TIM ROBBINS
“VIVIMOS SECUESTRADOS POR
UNA MINORÍA MUY RICA”
por Juan Sardá
Es uno de los artistas con más prestigio de Hollywood tanto por su
trabajo como actor y director como por su activo compromiso con causas
sociales. Ha visitado España en numerosas
ocasiones como director teatral -sin ir más lejos, en julio
estuvo en el Festival de Almagro- y ya rodó con Isabel Coixet La vida secreta de las palabras (2005).
Ahora repite con Fernando León de Aranoa, el director de Barrio (1998) o Los lunes
al sol (2002), con su proyecto más internacional, Un
día perfecto, en el que a Robbins le acompaña Benicio del Toro para
contar un día muy ajetreado de un grupo de cooperantes en un conflicto que
recuerda mucho a Bosnia. La imposibilidad de sacar un cadáver de una poza que
está corrompiendo el agua por triquiñuelas burocráticas -y la dificultad de
encontrar una cuerda en medio de la guerra- convierten al filme en una
demoledora farsa sobre el sinsentido de la guerra. Dentro del esquema de Aranoa
sobre las tipologías de cooperantes -los mercenarios, los idealistas y los
inadaptados-, a Robbins le ha tocado hacer el papel de inadaptado. Sarcástico e
irreverente en el filme, el actor ha podido poner en práctica lo que aprendió
cuando trabajó con los periodistas que cubrieron la segunda guerra de Irak en
una obra de teatro con gran impacto en Broadway, Empotrado.
También director, con su segunda película, Pena de muerte (1995),
Tim Robbins provocó un terremoto en Estados Unidos, cuyo eco está lejos de
apagarse y según él mismo ha sido decisivo para que, desde entonces, siete
estados hayan abolido la pena capital. Con Cadena perpetua (1994)
abrió un debate hoy en su punto álgido: la situación carcelaria de millones de
personas en un país en el que uno de cada cien adultos está preso. Con su
fundación, el actor visita con frecuencia las cárceles para impartir talleres
de interpretación. Optimista, cree que
no se trata de una lucha entre izquierda y derecha, sino de una clase
media empobrecida contra la minoría millonaria.
¿Cómo llega a trabajar con Fernando León en Un día perfecto?
Yo había visto sus
películas y fue Benicio del Toro quien me hizo llegar el proyecto, y en cuanto
leí el guion quise conocer a Fernando. Enseguida vi que podíamos entendernos
para hacer una buena película. Lo que me impactó del guion es que capta muy
bien el espíritu de esas personas que trabajan en zonas de guerra, he tenido
ocasión de conocerlos y creo que la película les hace justicia.
A usted le ha
tocado el papel de "loco". ¿Hay que estar un poco loco para irse a
una guerra?
Sí, desde luego. Cuando
preparaba Empotrado hablé con muchos
periodistas que habían estado en Irak. En seguida me impresionó su carácter,
son realmente únicos, no hay nadie como ellos y eso los hace fascinantes y
atractivos. Está esa locura pero también una cierta fanfarronería y un sentido
del humor totalmente necesario para enfrentarse a situaciones que pueden ser
muy duras y suceden todos los días. En último término, es gente admirable que
arriesga la vida por los demás.
¿Cuál diría que es
el rasgo más importante de su carácter?
La compasión.
La película puede
sorprender a muchos, precisamente, por ese humor tan negro que destila.
Mi experiencia es
que esas personas pueden ser las más divertidas del mundo pero también llevarte
a lugares terribles. De repente algo cambia y pasan de la jovialidad a la mayor
de las oscuridades. Siempre hay un punto en el que sabes que todo no te lo van
a contar.
¿Qué aprendió con
los corresponsales de guerra?
Las condiciones
durísimas en las que trabajan. Se van a Irak o adonde sea con un gran coste
personal y después, la mayoría de las veces, no obtienen ningún reconocimiento.
