14/7/17


RICARDO AROCENA

ESTUDIANTINA

Los organismos internacionales, el conflicto educativo, el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad uruguaya.



SEGUNDA ENTREGA



LA UNIVERSIDAD VIEJA



Un poco taxativamente podríamos afirmar que si bien toda Universidad está condicionada por los grandes lineamientos expuestos más arriba, la historia de cada universidad en particular, es la historia de cómo se fueron resolviendo en concreto las distintas contradicciones a las que hacíamos referencia. En nuestro país particularmente, desde sus orígenes, la institución fue un baluarte de liberalismo y tuvo por objetivo primordial educar ciudadanos y hombres libres.


Al respecto anota la historiadora Blanca Paris: “Nacida nuestra Universidad al amparo de la corriente liberal de la ideología religiosa, apartada de los dogmas absolutos del Catolicismo, para desembocar en el dogma -también absoluto- de la libertad de conciencia, emancipada desde sus orígenes de la tutoría de la Iglesia y también del Estado -pese a su dependencia de este en el orden económico- pudo formar un espíritu autonómico y, al margen de la política que agitaba violentamente al país, su propio carácter; con ideales que se elevaban por encima de los intereses y pasiones del partido y del momento”.


Trasciende los objetivos de este trabajo hurgar en las razones de por qué esto fue así en un medio tan inhóspito como el de aquel entonces; de cuáles son las causas que posibilitaron que se desarrollara una institución en la que deslumbraron desde los inicios personalidades universitarias que impusieron la libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, un espíritu independiente, sensibilidad ante las problemáticas sociales, etc., pero seguramente incidieron poderosas corrientes filosóficas, sobre todo el positivismo angloamericano, que terminará por imprimir hacia finales del siglo XIX una impronta de avanzada a los estudios superiores.


En un principio la Banda Oriental dependió culturalmente de Buenos Aires, los pocos y afortunados jóvenes que podían adquirir una educación universitaria, para conseguirla debían viajar a Europa, a Córdoba o más tarde a la Universidad bonaerense. Habría que esperar los tempranos días de la vida independiente, para que una personalidad destacada como Dámaso Antonio Larrañaga, propusiera en 1832 en el Senado, la formación de la Universidad de Montevideo.


Aquel primer proyecto no prosperó, pero en 1833 el gobierno de Rivera crea por ley algunas cátedras de enseñanza superior y cinco años después el general Manuel Oribe erige una “Casa de Estudios Generales” con carácter de Universidad, pero la guerra civil impide que la propuesta se consolide.


Durante la Guerra Grande se opera en el país una profunda transformación, que resulta determinante para la organización de la vida intelectual: numerosos intelectuales porteños se exilian en estas tierras, adonde difunden ideas fermentales dirigidas a acabar con el legado colonial. Surgen así toda clase de centros de debate, peñas y periódicos que sacuden el “ambiente pastoril” de la época.


Sumado a esto, también conmueve al mundo cultural montevideano, el intercambio con Francia e Inglaterra, generándose las condiciones para el surgimiento de la Universidad de Montevideo. Incidió en su formación la polémica filosófica que enfrentaba dentro del catolicismo a nacientes grupos liberales por un lado y a la Compañía de Jesús por el otro, que se había vuelto a instalar en la América independiente, después de medio siglo. Los avances de los jesuitas en materia educativa inquietaron a las autoridades de la época, que en respuesta crean en 1847 el Instituto de Instrucción Pública, con el cual tempranamente reclamaban para el Estado el monopolio de la enseñanza.


El decreto constitutivo del mencionado Instituto argumentaba que la educación: “es germen creador de la prosperidad de las naciones” por lo cual “el cuidado de su desarrollo, de su aplicación y de su tendencia, no puede ser pues la obra de la especulación de las creencias individuales o del interés de secta. Esta atribución es exclusiva de los gobiernos, mandatarios únicos de los pueblos que representan. Es a aquellos a quienes está confiado el depósito sagrado de los dogmas y principios que basan la existencia de la sociedad a que pertenecen”.


Se reedita de esta forma en Montevideo, el conflicto que la revolución francesa había suscitado entre la Iglesia y el Estado y que transfirió a este el contralor de las Universidades. Con este espíritu, el 15 de julio de 1849 el Gobierno de la Defensa firma el decreto de creación de la Universidad Mayor de la República. La idea que preside esta decisión es la de, una vez consumada la independencia política, consolidar espacios que permitan impulsar la independencia en materia cultural, librando al país, por medio de la educación, de los hábitos políticos sociales que le venían de la época colonial, para poder así reafirmar la nacionalidad.


Con el marco de fondo de la guerra, la Universidad debió elaborar su primer reglamento orgánico y consolidar planes de estudio. En un principio abarcó la totalidad de la instrucción -primaria, secundaria y superior- dividiéndose los conocimientos universitarios en cuatro facultades: Ciencias Naturales, Medicina, Jurisprudencia y Teología.




UNIVERSIDAD: ESCUELA DE LIBERALISMO




Blanca Paris subraya que la Universidad de Montevideo, desde su fundación hasta que fue intervenida en 1884 fue “escuela y baluarte de liberalismo” y que sus funciones primordiales fueron formar ciudadanos inspirados en el liberalismo religioso, económico y político, que eran irradiados desde las cátedras de Filosofía, Economía Política, Derecho Natural y Derecho Constitucional. Tanto autoridades como estudiantes defendieron aquellos principios en la prensa, en el parlamento, en los clubes, en las “universidades libres” que fundaron, en la cárcel, en el destierro y en particular durante las revoluciones civilistas.


Aquella Universidad postuló una conciencia nacional por encima de partidismos, que se expresó en que individuos de distinta filiación partidaria se sucedieron en el Consejo, en las cátedras y aún en el rectorado, “sin que las pasiones políticas dividieran en bandos a los universitarios”, según Blanca Paris. “Cuando la política llamaba a catedráticos o estudiantes -como sucedía a diario- eran los principios recogidos en la Universidad los que dentro de los partidos tradicionales o en nuevas agrupaciones se iban a defender”. Y concluye que tampoco fue la Universidad “gestora de oligarquías privilegiadas” y que la cultura universitaria no fue patrimonio de una clase social adinerada, sino un centro de formación científica.



En 1889 el rector Alfredo Vázquez Acevedo transforma radicalmente a la vieja Universidad, modificando planes de estudio, reglamentos, programas, métodos, textos, laboratorios, bibliotecas, locales, etc. Inspiraban aquellos cambios las corrientes positivistas que apoyadas en los logros de Darwin y Spencer entronizaban en el país las categorías científicas, imprimiendo un nuevo giro a la conciencia nacional. La moderna Universidad procede de una época signada por una concepción filosófica surgida en el siglo XIX, como un gran movimiento de reacción a la metafísica, llevado a cabo en nombre de la ciencia y en particular de la ciencia de la naturaleza.

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