RICARDO AROCENA
ESTUDIANTINA
Los organismos internacionales, el conflicto educativo,
el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en
la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad
uruguaya.
SEGUNDA
ENTREGA
LA UNIVERSIDAD VIEJA
Un poco taxativamente podríamos afirmar que si bien toda
Universidad está condicionada por los grandes lineamientos expuestos más
arriba, la historia de cada universidad en particular, es la historia de cómo
se fueron resolviendo en concreto las distintas contradicciones a las que
hacíamos referencia. En nuestro país particularmente, desde sus orígenes, la
institución fue un baluarte de liberalismo y tuvo por objetivo primordial
educar ciudadanos y hombres libres.
Al respecto anota la historiadora Blanca Paris: “Nacida nuestra Universidad al
amparo de la corriente liberal de la ideología religiosa, apartada de los
dogmas absolutos del Catolicismo, para desembocar en el dogma -también absoluto-
de la libertad de conciencia, emancipada desde sus orígenes de la tutoría de la
Iglesia y también del Estado -pese a su dependencia de este en el orden
económico- pudo formar un espíritu autonómico y, al margen de la política que
agitaba violentamente al país, su propio carácter; con ideales que se elevaban
por encima de los intereses y pasiones del partido y del momento”.
Trasciende los objetivos de este trabajo hurgar en las razones de por qué esto
fue así en un medio tan inhóspito como el de aquel entonces; de cuáles son las
causas que posibilitaron que se desarrollara una institución en la que
deslumbraron desde los inicios personalidades universitarias que impusieron la
libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, un espíritu independiente,
sensibilidad ante las problemáticas sociales, etc., pero seguramente incidieron
poderosas corrientes filosóficas, sobre todo el positivismo angloamericano, que
terminará por imprimir hacia finales del siglo XIX una impronta de avanzada a
los estudios superiores.
En un principio la Banda Oriental dependió culturalmente de Buenos Aires, los
pocos y afortunados jóvenes que podían adquirir una educación universitaria,
para conseguirla debían viajar a Europa, a Córdoba o más tarde a la Universidad
bonaerense. Habría que esperar los tempranos días de la vida independiente,
para que una personalidad destacada como Dámaso Antonio Larrañaga, propusiera
en 1832 en el Senado, la formación de la Universidad de Montevideo.
Aquel primer proyecto no prosperó, pero en 1833 el gobierno de Rivera crea por
ley algunas cátedras de enseñanza superior y cinco años después el general
Manuel Oribe erige una “Casa de Estudios Generales” con carácter de
Universidad, pero la guerra civil impide que la propuesta se consolide.
Durante la Guerra Grande se opera en el país una profunda transformación, que
resulta determinante para la organización de la vida intelectual: numerosos
intelectuales porteños se exilian en estas tierras, adonde difunden ideas
fermentales dirigidas a acabar con el legado colonial. Surgen así toda clase de
centros de debate, peñas y periódicos que sacuden el “ambiente pastoril” de la
época.
Sumado a esto, también conmueve al mundo cultural montevideano, el intercambio
con Francia e Inglaterra, generándose las condiciones para el surgimiento de la
Universidad de Montevideo. Incidió en su formación la polémica filosófica que
enfrentaba dentro del catolicismo a nacientes grupos liberales por un lado y a
la Compañía de Jesús por el otro, que se había vuelto a instalar en la América
independiente, después de medio siglo. Los avances de los jesuitas en materia
educativa inquietaron a las autoridades de la época, que en respuesta crean en
1847 el Instituto de Instrucción Pública, con el cual tempranamente reclamaban
para el Estado el monopolio de la enseñanza.
El decreto constitutivo del mencionado Instituto argumentaba que la educación:
“es germen creador de la prosperidad de las naciones” por lo cual “el cuidado
de su desarrollo, de su aplicación y de su tendencia, no puede ser pues la obra
de la especulación de las creencias individuales o del interés de secta. Esta
atribución es exclusiva de los gobiernos, mandatarios únicos de los pueblos que
representan. Es a aquellos a quienes está confiado el depósito sagrado de los
dogmas y principios que basan la existencia de la sociedad a que pertenecen”.
Se reedita de esta forma en Montevideo, el conflicto que la revolución francesa
había suscitado entre la Iglesia y el Estado y que transfirió a este el
contralor de las Universidades. Con este espíritu, el 15 de julio de 1849 el
Gobierno de la Defensa firma el decreto de creación de la Universidad Mayor de
la República. La idea que preside esta decisión es la de, una vez consumada la
independencia política, consolidar espacios que permitan impulsar la
independencia en materia cultural, librando al país, por medio de la educación,
de los hábitos políticos sociales que le venían de la época colonial, para
poder así reafirmar la nacionalidad.
Con el marco de fondo de la guerra, la Universidad debió elaborar su primer
reglamento orgánico y consolidar planes de estudio. En un principio abarcó la
totalidad de la instrucción -primaria, secundaria y superior- dividiéndose los
conocimientos universitarios en cuatro facultades: Ciencias Naturales,
Medicina, Jurisprudencia y Teología.
UNIVERSIDAD: ESCUELA DE LIBERALISMO
Blanca Paris subraya que la Universidad de Montevideo,
desde su fundación hasta que fue intervenida en 1884 fue “escuela y baluarte de
liberalismo” y que sus funciones primordiales fueron formar ciudadanos
inspirados en el liberalismo religioso, económico y político, que eran
irradiados desde las cátedras de Filosofía, Economía Política, Derecho Natural
y Derecho Constitucional. Tanto autoridades como estudiantes defendieron
aquellos principios en la prensa, en el parlamento, en los clubes, en las
“universidades libres” que fundaron, en la cárcel, en el destierro y en
particular durante las revoluciones civilistas.
Aquella Universidad postuló una conciencia nacional por encima de partidismos,
que se expresó en que individuos de distinta filiación partidaria se sucedieron
en el Consejo, en las cátedras y aún en el rectorado, “sin que las pasiones
políticas dividieran en bandos a los universitarios”, según Blanca Paris.
“Cuando la política llamaba a catedráticos o estudiantes -como sucedía a
diario- eran los principios recogidos en la Universidad los que dentro de los
partidos tradicionales o en nuevas agrupaciones se iban a defender”. Y concluye
que tampoco fue la Universidad “gestora de oligarquías privilegiadas” y que la
cultura universitaria no fue patrimonio de una clase social adinerada, sino un
centro de formación científica.
En 1889 el rector Alfredo Vázquez Acevedo transforma radicalmente a la vieja Universidad,
modificando planes de estudio, reglamentos, programas, métodos, textos,
laboratorios, bibliotecas, locales, etc. Inspiraban aquellos cambios las
corrientes positivistas que apoyadas en los logros de Darwin y Spencer
entronizaban en el país las categorías científicas, imprimiendo un nuevo giro a
la conciencia nacional. La moderna Universidad procede de una época signada por
una concepción filosófica surgida en el siglo XIX, como un gran movimiento de
reacción a la metafísica, llevado a cabo en nombre de la ciencia y en
particular de la ciencia de la naturaleza.
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