En el caso de esa guerra, se unía la tremenda presión que ejerció la
administración Bush para controlar la información. Es triste, pero en muchos
casos los que mintieron y no cuestionaron al gobierno tuvieron promociones y
los que se arriesgaron a decir la verdad fueron despedidos o degradados. Hoy
quizá nos resulta sorprendente o lejano, pero en esa época en mi país se generó
un clima asfixiante.
Usted también tuvo
problemas. Se le criticó desde la propia Casa Blanca y la liga de béisbol
canceló un homenaje a su película Los
búfalos de Durham.
Lo mío no es nada
comparado con lo que sufrieron otros. Y nadie me ha metido ni mucho menos en un
gulag: sigo teniendo una casa bonita, una buena vida y he seguido haciendo
películas. No puedo quejarme.
¿Esa actitud
crítica le hizo sentir que se estaba quedando solo en su país?
Todo lo contrario.
Por primera vez en la historia de la humanidad 500 ciudades a la vez se
manifestaron en contra de la guerra. Nadie la quería salvo los poderosos.
¿Hubiera sido más
fácil su vida si se hubiera guardado sus opiniones?
Nunca me lo he
planteado de esta manera. Creo que es la gente la que no ataca al poder todo lo
que debiera. Ser un ciudadano completo implica tener una actitud crítica porque
no tiene ningún sentido vivir en una sociedad libre y callarte. En mi país, a
la mínima te tachan de socialista o te insultan. Sólo hay que ver la forma en
que han atacado a Obama para darse cuenta de la hostilidad que se puede
generar. Yo siempre he tratado de no hacer el menor caso.
¿Cree que con Obama
se ha sido más duro de lo que se fue con Bush, sin ir más lejos?
Jamás hemos visto
que se llegue a cuestionar a un presidente el país en el que ha nacido. ¿Y eso
de qué es comunista? Lo que distingue el odio por Obama es que es irracional,
sus enemigos están dispuestos a decir cualquier mentira para atacarle.
¿Y por qué a Obama
se le odia más?
Porque seguimos
siendo un país racista, no hay otra explicación. Tratamos de negarlo y
ocultarlo pero es la realidad. Hay mucha gente que simplemente no soporta que
sea negro. No ha sido un espectáculo bonito de ver.
De todos modos, ha
ganado dos elecciones como presidente.
Obama introdujo en
la sociedad el deseo de cambio, ese será su máximo legado.
En Bob Roberts (1992), que protagonizó y
dirigió, da vida a un cantante de country de ultraderecha fanático, racista y
desalmado. ¿Siguen quedando muchos entonces?
No sólo quedan
muchos, algunos incluso pretenden ser presidente y se presentan a las primarias
del partido republicano.
De todos modos,
mucha gente progresista se siente decepcionada con Obama, ¿esperaba más?
No dudo de sus
buenas intenciones. En EEUU hay intereses billonarios que hacen que cualquier
cambio sea muy difícil. En el año y medio que le queda creo que aprovechará
para hacer muchas cosas que le hubiera gustado emprender antes. Y en medio de
una enorme hostilidad ha logrado la victoria histórica de la seguridad social,
el Supremo acaba de fallar en favor del matrimonio homosexual o se han dado pasos
en la dirección correcta para combatir el cambio climático. No vamos a ver
todos los cambios necesarios, pero está plantando una semilla para que vayamos
en la dirección correcta.
Usted visita con
frecuencia las prisiones y monta talleres de interpretación con los presos
además de ser uno de los portavoces de la reforma carcelaria. ¿También aquí hay
que creer a Obama cuando dice que solucionará el problema?
Las reformas son
inevitables a corto o medio plazo porque EEUU no puede mantener por más tiempo
las prisiones abarrotadas. En ningún país del mundo meten a la gente en la
cárcel por delitos tan menores ni las condenas son tan largas. Creo que después
de mucho tiempo, no sólo el presidente, el propio país comienza a ser
consciente del problema.
¿En qué consiste su
labor en las prisiones?
