RUBÉN OLIVERA
EL AZAROSO ARMADO DE LA MEMORIA
por Emilio Pérez Miguel
(reportaje recuperado de
COOLTIVARTE 25 / 04 / 2014)
Compositor que supo captar una de las épocas más
oscuras del país con la donosura que nunca debe perder el arte para poder
impulsar e instaurar los cambios debidos en la sociedad, Rubén Olivera fundó el
Taller Uruguayo de Música Popular en 1983 junto a varios colegas. Desde
entonces continúa abocado a la enseñanza musical, experiencia que él mismo
define como “una tarea tan flexible y tan en movimiento como el hecho de
componer. Uno siempre está componiendo alumnos, y componiéndose a uno como
profesor”.
Su discografía incluye sendos fonogramas a su
nombre, y aportes a discos colectivos. Sobresalen sus colaboraciones con
Mauricio Ubal, de las cuales “A Redoblar” se posiciona como una composición
seminal en la historia de la música uruguaya, radiografía de un tiempo en el
cual la condición humana se veía abismada de modo aparentemente irrefrenable en
el más abyecto de los límites.
El próximo lunes 28 de abril, ambos colegas y
amigos compartirán otra instancia de encuentro con su público en la Sala
Zitarrosa, al haber sido convocados por el Programa de Fortalecimiento de las
Artes para un espectáculo conjunto.
Conversamos con Olivera el pasado martes, quien
gustosamente nos recontó su carrera y reflexionó sobre el rol de la educación y
la formación en todo proceso creativo, y la importancia de saber equilibrar las
necesidades individuales con las colectivas.
Quiero pedirle que efectúe un breve repaso de su
vida, deteniéndose en los acontecimientos que primero determinaron su vocación
artística, y luego los que corroboraron que el arte sería el cómo y el porqué
de su existencia.
Todo
empezó cuando pedí una guitarra a los reyes. Tenía ocho años, y la guitarra que
vino fue una de las viejas Sentchordi. Era la época del auge del folclorismo
argentino y casi enseguida empecé a estudiar, con una querida profesora del
barrio a la cual todavía veo a veces, Lilian Gatto. Y en algún momento (pienso
que en primer año) fue Zitarrosa al liceo, sería el año 65. Y como yo estaba en
el grupo de música me dijeron “¿por qué no cantás algo cuando venga?” y al
llegar a casa mi hermano me dijo “¿por qué no le componés algo y lo cantás?”.
Entonces ahí hice una zamba, y supuestamente se la iba a mostrar, pero ese día
había tanta gente que no pude hacerlo. Así que la primera canción que hice fue
para cantarle a Zitarrosa.
Y después
vi que la cosa no era tan del otro mundo, que componer no era tan difícil, y
siempre seguí haciendo canciones. Seguí estudiando guitarra académica, y
paralelamente haciendo canciones. Después me fui a los diecisiete años a
Argentina, allá seguí estudiando. Abel Carlevaro me recomendó a otra querida
profesora llamada Lucila Saab y seguí aprendiendo. Acá ya había tocado dos o
tres veces, en medio de los aconteceres políticos de la época, y cuando volví
en el 78 estaba afianzándose la etapa que se dio a conocer como canto popular.
Me vinculé con colegas, y ahí intenté ver si las canciones que yo tenía podían
resultar interesantes y útiles para los demás, y también la parte docente. Y
las dos cosas me gustaron, me pareció que no era un camino caprichoso. Era un
camino muy importante para mí, y se equilibró con el hecho de que los demás le
dieron cierta importancia. Que son dos cosas que pueden ir de la mano o no, el
artista puede asumir la postura de “necesito decir lo mío”, pero después hay
que ver si existe una necesidad social de lo que uno hace.
Y a
partir de ahí seguí en determinados terrenos vinculados con la música. En el
año 83 fundamos el Taller Uruguayo de Música Popular con otros colegas. Desde
el año 2006 tengo un programa de radio, siempre relacionado con la música.
Siempre seguí dando clases individuales y cursos… distintas actividades en
torno a la música, lo musical se fue transformando…
A la
gente a veces le preguntan “¿De qué vivís?” y uno habla de su trabajo, pero en
realidad uno vive de sus amores, su compañera, sus amigos, sus hijos… pero en
mi caso, logré esa cuestión de poder sustentarme económicamente con eso que a
mí me gustaba. Y me siento un privilegiado en ese sentido.
