CON
GUILLERMO FERNÁNDEZ
LA
LECCIÓN DEL MAESTRO
por
Rosario Peyrou
(Reportaje recuperado
de Guillermo Fernández / Pinturas y dibujos /“Por tierras de la memoria” /
Universidad Católica / 2006)
SEGUNDA ENTREGA
Todavía
la vanguardia dialogó con la tradición de los grandes maestros. La serie de Las Meninas de Picasso es un ejemplo,
entre muchos.
Ah, claro. Los modernos
tuvieron que saltearse la Academia de fin del siglo XVIII y del XIX, pero
miraron más atrás. Goya le “enseña” a Manet y a Daumier cómo inventar un
sistema de líneas. En el siglo XIX el Greco no tenía el reconocimiento que
consigue en el siglo XX, porque para la Academia era un pintor extravagante,
que tenía fallas en la vista. Se creía que el Greco deformaba por un defecto.
El siglo XX lo recicla porque encuentra en sus sistemas de proporción y en la
invención de su color, algo de mucho interés. Es decir que el pasado se lee en
función de lo que se necesita. Uno mira pedacitos del Bosco y ve las cosas de
los surrealistas. Chagall pone en un cuadro los nombres de los maestros: el
Greco, Odilon Redon, Moreau, y cuando uno lo observa se da cuenta que los miró
muy bien. Chagall no se parece al Greco, pero es evidente que lo había
estudiado.
Mirando
la tradición, ¿cuáles fueron tus maestros personales? ¿Los barrocos?
Los que yo miré primero
fueron los del 900 y los grandes ilustradores de las revistas argentinas: Cao,
Zavataro, Sábat (el abuelo de Menchi) y Lautrec, Degas y Barradas. Y después a
los de más atrás, y ahí vi que los barrocos europeos tienen un sistema, un
oficio básico que les permite la variedad. No aprende una fórmula sino
mecanismos que permiten abrirse a una expresión variadísima, incluso más
variada que los mismos modernos. Y era un idioma colectivo.
Ese
proceso de diálogo, de afirmación y ruptura con la tradición, parece estar
llegando a su fin. El arte conceptual, las instalaciones, ya no se relacionan
con esa historia, con esa línea de evolución. ¿Qué pasó?
Hay que remontarse un
poco. Picasso no sólo trabajó con las Meninas; en los grabados hizo variaciones
del arte mediterráneo, con minotauros, con dioses. Eso que hace Picasso con la
tradición, identificándose con imágenes y recursos, en los modernos es una
constante. Braque, el mismo Torres, hacen una relectura, que implica una
poética amparada en la tradición. Los modernos tienen una novedad en la
construcción, pero también una relectura del pasado. Giacometti tiene figuras
que son muy cercanas a las cosas arcaicas, la escultura africana en París fue
modelo. Brancusi se apoya en todo eso. Ahora bien: a mí me parece que el mundo
moderno es un mundo del “más acá”, donde hay espíritu, por supuesto, pero las
poéticas son referencias a lo inmediato. El impresionismo es fantástico, pero
celebra sólo lo visual. Cézanne era católico y Van Gogh era religioso, pero sus
obras no son religiosas. No se les puede ver otra trascendencia más allá del
vigor espiritual que tienen. La mayoría de los modernos pertenecen a un mundo
no marcado con una referencia de valores religiosos. El oficio se transforma en
el templo, y la tradición es la cúpula del templo. La pintura abstracta tiene
ideas para crear, como dicen Kandinsky y Mondrian, para llevar al espectador a
un plano superior que no es espejo de la sensualidad de las cosas, sino que
crea un orden propio que es el que tiene que emocionar. Pero ese orden superior
no está referido a una trascendencia.
De modo que el gran
dinamismo que fue el lenguaje mismo se transforma en el campo de expresión, y
la tradición es un enorme estímulo para eso. El público y el ambiente piden
novedad en la imagen y que los recursos también sean un descubrimiento. Se pide
que el que pinta, haga escultura o arquitectura, o diseño, consiga un interés,
pero al mismo tiempo que ese interés corresponda a una visión inédita. La
novedad pasa a ser el mayor valor. Eso está en la cultura, y produce un Van
Gogh, o un Cézanne, o un Chagall, pero al mismo tiempo, como todo es un
repertorio del “más acá” y la fantasía por más que vuele está acotada por el
mundo inmediato, aparece una limitación, y se empieza a repetir. Todos estamos
en eso: la exigencia de la novedad es un valor de la cultura moderna. Y se va
respondiendo a ese valor.
Y entonces de la
maestría de lo visual, se pasó, en aras de la novedad, a lo meramente insólito.
Es el resultado de un proceso, de doscientos años buscando novedad y
originalidad; produce un agotamiento y se pasa a la pura sorpresa, a la
invención por ella misma, no espiritual, no interesante. Se llega a la hora del
ingenio. Después se pierde hasta esa condición, y el arte se vuelve mudo. Esto
no es un fracaso del artista, sino que es la misma cultura la que valida un
circuito de ese tipo.
El racionalismo había
creado un sistema antipoético. Eso generó una cultura contestataria, los ismos
incesantes: el romanticismo, los socialismos, el comunismo, el fascismo, el
surrealismo, son distintas tentativas de superar ese mundo desolado del
racionalismo. Pero las ofertas de los “ismos” políticos y artísticos fracasaron.
Ese
intento de darle trascendencia a las cosas que tuvieron los “ismos” artísticos,
que como decía Rimbaud querían “cambiar la vida”, ¿está agotado también’ ¿Eso
significa que la pintura está en vías de desaparecer?
Bueno, el arte
conceptual, que es una tentativa de crear un puente donde la idea importe más
que el trasmitir, es un intento de salvar un dios que muere. Los ismos están
muriendo por no haberle podido dar significado al mundo laico: todo quedó
viejo. No hubo Hombres Nuevos. Salvo el cristianismo, ningún ismo da para
reciclar nada.
¿Estamos
en el fin del arte, como preguntaba Hauser?
De un circuito. Un
circuito que funcionó al principio alimentado por el vínculo con la tradición.
La obra como producción interior dio cosas fenomenales, pero el incentivo de
novedad de visión e invento formal, esas dos cosas están condenadas a agotarse
y se están agotando. Las artes sagradas duran enormemente porque la intención
del artista individual es un ingrediente del conjunto, los maestros bizantinos
aportan apenas un matiz dentro de un gran movimiento. Las convenciones
culturales que habían entre ellos y el público eran fuertes. Con las culturas
precolombinas pasa lo mismo. Las formas tienen una solidez, una visión, porque
representan a miles de tipos. El mejor Picasso no puede ponerse al lado de eso.
No es que Picasso no sea fenomenal, claro que lo es, pero tiene la pequeñez de
una aventura individual. Las artes sagradas tienen la consistencia de la
afirmación no laica de un sentido.
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