LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
DECIMOQUINTA ENTREGA
2
/ LA LECCIÓN DEL AMOR (5)
DK
Caroline es una mujer
alta y atractiva de cuarenta y tantos años que aprendió a nutrir su alma. Tiene
un cabello negro precioso y la sonrisa más sincera que he visto nunca.. Nos
conocimos mientras trabajábamos en un proyecto, y me gustó porque es la persona
más feliz que he conocido jamás. Hacía dos años que mantenía una maravillosa
relación con un dentista amable, inteligente a ingenioso. Estaban planificando
los últimos detalles de su boda, que se celebraría al cabo de unos meses, y
consideraban la posibilidad de adoptar a un niño.
Moverse por el mundo
con Caroline es una experiencia enriquecedora. Para ella nadie es un extraño.
Es amigable y cariñosa con todo el mundo: con los recepcionistas, los
camareros, la persona que tiene delante en la cola del cine, etcétera. Una
noche, durante la cena, le comenté que tenía suerte en el amor. Ella rió con
suavidad, dijo que no era cuestión de suerte y me contó su historia.
Seis años atrás, se
había encontrado un bulto en el pecho. Cuando le hicieron la biopsia, el médico
le dijo que el tejido tenía un aspecto extraño, pero que hasta después de tres
días no podrían decirle si era canceroso o si se había extendido.
“Creí que había llegado
mi hora -me contó-. Aquello podía ser el fin. Toda mi infelicidad salió a la
superficie. Aquellos tres días fueron los más largos de mi vida. Me sentí
realmente afortunada cuando me dijeron que no era un cáncer, pero decidí que,
aunque las noticias eran maravillosas, no iba a permitir que aquellos tres días
pasaran sin ningún significado. No iba a vivir la vida igual que hasta
entonces.
“Las vacaciones de
Navidad se acercaban y recibí las habituales invitaciones a fiestas. Las
Navidades anteriores me había sentido desesperada y muy sola. Había asistido a
tantas fiestas como había podido en busca de amor. Quería encontrar a alguien
que me quisiera, que me diera todo el amor que yo no me daba a mí misma. Así
que acudí a una fiesta, recorrí el lugar con la vista en busca del hombre
perfecto y, como no estaba allí, me fui corriendo a otra. Después de ir de
fiesta en fiesta, regresé a mi casa sintiéndome más desesperada y más sola que
al principio.
“Decidí que aquel año
no haría lo mismo. Tenía que haber otra manera de hacer las cosas. Resolví dar
amor y ser amada. Y tomé la determinación de dejar de buscar. Saldría, pero
aunque no encontrara al hombre perfecto, seguro que conocería a otras personas,
personas maravillosas con las que podría charlar. Simplemente, hablaría con
ellas y me divertiría. Iría con la intención de que me gustaran y quererlas por
ser quienes eran.
“Es probable que
pienses que el final de la historia es que aquel año encontré al hombre
perfecto, pero no fue así. Sin embargo, al terminar la noche no me sentí sola
ni desesperada porque hablé desde el corazón a las personas que conocí. Todas
las sonrisas que esbocé y todas las veces que reí aquella noche fueron
sinceras. Todo el amor que sentí fue auténtico y pasé una noche fantástica.
Recibí amor de los demás y, para mi sorpresa, me gusté a mí misma mucho más.
“Seguí actuando de esa
manera durante todo el año y no sólo en las fiestas, sino también en el
trabajo, en las tiendas y en todas las situaciones posibles. Cuanto más amor
daba, más amor sentía. Y cuanto más amor sentía, más fácil me resultaba
quererme a mí misma. Ahora soy más amiga de mis amigas que nunca y he conocido
a gente maravillosa. Me he convertido en una persona más feliz, en alguien con
quien los demás desean estar, y ya no me siento desesperada, ya no busco. Ahora
siento el amor todos los días.”
Amarnos a nosotros
mismos es recibir el amor que siempre está a nuestro alrededor. Amarnos a
nosotros mismos es eliminar barreras. Resulta difícil ver las barreras que erigimos
a nuestro alrededor, pero ahí están, e influyen en todas nuestras relaciones.
Cuando encontremos a
Dios, nos preguntará: “¿Te has dado amor a ti mismo y a los demás y lo has
recibido?” Si permitimos que los demás nos amen y los amamos, aprenderemos a
amarnos a nosotros mismos. Dios nos proporciona infinitas oportunidades para
amar y ser amados. Esas oportunidades están por todas partes, y están ahí para
que las aprovechemos.
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