13/12/12

LEON CHESTOV
 
KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL
 
(Vox clamantis in deserto)
 
traducción de José Ferrater Mora
 
 
 
VIGESIMOPRIMERA ENTREGA
 
X
 
EL CONOCIMIENTO COMO CAÍDA (2)
 
 
Kierkegaard no responde a esta pregunta. Sin embargo, la formula, pero en una muy distinta forma: “Si se me permitiera expresar un deseo, pediría que a ninguno de mis lectores se le ocurriera llevar adelante su penetración hasta formular la siguiente pregunta: ¿Qué habría ocurrido si Adán no hubiese pecado? En el mismo instante en que la realidad queda establecida, la posibilidad, como si fuese una nada, se desvanece, y esto tienta a los hombres a quienes no gusta reflexionar. ¿Y por qué, pues, la ciencia (¿acaso sería preferible decir la conciencia?) no puede decidirse a mantener bien firma la brida que frena al hombre, y a comprender que también le son impuestos unos ciertos límites? Pero cuando se os formule una pregunta estúpida, guardaos de contestar a ella: “seríais entonces tan necios como el que os ha preguntado. La insanidad de esta pregunta no reside tanto en la pregunta misma como en el hecho de que sea planteada a la ciencia”. Está, en efecto, fuera de toda duda que no se puede hacer a la ciencia una tal pregunta. A los ojos de la ciencia la realidad pone fin de una vez para todas las posibilidades. Pero, ¿se sigue de ello que no haya en absoluto que formular tal pregunta? ¿Y no la ha planteado el propio Kierkegaard, si no explicite cuando menos implicite? Cuando nos proponía olvidar a la serpiente tantadora, ¿no respondía a la pregunta que ahora nos prohíbe formular? Y ha respondido, además, en nombre de la ciencia, la cual se ve naturalmente obligada a considerar la serpiente bíblica como una fantasía pueril y enteramente inútil. Si Kierkegaard ha eludido la serpiente, se debe a que ha vacilado en enfrentarse con ciertas verdades emancipadas de Dios o acaso inclusive increadas, eternas. Y, no obstante, es precisamente aquí más que en cualquier otra parte que hubiese tenido que recordar estas palabras misteriosas que tan frecuentemente cita: “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”.
 
 
Y, en efecto, ¡qué escándalo para el pensamiento racional es la serpiente bíblica! Mas la narración del Génesis sobre el pecado original es, de un extremo a otro, tan escandalosa como ella. La caída del hombre, tal como ha sido relatada en la Escritura, es tan contraria a nuestra concepción de lo posible, y de lo que debe ser, como esa serpiente que habla con el hombre y lo seduce. Por más que se intente convencernos de la verdad de la narración bíblica, todas las afirmaciones chocarán contra la lógica del sentido común. Si, a pesar de todo, dicha narración contiene la “verdad”, no se podrá, en todo caso, defenderla recurriendo a los mismos medios que se pueden utilizar para aniquilarla. Por consiguiente, si la verdad de la fe depende, como la verdad del conocimiento, de la posibilidad de una defensa racional, habrá que borrar de la Escritura el capítulo que relata la caída del primer hombre. En este caso no se trata de saber si es estúpido o no preguntar lo que habría ocurrido si Adán y Eva no se hubiesen dejado seducir por la serpiente y no hubiesen tomado los frutos prohibidos, sino que se puede afirmar con seguridad que nuestros antepasados no han sucumbido jamás a la tentación, que la serpiente no los ha tentado nunca y, lo que es más todavía, que los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal no han sido más peligrosos, sino, al contrario, más útiles y necesarios que los frutos de los demás árboles del Edén. En una palabra: si queremos confiar en nuestra propia perspicacia y penetración, tendremos que reconocer que el pecado ha comenzado de un modo que en nada se parece a lo que nos cuenta la Biblia sobre Adán y Eva, que ha comenzado acaso con el crimen de Caín al asesinar a su hermano Abel. Aquí comprobamos con nuestros propios ojos -oculi mentis- la presencia del pecado y de la falta; no hay la menor necesidad de recurrir a un deus ex machina tan quimérico e inadmisible para la filosofía como lo es la serpiente tentadora. En este caso, el pecado pierde ese carácter fantástico que le confiere la narración bíblica y merece plenamente el honroso título de verdad, pues se puede defenderlo por medios análogos a los que podrías utilizarse con el fin de atacarlo.
 
 
Es evidente que Kierkegaard  no ha sabido tener cuidado de sí: la narración bíblica de la caída del hombre lo ha escandalizado. Y, por lo demás, ¿quién podría aquí tener cuidado de sí, no escandalizarse? Todo nuestro ser “espiritual” clama dentro de nosotros que el pecado procede de cualquier parte menos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y nos rebelamos igualmente ante la idea de que la serpiente haya podido paralizar y adormecer la voluntad humana. Por lo tanto, se trata de descubrir a toda costa una explicación más plausible del pecado. Mas ¿no testimonia toda “explicación” -y sobre todo el deseo de “explicarlo todo” de que Kierkegaard se mofa- el “síncope de la libertad”? Mientras el hombre sea libre, mientras su libertad no esté paralizada, mientras le sea factible hacer cuanto le parezca conveniente y necesario, no se dedicará a explicar. Sólo explica el que no tiene fuerza suficiente para obrar de acuerdo con su voluntad, el que se halla sometido a una fuerza externa. El que es libre no sólo no busca explicación, sino que con una intuición infalible adivina que la simple posibilidad de una explicación es el mayor peligro que amenaza su libertad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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