LEON CHESTOV
KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL
(Vox clamantis in deserto)
traducción
de José Ferrater Mora
VIGESIMOPRIMERA
ENTREGA
X
EL CONOCIMIENTO COMO CAÍDA (2)
Kierkegaard no responde a esta pregunta. Sin embargo, la formula, pero
en una muy distinta forma: “Si se me permitiera expresar un deseo, pediría que
a ninguno de mis lectores se le ocurriera llevar adelante su penetración hasta
formular la siguiente pregunta: ¿Qué habría ocurrido si Adán no hubiese pecado?
En el mismo instante en que la realidad queda establecida, la posibilidad, como
si fuese una nada, se desvanece, y esto tienta a los hombres a quienes no gusta
reflexionar. ¿Y por qué, pues, la ciencia (¿acaso sería preferible decir la
conciencia?) no puede decidirse a mantener bien firma la brida que frena al
hombre, y a comprender que también le son impuestos unos ciertos límites? Pero
cuando se os formule una pregunta estúpida, guardaos de contestar a ella:
“seríais entonces tan necios como el que os ha preguntado. La insanidad de esta
pregunta no reside tanto en la pregunta misma como en el hecho de que sea
planteada a la ciencia”. Está, en efecto, fuera de toda duda que no se puede
hacer a la ciencia una tal pregunta. A los ojos de la ciencia la realidad pone
fin de una vez para todas las posibilidades. Pero, ¿se sigue de ello que no
haya en absoluto que formular tal pregunta? ¿Y no la ha planteado el propio
Kierkegaard, si no explicite cuando
menos implicite? Cuando nos proponía
olvidar a la serpiente tantadora, ¿no respondía a la pregunta que ahora nos
prohíbe formular? Y ha respondido, además, en nombre de la ciencia, la cual se
ve naturalmente obligada a considerar la serpiente bíblica como una fantasía pueril
y enteramente inútil. Si Kierkegaard ha eludido la serpiente, se debe a que ha
vacilado en enfrentarse con ciertas verdades emancipadas de Dios o acaso
inclusive increadas, eternas. Y, no obstante, es precisamente aquí más que en
cualquier otra parte que hubiese tenido que recordar estas palabras misteriosas
que tan frecuentemente cita: “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”.
Y, en efecto, ¡qué escándalo para el pensamiento racional es la
serpiente bíblica! Mas la narración del Génesis sobre el pecado original es, de
un extremo a otro, tan escandalosa como ella. La caída del hombre, tal como ha
sido relatada en la Escritura, es tan contraria a nuestra concepción de lo
posible, y de lo que debe ser, como esa serpiente que habla con el hombre y lo
seduce. Por más que se intente convencernos de la verdad de la narración bíblica,
todas las afirmaciones chocarán contra la lógica del sentido común. Si, a pesar
de todo, dicha narración contiene la “verdad”, no se podrá, en todo caso,
defenderla recurriendo a los mismos medios que se pueden utilizar para
aniquilarla. Por consiguiente, si la verdad de la fe depende, como la verdad
del conocimiento, de la posibilidad de una defensa racional, habrá que borrar
de la Escritura el capítulo que relata la caída del primer hombre. En este caso
no se trata de saber si es estúpido o no preguntar lo que habría ocurrido si
Adán y Eva no se hubiesen dejado seducir por la serpiente y no hubiesen tomado
los frutos prohibidos, sino que se puede afirmar con seguridad que nuestros
antepasados no han sucumbido jamás a la tentación, que la serpiente no los ha
tentado nunca y, lo que es más todavía, que los frutos del árbol de la ciencia
del bien y del mal no han sido más peligrosos, sino, al contrario, más útiles y
necesarios que los frutos de los demás árboles del Edén. En una palabra: si
queremos confiar en nuestra propia perspicacia y penetración, tendremos que
reconocer que el pecado ha comenzado de un modo que en nada se parece a lo que
nos cuenta la Biblia sobre Adán y Eva, que ha comenzado acaso con el crimen de
Caín al asesinar a su hermano Abel. Aquí comprobamos con nuestros propios ojos -oculi mentis- la presencia del pecado y
de la falta; no hay la menor necesidad de recurrir a un deus ex machina tan quimérico e inadmisible para la filosofía como
lo es la serpiente tentadora. En este caso, el pecado pierde ese carácter
fantástico que le confiere la narración bíblica y merece plenamente el honroso
título de verdad, pues se puede defenderlo por medios análogos a los que
podrías utilizarse con el fin de atacarlo.
Es evidente que Kierkegaard no ha
sabido tener cuidado de sí: la narración bíblica de la caída del hombre lo ha
escandalizado. Y, por lo demás, ¿quién podría aquí tener cuidado de sí, no
escandalizarse? Todo nuestro ser “espiritual” clama dentro de nosotros que el
pecado procede de cualquier parte menos del árbol de la ciencia del bien y del
mal. Y nos rebelamos igualmente ante la idea de que la serpiente haya podido
paralizar y adormecer la voluntad humana. Por lo tanto, se trata de descubrir a
toda costa una explicación más plausible del pecado. Mas ¿no testimonia toda “explicación”
-y sobre todo el deseo de “explicarlo todo” de que Kierkegaard se mofa- el “síncope
de la libertad”? Mientras el hombre sea libre, mientras su libertad no esté
paralizada, mientras le sea factible hacer cuanto le parezca conveniente y
necesario, no se dedicará a explicar. Sólo explica el que no tiene fuerza
suficiente para obrar de acuerdo con su voluntad, el que se halla sometido a
una fuerza externa. El que es libre no sólo no busca explicación, sino que con
una intuición infalible adivina que la simple posibilidad de una explicación es
el mayor peligro que amenaza su libertad.
1 comentario:
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