JUAN CARLOS
CASTRILLÓN DESDE MÉXICO
SWANKY GENERATION
La reciente mutación de la falsa contracultura oficial (promovida por el
sistema desde hace por lo menos diez años, a la que he denominado Emo-Hipster,
y cuyo héroe universal es el omnipresente Tim Burton -el emperador del
infantilismo mórbido- al lado del ya francamente insoportable Johnny Depp
[remito a mi ensayo la Maldición de los Hipsters] y al que
algunos chavos ya empiezan a detestar) es la Swanky Generation, ilustrada
con excesivo desgano por el aburrido director gringo Terrence Malick (¡ya
retírate güey!) en su infumable churro titulado Song to Song, aquí
se llamo algo así tan poco imaginativo como Amor y Música.
Swanky es mucho más que cool, más chido que lo chido,
ya que su exclusividad anónima es exquisita. Implica una individualidad
original, V.I.P., una aniñada inmortalidad, todo muy "arty",
minimalista, posmodernamente cursi, como la imagen de los dos cisnes
entrelazados (obvia metáfora de los dos enamorados junto al puente). El
chico swanky se codea con los más chingones,
de igual a igual, es su brother, y por supuesto que maneja un ferrari color
rojo, pero todo X, todo sin alardear, normal, relax, sin broncas; aunque con
cierto toque existencialista trasnochado, de novela barata, de melodrama, como
si Beauvoir o Camus se hubieran atrevido a escribir telenovelas. La
película -sin proponérselo- muestra el grave vacío espiritual, intelectual
y emocional en el que subsisten unos personajes que son una especie de
"zombies guapos", que actúan con indolencia, con falta de
convencimiento en todo, sobre todo en ellos mismos; transmitiendo un intenso
nihilismo, y sea robótica fragilidad de la mente anglosajona, su necio afán por
sentirse superiores. La estética es una oda a la anorexia, en su sentido más
amplio; representada por la pobre Rooney Mara, cuyo erotismo considero
prácticamente nulo, ya que su esmirriada delgadez no es normal, sino
evidentemente enfermiza. Natalie Portman muestra bastante piel actuando
reiterativamente como una cenicienta de cuento de hadas, repitiendo tristemente
el papel que ya había hecho anteriormente en Closer (Nichols
2004). Ryan (¿Reynolds, Gosling? es lo mismo) solo se deja ser en su papel de
muchacho good-looking y descerebrado cantautor. El que más decepciona es
Fassbinder, al que consideraba un actor interesante, subido en su papel
de Macbeth -ojalá que algún día se le baje- a punto de
salir del closet con el novio de su amante, sobreactuado, y sin asideros. El
personaje es un abusivo productor (ahora que están tan de moda) "blanqueado"
o mejor dicho "engrisado" por Fassbinder. Ideológicamente el film es
un poema visual dedicado al arribismo social, dice la esquelética Mara con voz
en off, tratando inútilmente de darle alguna profundidad a su actuación:
Pensé que tenías que conocer a las personas correctas. Acercarte a
ellas. Aquellos que pueden darte lo que necesitas para pasar la cerca.
O sea los "poderosos".
Cuenta también con azotadas posturas y declaraciones de la más pura
tradición EMO, y también con voz en off, por supuesto:
Amo el dolor, se siente como la vida.
La tremenda vacuidad de todos los personajes es verdaderamente
insoportable, solo son zombies devoradores haciendo berrinches porque NADA los
satisface. Las escenas filmadas en México son de un patético lugar común
estilo Coco, cayendo en lo indignante en la escena donde le
dan una jugosa limosna en dólares a una pordiosera ciega; redundando en el
viejo y falso estereotipo del gringo buena onda que viene a echar desmadre a
nuestro país. O la parte donde experimentan con mescalina, de un abigarramiento
ridículo. Lo más penoso es ver la enorme decadencia física y mental de las
leyendas del Punk que aparecen en la película: Rotten haciendo sus
acostumbradas bufonadas sin sustento, Patti Smith -a la que admiraba antes de
que se hiciera "papista"-en su cómodo rol de la viuda progre; quizá
el único que aporta algo relevante es el septuagenario Iggy Pop, que con sus
palabras parece estar definiendo algo que definitivamente no se consiguió en
esta cinta:
Las compañías discográficas hacían una especie de arte, algo artístico;
es algo que ponen en las películas para tocar las fibras sensibles o para subir
la adrenalina. Desesperados por tocar ese acorde y decir: ¡Si! ¡cógeme!
¡dámelo! ¡ámame! cosas como esa.
Por supuesto la swanky generation se considera apolítica;
si la fuerzas se confesará "progre", pero eso no tiene importancia
para ellos ya que la corrección política es su único catecismo; en realidad son
fascistas por omisión, profundamente conservadores, acomodaticios y
oportunistas, obsesionados con la amargura, con destruir para sentirse un poco
vivos, alienados, enajenados hasta los huesos, adictos al consumo, condenados a
la cruel futilidad, pretenciosos clowns cuya individualidad se uniformiza con
su insondable desencanto por respirar y su intrínseco obcecamiento tanático y
apocalíptico. Padecen un severo cáncer espiritual del que no quieren ser
curados, ya que es lo único que les da identidad, y, según ellos, prestigio. En
la tradición más mediocremente Hipster, canibalizan la contracultura o cultura alternativa
para disfrazar un poco su inmensa decadencia y conformismo. Un claro ejemplo es
la hija del tal Trump, la insufrible Ivanka, al confesar que en su juventud
tuvo una etapa punk, ya que estuvo obsesionada por la música del grupo Nirvana.
De seguro Kurt Cobain se sentiría indignado y bastante frustrado, ya que esta
grotesca familia presidencial representa todo aquello contra lo que siempre
luchó: whitetrash, redneck, KKK, machismo, clasismo, prepotencia, y un vomitivo
etc. La Generación Swanky recuerda a Oscar Matzerath el
personaje principal de la novela El Tambor de Hojalata de
Gunter Grass -desgraciadamente otro tipo de oscuro pasado nazi- que decide
detener su crecimiento a la tierna edad de tres años; son niños morbosos que se
niegan a madurar, aparentando una libertad inexistente , dejando que otros
tomen las decisiones fundamentales en sus vidas para luego culpabilizarlos;
parasitando la realidad, la naturaleza, la vida misma; desubicados,
desesperadamente buscando un ápice de supuesta "superioridad",
perpetuando absurdamente los caducos “valores” burgueses que han demostrado
ampliamente ser nocivos para la simple sobrevivencia del planeta Tierra.
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