En trabajar con los
reclusos para darles herramientas para que puedan enfrentarse mejor al mundo
exterior cuando salgan. La inmensa mayoría de ellos algún día deberá
reintegrarse en la sociedad y el hecho de trabajar como actores les acerca a
sus emociones de una manera que muchos de ellos jamás han hecho. El éxito ha
sido sorprendente porque ves cómo se produce una profunda transformación. El
teatro les permite comunicarse de una manera totalmente distinta, sin las máscaras
de "tipo duro" que se ponen en la cárcel. Muchos se convierten en
líderes y hacen que cambie su entorno.
¿Cree que las
películas pueden cambiar el mundo?
Sí lo creo.
¿Cree entonces que
su película, Pena de muerte, ha
influido en que siete estados la hayan abolido desde entonces?
Es difícil de
establecer una relación de causa-efecto, pero sí creo que ha tenido un impacto.
Hablo con frecuencia con Helen Prejean -la monja en cuya autobiografía está
basado el filme- y me cuenta lo que ve. Ella se dedica a recorrer el país y en
10 años ha visitado más de 250 universidades exhibiendo la película. Después
debate con los alumnos y muchas veces son ellos los que aportan nuevas ideas
para luchar contra la pena de muerte y montan sus propias plataformas. Mi
experiencia es que cuando muestras la película y hablas de este asunto en
profundidad con los jóvenes, el efecto es enorme y miles de chicos han pasado
por este proceso. Para ellos, se ha convertido en una cuestión que los
identifica como generación: "Nosotros no matamos" es su lema. Es la
labor de muchos, pero sí creo que el filme ha ayudado a abrir los ojos.
¿Dónde reside ese
poder de las películas?
En la emoción. Como
artista, tienes la capacidad de crear una empatía emocional con el público y generar
una conexión que, en el mejor de los casos, puede ser transformadora.
¿Sitúa la lucha en
una dialéctica entre izquierda y derecha?
Eso es
reduccionista. Vivimos secuestrados por una minoría muy rica y muy poderosa que
tiene en sus manos una inmensa maquinaria de propaganda para convencer a la
gente de que lo que les conviene a ellos es también lo mejor para todos. Ahora
mismo, la lucha es entre el siglo XIX y el siglo XXI. Hay unos pocos
millonarios que quieren seguir en el siglo XIX pero al final perderán esta
batalla.
¿Es entonces la
desigualdad el mayor reto?
Desde luego. Veamos
lo que sucede en mi país y me parece que también en España. Los bancos quiebran
y es la parte más débil de la sociedad la que carga con el sacrificio. Hay una
parte muy importante de la clase media que está pasando a ser clase baja. Todo
esto no tiene sentido porque el dinero que va para la clase media, y no a los
ricos, es el que de verdad da vigor a la economía. Es el momento de pensar qué
vamos a hacer con los pobres no sólo porque es injusto, sino porque en
cualquier momento puede estallar.
Ha visitado nuestro
país en numerosas ocasiones, ¿qué impresión tiene de él?
Tengo la suerte de
que en España siempre me han tratado muy bien. En Almagro, la gente conducía
horas para ver nuestra obra de teatro y colgamos el cartel de no hay localidades
todas las noches. Aquí hay un público muy entusiasta, muy entregado, y eso lo
agradeces.
Existe preocupación
en este país por la percepción que se tiene de nosotros fuera, ¿cree que la
crisis y la corrupción nos han hecho mucho daño?
España tiene una
gran imagen de gente creativa y entusiasta. No es el único país que ha tenido
problemas.
¿Y qué opina del
fenómeno Podemos?
No quiero opinar de
una manera tajante. Sé lo que piensan mis amigos en vuestro país y entiendo sus
razones. Entiendo también que la gente se sienta agotada y furiosa ante los
abusos del poder. Pero creo también que muchas veces los programas sociales no
funcionan, se trata de crear mejores trabajos para todos. En mi país, por
ejemplo, tenemos un problema gravísimo con las infraestructuras por esa
obsesión de algunos porque no haya Estado. El empleo es siempre el concepto
clave.
¿Se define como
optimista?
Sin duda. Aunque sea de
manera imperfecta, creo que vamos en la dirección correcta.
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