ROBERTO ARLT
EL HOMBRE CORCHO
(De Aguafuertes
porteñas)
El hombre corcho, el hombre que nunca se hunde,
sean cuales sean los acontecimientos turbios en que está mezclado, es el tipo
más interesante de la fauna de los pilletes.
Y quizá también el más inteligente y el más
peligroso. Porque yo no conozco sujeto más peligroso que ese individuo, que,
cuando viene a hablaros de su asunto, os dice:
-Yo salí absuelto de culpa y cargo de ese proceso
con la constancia de que ni mi buen nombre ni mi honor quedaban afectados.
Bueno, cuando malandra de esta o de cualquier otra
categoría os diga que “su buen nombre y honor no quedan afectados por el
proceso”, pónganse las manos en los bolsillos y abran bien los ojos, porque si
no les ha de pesar más tarde.
Ya en la escuela fue uno de esos alumnos solapados,
de sonrisa falsa y aplicación excelente, que cuando se trataba de tirar una
piedra se la alcanzaba al compañero.
Siempre fue así, bellaco y tramposo, y simulador
como él solo.
Este es el mal individuo, que si frecuentaba
nuestras casas convencía a nuestras madres de que él era un santo, y nuestras
madres, inexpertas y buenas, nos enloquecían luego con la cantinela:
-Tomá ejemplo de Fulano. Mirá qué buen
muchacho es.
Y el buen muchacho era el que le ponía alfileres en
el asiento al maestro, pero sin que nadie lo viera; el buen muchacho era el
que convencía al maestro de que él era un ejemplo vivo de aplicación, y en los
castigos colectivos, en las aventuras en las cuales toda la clase cargaba con
el muerto, él se libraba en obsequio a su conducta ejemplar; y este pillete en
semilla, este malandrín en flor, por “a”, por “b” o por “c”, más profundamente
inmoral que todos los brutos de la clase juntos, era el único que convencía al
bedel o al director de su inocencia y de su bondad.
Corcho desde el aula, continuará siempre flotando;
y en los exámenes, aunque sabía menos que los otros, salía bien; en las clases
igual, y siempre, siempre sin hundirse, como si su naturaleza física
participara de la fofa condición del corcho.
Ya hombre, toda su malicia natural se redondeó,
perfeccionándose hasta lo increíble.
En el bien o en el mal, nunca fue bueno; bueno en
lo que la palabra significaría platónicamente. La bondad de este hombre siempre
queda sintetizada en estas palabras:
“El proceso no afectó ni mi buen nombre
ni mi honor”.
Allí está su bondad, su honor y su honradez. El
proceso no “los afectó”. Casi, casi podríamos decir que si es bueno, su bondad
es de carácter jurídico. Eso mismo. Un excelente individuo, jurídicamente
hablando. ¿Y qué más se le puede pedir a un sinvergüenza de esta calaña?
Lo que ocurrió es que flotó, flotó como el maldito
corcho. Allí donde otro pobre diablo se habría hundido para siempre en la
cárcel, en el deshonor y la ignominia, el ciudadano Corcho encontró la
triquiñuela de la ley, la escapatoria del código, la falta de un procedimiento
que anulaba todo lo actuado, la prescripción por negligencia de los curiales,
de las aves negras, de los oficiales de justicia y de toda la corte de cuervos
lustrosos y temibles. El caso es que se salvó. Se salvó “sin que el proceso
afectara su buen nombre ni su honor”. Ahora sería interesante establecer si un
proceso puede afectar lo que un hombre no tiene.
Donde más ostensibles son las virtudes del
ciudadano Corcho es en las “litis” comerciales, en las trapisondas de las
reuniones de acreedores, en los conatos de quiebras, en los concordatos,
verificaciones de créditos, tomas de razón, y todos esos chanchullos donde los
damnificados creen perder la razón, y si no la pierden, pierden la plata, que
para ellos es casi lo mismo o peor.
En estos líos, espantosos de turbios y de
incomprensibles, es donde el ciudadano Corcho flota en las aguas de la
tempestad con la serenidad de un tiburón. ¿Que los acreedores se confabulaban
para asesinarlo? Pedirá garantías al ministro y al juez. ¿Que los acreedores
quieren cobrarle? Levantará más falsos testimonios que Tartufo y su progenitor
¿Que los falsos acreedores quieren chuparle la sangre? Pues, a pararse, que si
allí hay un sujeto con derecho a sanguijuela, es él y nadie más. ¿Que el
síndico no se quiere “acomodar”? Pues, a crearle al síndico complicaciones que
lo sindicarán como mal síndico.
Y tanto va y viene, y da vueltas, y trama
combinaciones, que al fin de cuentas el hombre Corcho los ha embarullado a
todos, y no hay Cristo que se entienda. Y el ganancioso, el único ganancioso,
es él. Todos los demás ¡van muertos!
Fenómeno singular, caerá, como el gato, siempre de
pie. Si es en un asunto criminal, se libra con la condicional; si en un asunto
civil, no paga ni el sellado; si en un asunto particular, entonces, ¡qué Dios
os libre!
Tremendo, astuto y cauteloso, el hombre Corcho no
da paso ni puntada en falso.
Y todo le sale bien. Así como en la escuela pasaba
los exámenes aunque no supiera la lección, y en el examen siempre acertó por
una bolilla favorable, este sujeto, en la clase de la vida, la acierta
igualmente. Si se dedicó al comercio, y el negocio le va mal, siempre encuentra
un zonzo a quien endosárselo. Si se produce una quiebra, él es el que, a pesar
de la ferocidad de los acreedores, los arregla con un quince por ciento a pagar
en la eternidad, cuando pueda o cuando quiera. Y siempre así, falso, amable y
terrible, prospera en los bajíos donde se hubiera ido a pique, o encallado, más
de una preclara inteligencia.
¿Talento o instinto? ¡Quién lo va a saber!
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