¿Cuáles fueron los motivos y preocupaciones
concretas que condujeron a la fundación del TUMP?
El TUMP
se fundó todavía en dictadura. Existían unos cursos llamados “Cursos
Latinoamericanos de Música Contemporánea”, la sigla era “CLAMC”. Los organizaba
entre otros un importante docente, compositor y musicólogo de acá, Coriún
Aharonián. Muchos de nosotros acudimos a esos cursos que se hacían en distintos
países, y de ahí nos quedó la idea de hacer algo similar pero en el terreno de
la música popular. Yo en realidad estuve radicado casi todo el año 83 en Río de
Janeiro, y cuando volví me encontré que una serie de colegas con el impulso de
Luis Trochón habían realizado un primer Taller Latinoamericano de Música
Popular en Uruguay, con la idea de que en vez de CLAMC fuera TLAMP. Durante
diez días se juntaron decenas de personas de América Latina para compartir
cursos. Cuando terminó ese Taller, se les ocurrió dejarlo fijo, y formar lo que
se pasó a conocer como el Taller Uruguayo de Música Popular, el TUMP. Cuando
llegué, recién se habían instalado en el local, y me integré.
Ocurría
lo siguiente, y es que sobre la música llamada “culta” ya había mucha cosa,
elaborada y sistematizada curricularmente. En la música popular, lo que existe
es la formación por tradición oral. Y suele ocurrir que los grandes exponentes
de la música popular del mundo no leen notas, y son grandes músicos. Esa es una
confusión que tiene la gente, suponer que por leer notas uno es músico. Es como
suponer que por saber las letras uno ya sería poeta.
Y
entonces el TUMP se planteó sistematizar lo sistematizable dentro de la música
popular. Dar las materias relativas al instrumento, hacer teoría sobre ello,
tratar de elaborar una pedagogía en torno a la música popular… era una época
muy efervescente, donde los mismos alumnos participaban de la dirección. Había
recitales semanales con discusión y debate posterior, muchísimos músicos y
escritores daban charlas todo el tiempo. Venían músicos extranjeros, y se
presentaban ahí mismo ya que el TUMP organizaba recitales. Era un poco eso, la
idea era promover todo lo que tuviera que ver con la docencia en música. Hoy el
TUMP sigue en el mismo camino con nueva gente.
¿Y qué efecto o influencia tuvo la docencia sobre
su creación artística ulterior. Luego de la experiencia en el TUMP, ¿cambió en
algo su método compositivo? De hecho, ¿cambió?
Cambió,
claro que sí. Cambia todo el tiempo, cambia todos los días. El enseñar música
es una tarea tan flexible y tan en movimiento como el hecho de componer. Uno
siempre está componiendo alumnos, y componiéndose a uno como profesor. Y sí, el
TUMP fue una experiencia fascinante, de muchísimos años. Estuve vinculado unos
quince años directamente, y fue precioso porque allí adentro se formaron grupos
y se formaron docentes que ahora están trabajando. Se generó mucho material que
se sigue usando hasta el día de hoy, y aprendí de los colegas. Teníamos
reuniones semanales orientadas al intercambio.
¿Qué puede esperar el público que asista a la
Zitarrosa el próximo lunes?
El lunes
es otra reunión más con Mauricio Ubal, en este caso por azar. Dentro del
Programa de Fortalecimiento de las Artes nos convocaron para hacer dos
recitales dentro del tiempo de uno. Yo voy a estar con la guitarra (en realidad
con dos guitarras, porque estoy tocando con una de cuerdas de acero, además de
la de cuerdas de nylon) y Mauricio con su banda. Y en el intermedio seguramente
vamos a hacer alguna canción juntos.
¿Puede mencionarnos tres canciones de su autoría
que ofrezcan la mejor radiografía posible de su obra?
A veces a
la gente le gusta ciertas canciones, y uno puede preferir otras. Objetivamente
(o quizá intentando ser objetivo) una canción que nos vincula con Mauricio es
“A Redoblar”. Y después, por lo que la gente en algún recital me pide hay una
que se llama “Interiores”, que es como un vals que habla sobre la decoración de
la casa de mi infancia. Y también “Visitas”, que está dedicada a familiares
desaparecidos. También gusta “Flores en el mar”, que habla sobre el día de
Iemanjá…
¿Qué recuerdos musicales fuertes tiene? ¿Cuáles
fueron las canciones que lo emocionaron hasta lo indecible, a lo largo de su
vida?
