PAULO
FREIRE
PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
OCTOGESIMOCTAVA ENTREGA
CAPÍTULO
4 (10)
Esta es la razón por la cual el
quehacer opresor no puede ser humanista, en tanto que el revolucionario
necesariamente lo es. Y tanto el deshumanismo de los opresores como el
humanismo revolucionario implican la ciencia. En el primero, esta se encuentra
al servicio de la “reificación”; y en el segundo caso, al servicio de la
humanización. Así, si en el uso de la ciencia y de la tecnología con el fin de
reificar, el sin qua non de esta acción
es hacer de los oprimidos su mera incidencia, en el uso de la ciencia y la
tecnología para la humanización se imponen otras condiciones. En este caso, o
los oprimidos se transforman también en sujetos del proceso o continúan “reificados”.
Y el mundo no es un laboratorio
de anatomía ni los hombres cadáveres que deban ser estudiados pasivamente.
El humanismo científico
revolucionario no puede, en nombre de la revolución, tener en los oprimidos objetos
pasivos útiles para un análisis cuyas conclusiones prescriptivas deben seguir.
Esto significaría dejarse caer en
uno de los mitos de la ideología opresora, el de la absolutización de la
ignorancia, que implica la existencia de alguien que la decreta a alguien.
El acto de decretar implica, para
quien lo realiza, el reconocimiento de los otros como absolutamente ignorantes,
reconociéndose y reconociendo a la clase a que pertenece como los que saben o
nacieron para saber. Al reconocerse en esta forma tienen sus contrarios en los
otros. Los otros se hacen extraños para él. Su palabra se vuelve la palabra “verdadera”,
la que impone o procura imponer a los demás. Y estos son siempre los oprimidos,
aquellos a quienes se les ha prohibido decir su palabra.
Se desarrolló en el que prohíbe la
palabra de los otros una profunda desconfianza en ellos, a los que considera
como incapaces. Cuanto más dice su palabra sin considerar la palabra de
aquellos a quienes se les ha prohibido decirla, tanto más ejerce el poder o el
gusto de mandar, de dirigir, de comandar. Ya no puede vivir si no tiene a alguien
a quien dirigir su palabra de mando.
En esta forma es imposible el
diálogo. Esto es propio de las elites opresoras que, entre sus mitos, tienen
que vitalizar cada vez más este, con el cual pueden dominar eficientemente.
Por el contrario, el liderazgo
revolucionario, científico-humanista, no pude absolutizar la ignorancia de las
masas. No puede creer en este mito. No tiene siquiera el derecho de dudar, por
un momento, de que esto es un mito.
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