ESTHER MEYNEL
LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
CUADRAGÉSIMA ENTREGA
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También solía decir con frecuencia
que no podía escribir una canción de amor si no era para mí.
-¿Ves? -me dijo un día, sentándome en
sus rodillas-, mi querida mujercita me impide escribir todas esas bellas
canciones en las que se suspira por la amante lejana y esas baladas que hacen
llorar a las damas de la Corte… ¿Cómo va a escribir el feliz Cantor canciones
de añoranza, si tiene a su mujercita sentada en sus rodillas? Tengo que
retroceder con la imaginación a la época en que te conocí y figurarme que tus
padres se niegan a dar su consentimiento para nuestro matrimonio, pues llevo en
la cabeza una melodía que requiere dos o tres versos algo tristes.
Al día siguiente me trajo una
canción, una canción de una dulzura indescriptible que canté al momento y cuya
letra era la siguiente:
Si tu corazón me entregas
hazlo en secreto
que nadie descubrir pueda
tu pensamiento.
Nuestro amor siempre ha de ser
amor secreto.
Así, pues, no dejes ver
un gran contento.
No exijas una mirada
a este mi amor,
que es la envidia muy malvada
con nuestra unión.
Cierra tu pecho y reprime
tu gran deseo;
y el placer de que gozamos
algo secreto.
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