EVOCACIÓN DE MANOLO
LIMA
por Gonzalo Fonseca
(Exposición en la Junta Departamental
de Rocha, del Edil Gonzalo Fonseca sobre el pintor y maestro Manolo Lima, a
diez años de su desaparición física.)
Hace hoy exactamente diez años, un
gélido 1º de setiembre de 1990, en el País de Pinares, su pueblo y el mío, se
nos moría como del rayo, Manolo Lima, con quien tanto queríamos. Llegaba el
manotazo duro, el golpe helado, a agrupar tanto dolor en el costado que, por
doler, dolía hasta el aliento.
Y estoy tomando prestada a mi antojo,
acorde a la situación, la Elegía de Miguel Hernández para intentar una
aproximación al sentimiento personal y colectivo que sentimos hoy como ayer. Se
nos moría un querido compañero que como decía el poeta León Felipe:
“Aquí vino
Y se fue.
Vino, llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas…
y se fue…”
Viejo y querido compañero que nos
dejó al partir la lección del maestro, la lección que no se olvida y marca a
fuego la conducta propia, por su sencillez, su generosidad, sus valores
humanos, su conducta, su obra. Gran vacío, gran recuerdo; hermoso recuerdo. A
través de su consecuente vida nos dejó las herramientas: su modestia, su amor a
lo bello, su identificación con los más desposeídos, su amor a la libertad, su ansia
plena de justicia social.
Nacido Manuel Vicente Lima Acosta en
1919, en las proximidades del pueblo San Miguel, en la frontera propiamente
hablando del Departamento de Rocha. Un 25 de marzo de 1987 le realizamos un
reportaje, que más que tal fue una larga charla entre amigos, donde recordaba
textualmente: “…me crié entre el Chuy y San Miguel, con mis padres, mis abuelos
y los contrabandistas… Por ahí en los recuerdos levanto la figura de la vieja
Fortunata, mi abuela, un ser entrañable, querido. Todas mis mañas y en todo
caso mis virtudes, arrancan de ella… De pequeñito, al lado de la abuela yo me
acuerdo que cebaba el matecito y me convidaba, y me daba una pitada del cigarro
de ella también. Allí nacieron los vicios…”
Manolo tenía una prodigiosa facilidad
para retener detalles y transmitirlos como datos precisos: colores, imágenes,
lugares, sensaciones; repasaba su vida con alegría, se entusiasmaba, se
entristecía, se emocionaba, llegaba al dolor…
De su infancia decía: “…era una
especie de mascota, era muy curioso. Yo estaba entre los contrabandistas un
tiempo y después en el Fuerte San Miguel con el 18 de Infantería… Mi bisabuelo
fue soldado en la guerra del Paraguay…”
Hizo sus primeras letras en la
Escuela del Chuy y luego en la de San Miguel, para luego partir con su familia
en diligencia por los arenales hacia Rocha.
Allí vivieron muy pobremente, su
padre trabajaba en hornos de ladrillo, después puso una panadería, luego un
almacencito, un sinfín de cosas hasta que “el asunto no daba para más” y se fue
a trabajar a la frontera de nuevo. Y quedaron entonces, peleando la vida en
Rocha, su madre con los seis hijos. (m.a.d.f.).
Sobre su educación en la Escuela
Ramírez de Rocha decía: “De la escuela primaria tengo los más entrañables recuerdos
de mi formación. Siempre que se da la oportunidad menciono al maestro Silva.
Cuando entrábamos a clase muy serio pasaba lista, terminaba, levantaba la
cabeza, nos miraba y decía: ‘Bueno, a partir de ahora todos ustedes tienen
cinco, ustedes son los encargados de mantenerlo o disminuirlo’. Eso tomé como
norma, no me canso de conocer gente y siempre asigno a cada persona que conozco
el puntaje que mi maestro me daba a mí de chiquilín”.
Recordaba también en esa charla cómo
el maestro Silva le daba todas las carpetas de la escuela para que las
decorara, ya presente su pasión por dibujar. “Incluso aquello me divertía mucho
y como sabía que éramos gente muy pobre me pagaba. Yo una vuelta dije todo
orgulloso ‘Estoy ganando más que mi padre’, me había dado dos pesos. Era el año
33”.