Yo
recuerdo mi infancia, y recuerdo a mi padre pidiéndome que aprenda la letra del
tango “Adiós muchachos”, o recuerdo muchas canciones de músicos que yo
escuchaba cuando era púber como Los Olimareños, Viglietti, Zitarrosa, Numa,
Serrat, que me generaban emociones fuertes. También canciones de los Beatles,
como ser “Julia” (de Lennon, del “Álbum Blanco”).
¿Cuál es el disco que aún le resta por escribir?
¿Puede visualizarlo? ¿Hay un objetivo, una meta pendiente? ¿O eso no depende de
uno?
En
realidad, sacar un disco es una “consecuencia de”. Uno lo que tiene es el motor
de intentar hacer algo novedoso, con fundamento. El creador se pasa la vida
intentando aportar algo a lo social, de abrir caminos, de aportar su grano de
arena. Para que existan los Zitarrosa de la vida se precisaron otro montón de
personas como afluentes que lograron pequeños hallazgos estéticos, y gracias a
ellos se generó esa instancia. Y uno logrando algo de eso ya puede sentirse
pagado, más allá del narcisismo habitual del artista que siempre quiere ser
malla oro.
Cuando
uno saca un disco y socializa las canciones es porque considera que las
composiciones son decorosas. Y también, que está ofreciendo algo que es lo más
arriesgado posible, luchando contra el conformismo. Parafraseando a
Darnauchans, que no sea un “recuérdame mi mejor vez”. Que uno no esté
mordiéndose la cola con las mismas cuestiones. Hay que lograr seguir con ese
reto de encontrar propuestas nuevas de lenguaje, para que se sumen a las
búsquedas de los colegas.
Dicen que la poesía se escribe cuando ella quiere.
¿Se aplica esto a la música?
Sí, está
la vieja disyuntiva occidental por lo menos en torno a la inspiración y al
trabajo. Es verdad que prácticamente no existe un momento de creación que no
genere una especie de trance, de sacudimiento… es un estado de conciencia
diferente. Y hay una cosa muy linda que dice Bob Dylan: lo que más le cuesta a un
creador cuando alcanza ese trance, ese estado de desasosiego creativo y está
cansado y tiene que parar, es retomar la labor luego. Porque no solo debe
retomar lo que había escrito anecdóticamente, sino también el estado anterior.
Y es que el estado anterior jamás se va a recuperar. Pero por lo menos, que el
nuevo estado esté acorde con el anterior, y que se vuelva a generar ese trance.
Y si bien
ocurre que uno en cinco minutos puede hacer la mejor canción de su vida, eso es
porque generalmente había otras cosas que se venían elaborando desde hace
tiempo. Lo habitual es que uno precise trabajar el tiempo necesario que el
material le pida. Está lleno de historias, de Discépolo que tuvo una canción
guardada durante tres meses hasta encontrar la palabra que le faltaba, o el
“Brindis Por Pierrot” de Jaime Roos que le llevó como dos años descubrir lo que
no le satisfacía, pero hasta ese momento no desistió. Pero cuidado, es real que
cuando el trabajo se vuelve muy estadístico y muy burocrático uno termina matando
al impulso original, termina cubriéndolo tanto de adornos excesivos y de
cuidados formales que elimina la magia. La exigencia extrema generalmente es
una forma de boicot.
A modo de despedida, si “la poesía es un arma
cargada de futuro”… ¿qué diría que es la música?
Una
prima-hermana de la poesía. La música dentro de la sociedad occidental carga
con el hecho de nuestra mentalidad racionalista europea de suponer que es un
lenguaje abstracto, cuando la música tiene una gramática, carga con sentido,
carga con costumbres culturales igual que el lenguaje hablado o escrito. Es un
lenguaje muy concreto, que habla de lo que ocurre en cada época, que influye en
lo que ocurre en cada momento histórico. Tiene sus propias herramientas y su
propia sintaxis. Es un lenguaje de comunicación, entonces por lo tanto tiende a
manejarlas emociones. Así como podés escuchar a alguien hablando un idioma que
no sabés de dónde es, también podés escuchar una música de un lugar que no
sabés ni de dónde proviene. Debemos partir del hecho de que no solo importa la
comprensión anecdótica, sino que hay una comprensión estética, hay una
ambigüedad que le da un atractivo concreto. Las cosas que son muy claras o muy
explícitas no siempre son las más comprensibles estéticamente.
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