IDEA
VILARIÑO
JULIO
HERRERA Y REISSIG: ESTE HOMBRE DE TAN BREVE VIDA
(prólogo de POESÍA
COMPLETA Y PROSA SELECTA, Biblioteca Ayacucho, 1978)
DECIMOQUINTA ENTREGA
En Desolación absurda la noche está también hecha de cosas que se mueven
como seres animados, que bostezan, rezongan, obedecen, fingen, acechan, pero,
pese a eso, corresponde más bien al Et
noctem quietam concedet Dominus… que encabeza la parte V de La torre de las esfinges. Esas tres
noches tienen un espectador y un intérprete; se animan bajo el ojo de una
conciencia vigilante y simpática. En los tres poemas aparece la imagen de su
espíritu atravesando telarañas de prejuicios, ideas hechas, supersticiones,
creencias, enigmas. Completamente transfigurada y traspasada a su realidad de
paisaje en los otros poemas, en La vida guarda
la forma de una comparación dentro de la cadena alegórica: “Y en su estupendo
camino / perforar cual ígnea mosca / la inmensa tela de araña / de los cometas
del Sino”; en Desolación absurda pasa
“el meteoro / como metáfora de oro / por un gran cerebro azul;” / en La torre “se suicida en la extraña / vía
láctea del meteoro / como un carbunclo de oro / en una tela de araña”. Esto en
la versión definitiva; en los borradores escribe se desangra por se suicida,
mostrando así mejor que la idea era el esfuerzo del espíritu desgarrándose,
atravesando vallas, y mosca, como
decía en La vida, por carbunclo. También depende en La vida de la alegoría lo relativo al
inconcebible Abstracto: “A su divino contacto / llenábanse de monólogos / los
tenebrosos ideólogos / del inconcebible Abstracto”, y se independiza en La torre, en “Todo es póstumo y
abstracto / y se intiman los monólogos / los espíritus ideólogos / del inconcebible
Abstracto”. La atracción erótico tanática del demonio vital, creador y
devorador halla expresiones parecidas: “me espeluzna tu erotismo / que es la
pasión del abismo / por el Ángel Tenebroso”, se lee en Desolación; y, en La torre:
“Es un cáncer tu erotismo / de absurdidad taciturna / y florece en mi saturna /
fiebre de virus madrastros / como un cultivo de astros / en la gangrena
nocturna”. El antecedente está también en La
vida, aunque sin el paralelismo formal, especialmente en los versos que
dicen: “…un sordo placer / fúnebre me avasallaba / y sentí como una cava / en
lo más hondo del ser”.
Al fin de las aventuras
nocturnas, y agotado por las exigencias de la creación y la vida, el espíritu
se da con la muerte. En La vida, la
amada inalcanzable trocóse como a un conjuro / en un caballero oscuro / el cual
con una estocada / me traspasó el corazón; en Desolación absurda la muerte, sin ser nombrada, parece moverse en
la estrofa XII: “ beberán tus llantos
rojos / mis estertores acerbos / mientras los fúnebres cuervos / reyes de las
sepulturas / vean como almas oscuras / de atormentados protervos”, y, en la
última, “que en el drama inmolador / de
nuestros mudos abrazos / yo te abriré con mis brazos / un paréntesis de amor”;
en La torre, en la parte VI -Officium
tenebrarum- , culmina el crescendo de potencias voraces y mortales activas
en la parte V, parece rematar el poema:
la noche se torna capilla ardiente, hay signos entre los astros, “sangra un
puñal asesino” que evoca el del caballero oscuro de La vida, y la Intrusa que abre “entre sordos cuidados / las
puertas, con solapados / llaveros agrios”, parece no ser otra cosa que la
muerte; hay además los gestos sacramentales del sauce, un charco que hace las
veces de tragaluz del Averno, y, por fin, una visión del otro mundo de clara
filiación dantesca. Como siempre, faltan los puentes, y se vacila entre
considerar la descripción como la vista que ofrece el tragaluz o como la mise en scéne que espera a nuestro héroe
después de los sacramentos, cuando cerrado su ciclo terrestre debe esperar
entre la sombra de los réprobos la barca murciélago de Caronte mientras la carcajada
de Plutón rubrica como un último sarcasmo. El final de Numen, VII, cuyo comienzo en pasado parecía dar por terminado el
ciclo agónico, cierra de nuevo con una cita para la muerte, ahora en un tono de
galantería macabra al uso baudeleriano que, de golpe, da al resto del poemas un
aire de juego. Ese aire y las décimas narradoras y que fingen darlo todo en
cada arresto, son más culpables, tal vez, que la falta de claves y de puentes,
que las paradojas y las hipérboles, de la facilidad que ofrece la lectura y la
dificultad que opone al acceso, la idea perturbadora y compleja que Herrera
quiso comunicarnos.
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