Cuando hablaba de “esa ficción, esa
cosa misteriosa de una vocación”, recordaba una leyenda familiar de la que su
madre se enorgullecía. “Estando todavía en la frontera -mi padre siempre tenía
huertas y mi madre jardines- por ahí le rompí un jardín de rosas, de rosas que
había traído de Brasil. Fue tan grande el disgusto que en vez de pegarme se
puso a llorar. Yo no le dije nada… Andá a saber lo que pensé! Se las dibujé y
se las llevé, el dibujo de las rosas que había roto… Esa es la leyenda familiar
que te cuento…”
Sobre la escuela agregaba: “Me
gustaban los jueves, que dibujábamos siempre. Los días jueves…! Y si llovía era
mucho más hermoso. Dibujar un día jueves que llovía, en la escuela… Era una
gloria aquello!”
De portentosa memoria, recordaba
todos los detalles que lo marcaron de por vida. Refiriéndose a cuando dejó la
ciudad de Rocha nos decía: “El 11 de diciembre del año 35 mi hermano Carlos y
yo llegamos a la estación Yatay de Montevideo, a las doce menos diez. Desde
allí, caminando, hasta el Cerro. Vizcaya 115, una sola piecita para meter a
seis gurises. Ahí estuve desde ese 11 de diciembre del 35 hasta el 22 de abril
del 36”. Pasa luego con el mismo hermano a la Colonia de Educación Profesional
Dr. Martiriné hasta el 2 de enero de 1940, donde estudia. Realiza un duro
aprendizaje, época de adolescencia desprotegida y solitaria.
Vuelta a Montevideo, Liceo Nocturno.
Comienza su militancia en la Asociación de Estudiantes, en las Juventudes
Libertarias… Participa en las luchas contra los Consejos de Salarios, contra el
Servicio Militar Obligatorio, en las grandes huelgas en los frigoríficos, en
las huelgas de plomeros y cloaquistas, en las huelgas solidarias con ANCAP, en
la posterior lucha contra las primeras Medidas Prontas de Seguridad en el año
52. Es en el año 40 cuando nace su compromiso con el Socialismo Libertario,
compromiso que mantuvo siempre en su vida, con alta sensibilidad humana,
identificado con sueños de una sociedad solidaria y libre.
Decía al respecto: “Tengo que ser
honesto, fiel con los principios esenciales de mi comportamiento como Ser en el
mundo, como individuo. La solidaridad que yo recibí de compañeros en mis
tiempos de muchacho y aún después, yo las retribuyo en modo y medida que me es
posible y a veces un poco más que eso. Ahora, mi compromiso con el Socialismo
Libertario es indeclinable. Ah! Sí, me moriré pero mis huesos quedarán ahí”.
Pese a la diferencia de edad que nos
separaba, con Manolo cultivamos una amistad y un compañerismo que me permite
afirmar que para mí -no tengo prurito alguno en manifestarlo- hubo un antes y
un después de conocerlo. El vivir prácticamente a su lado, me hizo irlo
conociendo y queriendo hasta el punto de compartir largas horas de nuestras
vidas con el profundo compromiso de la militancia compartida.
Incluso en el Cerro de Montevideo,
del cual opinaba: “Mira, el Cerro debe ser tal vez una de las barriadas
proletarias con más sentido de unidad, de dignidad, de comportamiento, de una
humanidad tal… No hay vecino en el Cerro que no tenga un corazón así… pero
grande como el cerro mismo. Es una cosa muy especial”. Manolo estuvo muy
vinculado a esa barriada toda la vida y no sólo por haber vivido allí.
En los primeros años de su disciplina
como pintor en el Taller Torres daba conferencias en el Ateneo del Cerro.
Siempre pensó que el arte tenía que tener acceso a toda la gente y en ese
sentido la lectura, el estudio meticuloso de “El arte y las muchedumbres” o “El
arte y la vida social” de Plejanov, le sirvieron de sólido basamento teórico
intelectual para la propia exigencia de su trabajo y su posterior exposición y
discusión.
Decía, cuando los obreros le
preguntaban si la pintura era un arma de combate: “Lo es a su manera, en modo y
medida que esté bien hecha. Y que esté bien hecha quiere decir que no esté
hecha para el que tenga dinero. Es que el trabajo en el orden del espíritu
supone que todo se incorpora a un contexto, entonces, es para todos”. (m.r.).
