LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
DÉCIMA ENTREGA
TERCERA
PUERTA: FLUENCIAS Y RECOCIJOS CILICIADOS, OBSCUROS PASADIZOS, TOCADOS
LUCERNARIOS (1)
ABRO LA puerta del
cuadro y aparezco jugando solo en el enorme baldío que hay frente al Club
Marítimo Punta Gorda. Llevo puestos un slip de baño atigrado (estilo Tarzán)
alpargatas bigotudas canana con dos revólveres y sombrero de cow-boy. Tengo 7
años. De golpe oigo un zumbido de carretera y me escurro entre los aromos y los
tamarices hasta desembocar en un monte de eucaliptos. Aquí el calor es más
espeso y casi no se pisa arena. Las palomas se quejan como superpájaros
escapados de Krypton. Y mientras cruzo el alto pastizal que hay en el fondo de
un rancho aparentemente abandonado empiezo a ver brillar la cara de Manuelito,
sentado del otro lado de la carretera.
-Por qué llorás -pregunto,
sentándome en la otra banquina.
-Porque mi viejo se
sacó el bigote -contesta Manuelito, sin dejar de observar el rancho que está a
mis espaldas. -Aquí nací yo. No quiero seguir viviendo en el centro ni seguir
yendo a esa escuela de mierda. Quiero volver aquí y vivir solo, carajo.
Yo ni siquiera sé dónde
estoy ni de dónde conozco al chiquilín que llora casi corcoveando, pero me
solidarizo enseguida: tengo la sensación de que si mi padre se afeitara el
bigote el mundo sería mucho más triste.
Cuando
las presiones-amenazas familiares obligaron a Manuel Espínola Rivero alias el
general a comprar un revólver y apersonarse al comisario de la Quinta Sección
de Maldonado para advertirle que si un día se despertaba y encontraba los
pajeros ardiendo iba a tener que prenderle cartucho a dos de sus hermanos
empecinados en arrancarle tajadas de la herencia paterna el lungo campesino de
porte militar y bigotes levantiscos se decidió a desprenderse de su parte y
comprar unas cuadras a la salida de Solís de Mataojo donde un 5 de julio de
1921 el doctor Delfino extrajo a Manolito con fórceps desde el predestinado
vientre de Evarista Gómez que varios años atrás había abortado naturalmente y
sufrido horrorosos raspajes y esa noche resplandecía con el verdor dorado de
una ictericia que no alcanzó a estragarle la felicidad.
-Che: ¿y vos de dónde
saliste? -me pregunta el chiquilín, después de arrasarse el moquerío con una
mano plana. -Parecés Tom Tyler de panza afuera.
Y el sol de marzo le
acairela una carcajada más dulce que burlona.
-Vengo de 1955 -explico.
-Estaba jugando a Roy Rogers allá en Punta Gorda.
Entonces Manuelito se
endereza una gorra idéntica a la de El Pibe y cruza la carretera a las
zancadas.
-Yo tengo 7 años y vivo
en 1928 -dice. -Choque esos cinco. (No me limpio los mocos que me deja en la
mano.) -A lo mejor allá adentro queda alguna sandía fresca guardada debajo de
un catre. Podría ofrecerle tónico pa las tripas, también. O cocinarle algún
guiso con perfumación árabe. ¿No me prestarías un revólver, por las dudas?
El rancho de piso de
tierra está completamente vacío y nos sentamos en el suelo y soñamos un
banquetazo que yo riego con el exquisito vino color rubí que tomaba Sandokan.
-¿Vos tenés algún auto
a cuerda? -me pregunta Tom Tyler en la sobremesa, echándole mano a un “guitarrero”
de élitros metálicos para posárselo junto al oído. -Auto con musiquita sonorosa,
quiero decir.
El
terreno llegaba hasta el arroyo y vivían con un hermano de Evarista y se las
arreglaban con un medianero para la labranza y de cuando en cuando el General
se entrajetaba puntillosamente y se iba a jugar al gofo a Mosquitos o a Minas o
a San Carlos o al mismo centro de Solís donde también timbeaba en los billares
o los frontones de pelota y volvía de aquellos lances lejanos a los o dos o
tres días con el bigote manso y una vez le trajo a Manuelito un diminuto Ford T
a cuerda y lo primero que hizo el chiquilín fue echarlo a andar y apoyarle el
pie encima para ver si resistía y el general soltó un Pero mijo tan conmovedor
que Manuelito terminó por atarle un piolín al Fordsito de lata descuajeringado
para hacerlo renguear consoladoramente de la mano de su padre.
-Pa -doy un salto,
captando cómo se ha inclinado la pulverización de la tarde. -Voy a tenerme que
irme rajando, o mi vieja me mata.
-A mí el que va a
sobarme la badana es el viejo, cuando se entere que me las pelé de lo de tía
María.
-¿Y tu vieja dónde
está?
Entonces el chiquilín
se saca la gorra para señalar la puerta entornada de la otra pieza y dice:
-Estuvo allí. Vení.
En la puerta sobrevive
una especie de perfil militar tamaño natural dibujado a lápiz (y aureolado por
una suavísima doble línea exterior) con prolija torpeza.
-¿Esto lo hiciste vos? -pregunto.
Pero Manuelito no
contesta y se escapa a la otra pieza y al volver está vestido de marinero y es
más bajo que yo y me agarra de la mano para guiarme.
El
General estaba parado junto a la cama apenas iluminada por una vela y cuando
Evarista vomitó un lodazal gelatinoso al hombre se le agrandó el horror de la
nariz mientras el niño de 4 años los miraba desde la puerta del dormitorio sin
comprender nada.
Y después que volvemos
al comedor y Manuelito se para frente a un rincón lleno de telarañas y dice:
-Me explicó una de las
mujeres del velorio que adentro de este estuche hay una muñeca.
Evarista
murió internada en Montevideo y el General lloró altísimamente durante todo el
velatorio realizado en el comedor del rancho mientras Manuelito correteaba o
cabalgaba sobre mujeres que estrujaban pañuelos sentadas alrededor de la
difunta aunque el niño identificaría durante años el recuerdo del ataúd con el
de la tapa rectangular y verticalizada contra la pared y al otro se llevaron el
colosal estuche atornillado de la muñeca en un cuadrangular y sencillo carruaje
negro arrastrado por dos caballos también negros quedándose el gurí sin
entender nada y con los ojos seguidores.
Y en el momento en que
Manuelito me señala el cajón invisible escuchamos un galope y mi amigo se transfigura
relampagueantemente en El Pibe y murmura:
-El General!!!! Vamos a
escondernos o me va a quedar el culo como un tomate.
Cuando llegamos a la
parte más tupida del pastizal escuchamos detenerse el galope y ahora es Tom
Tyler el que me pregunta:
-¿Cómo era que te
llamabas vos?
-Roy Rogers, ¿No vas a
usar el revólver?
-No. Y lo que te quería
pedir es que no le tires al General, Roy. Mirá que el mejor sheriff que hay en
hay en el mundo. Sin despreciar a nadie.
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