán. Siguiendo esa creencia,
quién sabe, tal vez también estén detrás de la censura a
Mecano [ríe].
Una vez dijiste:
«Hay algo muerto en la sociedad política actual».
La democracia, el
único sistema en el que podemos vivir, sea bueno o malo, pero en cualquier
caso la mejor opción, está muy agrietada y corre peligro. Da la impresión de
que hay, digamos, agentes interesados en que se acabe con las libertades. Y por
agentes, hablo de submundos que no están muy localizados. La acumulación de
capital más brutal que ha habido en el siglo XX viene del narcotráfico, del
contrabando de armas y de guerrillas yihadistas que venden el patrimonio
islámico. Y es un dinero que, por otra parte, nadie sabe dónde está. Y no
está precisamente debajo de un colchón. ¿En qué bancos está, entonces?
¿Quién lo controla? Sean quienes sean, toman decisiones políticas. O más
bien, compran esas decisiones.
El siglo XX fue el
de la agitación ideológica. ¿Qué papel juegan hoy las ideologías?
Mayor que nunca.
Si analizas el panorama español, la izquierda está formada por partidos
ideológicos. Esto es, partidos que no quieren el poder para mejorar la vida de
las personas, sino para cumplir con una ideología. En la derecha,
prácticamente todo el espectro es ideológico. Ahora ha salido Vox, que
encarna la superideología de derechas. Y el PP ha sido siempre un partido
vaticanista, supercatólico. Y para mí eso es también un partido ideológico.
Nos queda Ciudadanos, y debo confesar que tengo simpatía por ellos, porque
para mí es el menos ideológico actualmente. Y precisamente por eso lo ataca
todo el mundo. Porque todos esperan a que se decidan, a que se posicionen. Para
pegarles desde un lado u otro.
¿Crees entonces que
la ideología es un lastre para las personas y para la
convivencia?
En países muy
ignorantes, como España, Irlanda o Italia, la ideología sustituye a la
religión. Somos países con siglos y siglos de dominación religiosa, y es
imposible pensar que ya nos hemos librado de eso. Hay masas enormes que creen
haber superado la religión, pero para abrazar otra. Porque sin religión no
pueden vivir. Para mí, los nacionalismos son un tipo de religión. Un amigo
muy nacionalista me decía: «Tú y yo nos moriremos, pero Cataluña
permanecerá». Ese es justo el alivio de los creyentes. Que hay unos seres, o
entes, trascendentales e inmortales. Por eso hay tanta gente que abraza estas
ideologías. Porque les da una suerte de esperanza metafísica. Antes se la
daban los curas; ahora, los políticos.
Se cumplen 40 años
de la Transición. ¿Cuál es tu balance?
Hay cada vez más
gente que la pone en duda. Y, o bien son extraordinariamente ignorantes, en
caso de que sean mayores, o, si son jóvenes, son perfectamente estúpidos.
Basta mirar un poco lo que ha sido este país para darse cuenta de que la
Transición ha sido el único periodo en los últimos tres siglos en el que se
puede vivir en España con cierta tranquilidad. Desde Carlos IV, este país es
un desastre. Una catástrofe. Y de repente, por puro milagro, en el año 78
empieza a forjarse eso que llamamos la Transición. No es una transición como
tal, sino la instauración en España de la civilización. España no era antes
un país civilizado, sino un país domesticado. Ahora, podría llegar a ser
civilizado, pero todavía no lo es. Por el momento, ya tenemos una España
liberal, ilustrada y laica, que no es poco.
El Congreso se ha
puesto de acuerdo para que la Filosofía vuelva a ser una asignatura
obligatoria.
En lo que
respecta a la actualidad, es la única alegría que me he llevado en los
últimos meses.
Siempre has sido
muy crítico con el nivel educativo de los españoles.
Es monstruoso. He
estado dando clase en universidades extranjeras, y también 30 años en
universidades españolas. La diferencia es abismal. Se puede comprobar muy
fácilmente, con un detalle: basta comparar a los erasmus que vienen del
extranjero con los españoles. Y eso que los que vienen a España suelen ser
los más frívolos (ríe). Porque los que quieren trabajar se van a Alemania.
Vivimos la cuarta
oleada feminista. Incluso Ana Botín se declara feminista.
Al principio
tenía interés por este movimiento. Seguía a pensadoras como Camille Paglia
[escritora estadounidense, a la que muchos definen como «post-feminista»] y lo
veía como el descubrimiento de algo muy bueno. Pero, en este momento, creo que
se ha convertido en un tópico periodístico, al que se apuntan mujeres
poderosas y de alta clase social, porque es como ponerse un fular de Hermès.
El feminismo es una cosa elegante, y el que no lo lleva es considerado un
pobretón. De la misma manera que en los años ochenta todo el mundo tenía que
decir que era demócrata, aunque acababan de descubrir qué era esto de la
democracia, porque venían del franquismo. Tristemente, con el feminismo pasa
lo mismo. Es como la moda de la elegancia burguesa. Y lo veo como una
hipocresía. Porque muchos y muchas lo llevan como bandera y se quedan en
detalles superfluos, cuando donde realmente hay que lucharlo es en el terreno
en el que las mujeres deben igualarse a los hombres, en salarios,
responsabilidades, cuidados familiares, etc.
El debate sobre el
lenguaje inclusivo ha llegado a la RAE.
Yo creo que la gramática no solo no tiene género, sino que, sencillamente, no es de nadie. El trabajo que hacemos aquí no tiene nada que ver con géneros, ni siquiera con académicos. Se trata de sacar una fotografía del lenguaje tal y como está. Y no es nuestro lenguaje, no es el de la RAE. Es de 500 millones de hablantes. Hay algunas cosas que sí tienen sentido. Te pongo un ejemplo. En el diccionario, uno de los apartados de la definición de «judío» dice «hombre avaricioso y usurero». Y añadimos la anotación «despectivo». Dejamos claro que es un insulto. Pero nos llegan un montón de peticiones para que suprimamos ese apartado. Es gente intolerante. Y los intolerantes no pueden hacer diccionarios.
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