Su pasaje por el Taller Torres García
lo marca definitivamente en su evolución como artista, como pintor. Desde 1941
hasta 1945 concurre al mismo y de las enseñanzas de Don Joaquín -como él lo
llamaba- Manolo va tomando elementos esenciales para luego desprenderse con
caracteres bien definidos de la Escuela.
Tenía, por ese entonces, una activa
militancia gremial y política, trabajaba de carpintero en un taller, iba al
liceo nocturno y pintaba; pintaba con pasión, con una vocación entrañable,
metida adentro hasta la misma raíz de los huesos.
Toma de Torres el ejemplo de la
enseñanza gratuita que practicará hasta el fin de sus días; toma el concepto de
la libertad de dejar crear, pero siempre apoyando con un consejo para que el
camino sea cierto en la premisa básica y fundamental de pintura, relación de
valores. Decía Manolo sobre este punto básico: “Debo anotar en un orden
especial de cosas que en estos cuarenta años de trabajar en el universo de la
pintura he tratado de cumplir la propuesta de Torres en el sentido de lo que él
llamaba la recuperación del objeto. Más aún, llevado a los términos de mi
entendimiento me he propuesto la recuperación de la realidad como réplica posible
a la academia de teorías de la actual problemática del arte”.
Debe quedar claro, asimismo, que
según el principio de pintura, relación de valores, tales valores en el orden
formal deberán acordarse en su inserción profunda con los valores del espíritu,
si se puede entender la pintura, además, como un modo posible de reflexión
sobre el mundo. En lo que me es personal entiendo tal actitud. Es la que posibilita
una mayor aproximación a la imagen tensa, trágica, angustiada del tiempo en que
se vive.
Torres muere en 1949, en agosto, pero
tuvo que correr mucho agua bajo el puente para que Manolo Lima comenzara a
hacerse un nombre en el espectro de la pintura nacional. Recién en 1958, a
partir de la exposición de la Galería Arte Bella, la gente le compra obras. Ese
mismo año concurre a la IV Bienal de San Pablo y a partir de allí sobrelleva
mejor su economía sin tanta desesperación como hasta entonces.
Desde 1941 realizó innumerables
muestras interviniendo en exposiciones colectivas y realizando muestras
individuales entre las que se destacan las del Centro de Estudiantes de
Derecho, Ateneo de Montevideo, Amigos del Arte, Galería Arte Bella de Punta del
Este, Liceo Nº 33, Centro de Artes y Letras, Casa de la Cultura de Montevideo,
Galería Santos Dumont, Portón de San Pedro, Witcomb de Buenos Aires, Casa de
las Américas en La Habana, Casa del Pueblo del Partido Socialista, etc.
Obtuvo primer y segundo premio en el
Salón Universitario en 1943 y 1944 respectivamente; Premio Adquisiciones en
salones municipales por varias pinturas. Fue invitado a concurrir al certamen
Premio Blanes en 1963; en salones del interior obtuvo distinciones, entre
otras, Premio Adquisición destino Cámara de Representantes de su óleo “Retrato”
en el Salón de San José de 1960. Está representado en el Museo Juan Manuel
Blanes en la Cámara de Representantes y en innúmeras colecciones particulares
de todo el mundo.
Reconocía períodos en su pintura. “La
década del 40 fue la búsqueda de mi color; buscaba mi blanco, mi azul, mi
verde, mi ocre y en eso me buscaba a mí mismo también”. La del 50 era la década
de los retratos. Decía: “Para mí fue capital la figura humana, siempre y en
todo momento, fue la síntesis posible tomando como esencia misma del
comportamiento, las propuestas de Torres por un lado y la presencia de los
grandes maestros por el otro, El Greco, Velázquez, Goya, Cezanne, Picasso.
Por el 60 aparece la maravilla de las
maravillas: el desnudo femenino, “que fue lo que me bancó la vida,” decía. “La
gente encantada; ya no había ninguna pacatería para entonces”. En la década del
70 hay un claro testimonio de lo que fue ese tiempo. Habiendo otros, el tema
siempre fue motivo y a la vez pretexto. La búsqueda de significados los llevó a
la serie de los fantasmas. “Tomé el leit motiv de la bota; cientos de fantasmas
representados por ella e incluso hice una exposición en la dictadura”.
Luego, en los 80, la necesaria
síntesis de lo no contado y lo propuesto, de la madurez del mago, toda su obra
resumida en la plenitud de su potencial hasta su muerte en plena tarea
creativa.
Otra de las sentencias de Manolo: “La
pintura es universal o si no, no es pintura. Se maneja con intemporales e
imponderables. Hay un elemento imponderable que sólo se conjuga en el ámbito
adecuado; lo intemporal es válido ahora y después. ¿Qué hay detrás de un
cuadro? Ese algo que ves y no ves pero sabes que existe. No hay nada más
parecido a un hombre que su propio cadáver, pero hay algo que lo diferencia”.
(a.f.r.)
En la década del 60, Manolo llega
junto a su compañera de siempre, Mariquita -hoy aquí presente-, a este entorno
maravilloso del que la naturaleza ha dotado a la zona, entorno propicio para
desarrollar su genio creador.
En el gran bosque de Pinares, apenas
poblado por cuatro o cinco vecinos, comienza a construir con sus propias manos
su casa. Vive así la naturaleza a pleno, la luz diáfana, funda su taller y crea
su propio entorno. Su casa, hecha a su modo y medida, hecha con cuartos y
cuartitos, desniveles, buhardillas casi secretas, pasadizos, altillos, recovecos,
escaleras y una cocina grande y apartada que servía para compartir con amigos,
compañeros, vecinos, viajantes, huéspedes ocasionales o desconocidos.
Casa taller de aire mágico y
misterioso, hogar de reuniones, de tertulias inolvidables, irrepetibles, de
jornadas de vida, de aprendizaje humano y solidario. Un taller de cerámica con
todos los elementos artesanales, con alumnos trabajando y escuchando música
clásica, produciendo y compartiendo durante tantos años, todo gratis, con la
financiación de su propia venta, en la Feria Artesanal de Punta del Este.
Siempre abierta su casa taller para todo aquel que quisiera llegar y quedarse a
trabajar, a aprender o, simplemente, a conversar y a conocer a los dueños de
casa.
Así, con ese calor del auténtico, el
Taller Maldonado, con Manolo Lima al frente durante la dictadura, fue un
nucleamiento importante para los recién llegados a la artesanía o a la pintura
o para los que quisieran nada más tener una excusa para verse, para reunirse,
para sobrevivir.
Podríamos hablar de su pintura, de su
obra, desde un punto de vista técnico, de sus paisajes, naturalezas muertas,
del manejo de la figura humana, de su libertad creativa, de la calidad de sus
ocres, de sus sutiles transparencias por las que se escapaban aires de
melancolía inocultables, de su paleta baja, de la gama sombría en sus dibujos,
de las figuras dramáticas en sus fantasmas, de sus apuntes bahianos, de sus
bocetos con sus violentos contrastes; de cuadros impactantes como “Los
condenados de la Tierra”, donde su compromiso artístico militante -desde mi
humilde modo de ver- logra aristas excepcionales con la inteligencia, el ángel
y el hombre.
Porque Manolo fue un notable artista
plástico, un infatigable luchador que pasó por todos los sufrimientos que un ser
humano puede pasar, desde su infancia de gran pobreza hasta la etapa de la
dictadura militar que tantos familiares, compañeros y amigos le arrebató.
Sufrió intensamente, con lacerante dolor la pérdida irrecuperable de compañeros
tan queridos como Gerardo Gatti, con quien tanto había militado y a quien, a
modo de tributo, le realizó un retrato en 1988.
Sin embargo, y pese a todos los
sufrimientos, hizo de su vida un emblema de lucha, de fraternidad y camaradería.
Fue un ser humano excepcional, de una generosidad sin límites; quien lo haya
conocido puede dar fe de ello. Sobre todo, los pintores locales para quienes
nunca escatimó consejos ni prácticas solidarias. Enseñó sin cobrar un solo peso
a nadie, jamás cobró por enseñar lo que sabía. Muchos no lo entendieron porque
no soportaban no poder comprar, comprar algo porque todo tiene ciertas lógicas.
Como Manolo sabía eso, no cobraba, así seguía siendo dueño de la libertad de
enseñar.
La libertad, ese concepto que lo
obsesionaba y que fue el gran tema de su vida. Analizar el sentido de la
existencia humana, esclarecer lo que constituye la realidad fundamental del
hombre, la existencia no tiene sentido fuera de la libertad, es por la libertad
que se define la propia existencia humana. Así Manolo vivía y promovía la
libertad en todas sus variantes, esa libertad que quería para él la amaba para
los demás. Libertad de pensar, de crear, de ser, de sentir, de amar, de romper
todas las cadenas sosteniendo una y otra vez que lo que hace la realidad misma
del hombre es la libertad.
Detestaba la pompa, los absurdos
rituales; con esa misma sencillez y modestia que siempre practicara se retiró
de esta vida, como decíamos al principio, hace ya diez años. Esta vida, la
única, ya que en otra vida firmemente no creía, ni dioses ni amos concebía.
Venía bien de abajo, conocía miserias y sufrimientos, siempre se sintió
perteneciendo al ámbito obrero y popular. Con ese criterio nunca creyó que su
actividad de pintor tenía que separarlo en algo de ese sentimiento.
Fumador empedernido y de larga vida
bohemia, en el verano del 90 había estado al borde de la muerte. Parecía
difícil la salida, un culpable de importancia era el tabaco, pero la gran
tenacidad y ese amor por la vida le hacen irse recuperando, poco a poco. Con la
ayuda de su compañera de todas las horas comienza a salir adelante. En un
esfuerzo sobrehumano deja de fumar, no se queja, lucha, comienza nuevamente a
pintar, regresa rápidamente al conjunto de sus actividades, se aboca a la tarea
de una nueva exposición de sus obras y el 31 de agosto en el Portón de San
Pedro de Montevideo inaugura. Allí está Manolo Lima una vez más.
Regresan junto a Mariquita cerca de
la una de la mañana, esa noche había sido particularmente fría. El esfuerzo
estaba hecho y la síntesis de su obra estaba por completarse. Quizás ya había
recorrido todo el camino. En una actitud premonitoria colgó, por primera vez en
décadas, su saco en el perchero, en lugar de dejarlo, como siempre, por
cualquier rincón. Al hacerlo dijo: “misión cumplida”, fueron sus últimas
palabras.
Como si realmente supiera que la
tarea estaba culminada, Manolo se acostó a descansar la fatiga de tantos años,
su lucha por la justicia, sus sueños de libertad. No hubo ritualidad de muerte,
sólo el compañero en su cama, sin cajón, sin cruz, sin velas, acompañado de los
compañeros, de los familiares, de los amigos y de su propio entorno, su entorno
casero construido con tanto sacrificio.
En su despedida, un compañero pintor
le dedicó las palabras finales sin acartonamientos ni formalidades. Dijo “el
Tola” Invernizzi: “Este objetor de las leyes con el cual teníamos dos cosas en
común: no creer en Dios y fumar mucho, si es que hay Dios espero que lo reciba
con un paquete de tabaco”.
Así se nos fue Manolo Lima, “el
matungo”, el pintor del alma humana, el carpintero, el artesano, el obrero, el
amigo más leal, el compañero más del alma, el viejo anarco, un gélido…
-disculpe, señor Presidente-, un gélido e inolvidable día como hoy, un 1º de
setiembre de 1990, hace ya diez años.
Una calle de esta ciudad, en el
Barrio Lausana, lo recuerda junto a otros queridos artistas plásticos, pero su
ejemplo y su obra permanecerán por siempre en nuestros corazones, porque los
artistas del pueblo nunca mueren del todo, vuelven una y otra vez a la vida en
sus obras, que pueden más que todo el tiempo y todas las distancias.
Solicito, si el Cuerpo así lo
entiende, que esta exposición sea remitida a la señora Mariquita Rivero de
Lima, a todos los medios de prensa departamentales, a la Dirección de Cultura
de la Intendencia Municipal de Maldonado, a la Comisión de Cultura de la Junta
Departamental, al Ministerio de Educación y Cultura, a la Junta Departamental
de Rocha y a su Comisión de Cultura.
Muchas gracias, señores ediles,
muchas gracias, señor Presidente.
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